Fanda es una pequeña aldea del sur de Senegal bañada por el río Casamanza. De ese lugar salió Ibrahima Diambang Bourama (Senegal, 2008) hace menos de dos años para cambiar su vida. Y la de su familia. Un trayecto donde el miedo y la esperanza, el terror y la ilusión han compartido habitación. Pero que tuvo un final feliz, con este joven senegalés instalado desde hace más de un año en el centro San Aníbal de Burela, «una familia» como lo describe él.
Los padres de Ibrahima son originarios de Ginea Bissau y están separados. El protagonista de esta historia siempre vivió con su padre, musulmán, que se dedicaba a la agricultura, mientras que su madre es cristiana. Es el mayor de cuatro hermanos y todos siguen en Senegal. «Yo decido salir de allí para cambiar la situación de la familia», explica. «Mi objetivo era venir a España para ser futbolista, pero cuando llegué cambió todo», advierte.
Ibrahima y su padre, a base de trabajo, lograron ahorrar para que el joven pudiera venir a España. No sabe lo que costó su viaje, porque ese detalle se quedó entre su padre y un amigo de él. Primero fue a la capital de Senegal, Dakar, y más tarde a Casablanca, Marruecos. Su recorrido por África terminó en El Aaiún, desde partió su patera.
«Pasé miedo en el Sáhara, porque fueron dos días allí de incertidumbre, en manos de las mafias», dice. «Llevaba en una bolsa de plástico mis papeles, el móvil y algo de comida y bebida, pero se me cayó todo al subir a la patera, porque lo teníamos que hacer en marcha y corriendo», recuerda. En la patera, donde eran 59, no tenía nada.
Estuvo dos días en el mar, con olas grandes y una patera que se hinchaba y donde no paraba de entrar agua. «Teníamos que sacar agua con botes de plástico continuamente», dice. Hubo solidaridad. La gente compartía la poca comida y bebida que había, «pero también había gente que perdía el sentido, que pensaba que no íbamos a llegar», advierte. Pero lo que más miedo le dio a Ibrahima eran las olas. «Eran gigantes, y yo no sabía nadar», reconoce.
En un momento dado, los motores se apagaron, la gasolina se había esfumado. «Primero nos vio un helicóptero de Salvamento Marítimo y luego tuvimos que esperar por una lancha también de Salvamento porque estaba en otro rescate», recuerda.
Por fin tocó tierra en Fuerteventura. «Cuando pisé España no me lo creía», dice. Les dieron ropa seca y algo de comer y de beber. En cuanto llegaron a la isla los separaron: los adultos por un lado, los menores en otro. El primer centro de acogida donde estuvo Ibrahima fue el Alberto, en la propia isla, y antes de llegar a Lugo pasó por otros dos, uno en la misma isla y otro en Gran Canaria, hasta que el reparto entre comunidades le trajo a Galicia en marzo de 2023. «Yo de España solo conocía Madrid y Barcelona, por el fútbol, y creía que iba a ir a una de estas ciudades y cuando me dijeron Lugo dije, ¿Lugo? ¿Dónde queda eso?», afirma en un más que correcto español.
Ibrahima llegó a Burela en marzo de hace algo más de un año y siente el cariño y la acogida de la gente. «Es un pueblo maravilloso», subraya. «Estoy muy contento, la gente me ha tratado muy bien, y el centro San Aníbal es el mejor en el que estuve, es como una familia», completa.
Cuando se le interroga por su futuro, la madurez aflora en las respuestas y el rostro de Ibrahima, un adolescente que por todo lo que ha vivido tiene la mirada y la serenidad de un hombre. «Yo solo pienso en ayudar a mi gente, a mi familia, es lo que está en mi cabeza», señala. Y aunque le gustaría vivir en España, tampoco descarta volver a su país para trabajar allí y ayudar de una manera más directa a su gente. Y tampoco descarta que su sueño, ser futbolista, se haga realidad. «No me lo he quitado de la cabeza, puede ser que llegue algún día», concluye .
Un excelente estudiante
Ibrahima es un excelente estudiante. A pesar de no conocer el español al llegar en marzo de 2023 a Burela, logró sacar 3º de la Eso en el IES Perdouro, este último curso hizo 4º de la Eso en el mismo centro y para el año que viene está inscrito para cursar el ciclo medio de enfermería. «Me gustaría ser enfermero o profesor», asegura el joven, si no logra ser futbolista, su ilusión.
El fútbol también forma parte de su día a día. Juega en las categorías inferiores de la SD Burela, pero este año ya llegó a debutar con el primer equipo que juega en Primera Galicia con tan solo 16 años.
Ibrahima mantiene el contacto con la familia a través del teléfono móvil, donde hace videollamadas. «Es duro porque estoy lejos de ellos, pero a la vez no lo es porque estoy buscando un futuro para poder ayudarles», explica, y reconoce que está preocupado por su madre «porque tiene una enfermedad que le afecta a los brazos», reconoce.
El joven senegalés ha caído en un pueblo, Burela, donde el color negro es habitual por la gran comunidad caboverdiana que existe. «Nunca he sentido racismo en Burela», pero reconoce que sí ha sentido racismo en el fútbol. «Recuerdo algunos partidos donde nos insultan por el color de nuestra piel», dice.
Ibrahima cuenta ya en estos momentos con permiso de residencia y de trabajo en España y busca un futuro para él y para su familia.
Fuente: El Progreso
Fotografía de portada: J. Mª. Alvez