Laicos con misión

Siempre me gustó la idea de que la fiesta de Pentecostés viniera a ser como el cumpleaños de la Iglesia. Bien podemos decir que en esa fecha, con el impulso del Espíritu que desciende sobre María y los primeros discípulos en oración, comienza de una manera formal el camino de la Iglesia. Una Iglesia, como comunidad de cristianos, que está llamada a seguir en el mundo la misma misión de Jesús: ser portadora de la salvación, garante del mensaje evangélico, hogar donde hacer experiencia del Resucitado, comunidad que facilita el encuentro con Cristo, instrumento para llevar adelante la construcción del Reino.

El bautismo es el sacramento a través del cual entramos a formar parte de esta Iglesia. Como en tantas ocasiones nos recuerda el papa Francisco “el primer sacramento, el que sella para siempre nuestra identidad y del que tendríamos que estar siempre orgullosos es el del bautismo […]. Nuestra primera y fundamental consagración hunde sus raíces en nuestro bautismo. A nadie han bautizado cura, ni obispo. Nos han bautizado laicos y es el signo indeleble que nunca nadie podrá eliminar. Nos hace bien recordar que la Iglesia no es una élite de los sacerdotes, de los consagrados, de los obispos, sino que todos formamos el santo pueblo fiel de Dios”.

Ese común bautismo que nos da dignidad y carta de ciudadanía para participar en la Iglesia nos recuerda también que tenemos un puesto que ocupar en esta familia eclesial para llevar adelante su misión. Desde la corresponsabilidad en lo que es de todos, desde la diversidad y diferencia que supone cada vocación y desde la complementariedad de los diferentes carismas para bien del conjunto eclesial.

En ese sentido, los laicos tenéis una doble misión. Ante todo, la transformación de nuestro mundo desde vuestro compromiso en las diferentes realidades sociales en las que habitualmente os insertáis: la familia, el trabajo, la política, la economía, la vida pública, el cuidado de la casa común. Es esta vuestra primera y principal tarea, de la que estamos tan necesitados en cuanto a presencia significativa. La caridad política en su más amplio sentido es el ámbito propio del compromiso bautismal. Ahí es donde se manifiesta habitualmente el ser cristiano.

Pero también la vocación laical se puede desarrollar al interior de la vida de la Iglesia asumiendo responsabilidades, no delegaciones, en el quehacer eclesial: tanto en el celebrativo, como en el caritativo o evangelizador. En ese sentido quiero reflexionar sobre lo que venimos trabajando a lo largo de este curso en nuestra diócesis de Mondoñedo-Ferrol. Me refiero a la urgencia de despertar, identificar, formar y acompañar vocaciones para los diferentes ministerios eclesiales, especialmente como animadores de la comunidad.

Cada vez más descubrimos la urgencia de que existan personas concretas en nuestras parroquias y unidades pastorales que, junto al ministerio ordenado, sean referentes en nuestras comunidades de manera que las reúnan, las acompañen, las cuiden en su formación y atención a su fragilidad… Hasta ahora hemos venido construyendo una Iglesia excesivamente clerical, donde los sacerdotes han sido el “factótum”. Sobre ellos pivotaba prácticamente todo. Pero ya el Concilio Vaticano II redescubrió la importancia del Bautismo y la corresponsabilidad de todos en lo que es de todos. Y la sinodalidad de la que el papa Francisco nos habla tanto, nos invita a caminar juntos en esa diversidad.

La pervivencia de nuestras comunidades depende, en gran parte, de nuestra capacidad de suscitar estas personas que animen. Y no solo porque haya cada vez menos sacerdotes, sino por la propia esencia eclesial. La fiesta de Pentecostés puede ser una buena ocasión para reflexionar seriamente sobre tu puesto y misión en el interior de la Iglesia. No podemos ser meros espectadores pasivos, consumidores de lo eclesial o simples colaboradores. No podemos caminar a rebufo. Hemos de ocupar nuestro puesto en la comunidad cristiana para que esta sea viva y auténtico pueblo de Dios.

Y junto a ello, Pentecostés nos invita a orar. Pidamos al Espíritu Santo que suscite en nuestras comunidades estas personas que quieran y puedan ser auténticos animadores de la comunidad. Que tras el conveniente proceso formativo puedan recibir un día el respaldo de un ministerio instituido en la Iglesia. Y que, de esta manera, nuestras comunidades puedan seguir reuniéndose, cuidándose y siendo ese referente tan necesario que sirva de escudo ante una creciente secularización.

Vuestro hermano y amigo,

+Fernando, obispo de Mondoñedo-Ferrol

Artículos relacionados

Síguenos

5,484FansMe gusta
4,606SeguidoresSeguir
1,230SuscriptoresSuscribirte

Últimas publicaciones

Etiquetas