Ver sin mirar

"¿No debías tú también tener compasión de tu compañero como yo tuve compasión de ti?" (Mt 18, 21-35)

Desde arriba todo se ve más claro. Por eso a Dios nos lo imaginamos arriba, todo lo alto que sabemos, para que, desde su altura suprema, pueda ver con absoluta claridad lo que cada uno de nosotros cree ver desde su punto de vista, relativo y parcial. Dios es el ojo que todo lo ve porque está arriba, en el cielo, allí donde no hay ventanas a las que asomarse para mirar el mundo común. Sin mundo propio, sin punto de vista, sin ventana para mirar lo que se puede ver, el dios de quien nos hacemos idea, ¿no es, en el fondo, otra cosa que el espejo donde vemos el mundo común? Reflejo neutro del mundo común, el dios de quien nos hacemos idea es capaz de verlo todo pero incapaz de mirar a nadie. Ahora bien, si es incapaz, ya no es entonces Todopoderoso.

Saber más, ver todo lo posible, es una  posibilidad tan fascinante, sin embargo, que se ha convertido en nuestra aspiración más profunda como seres humanos. De Dios a la ciencia moderna, entender el mundo común, ver la realidad tal como es y no como la mira cada cual desde su propia ventana, parece la meta más alta de la vida. La visión desde Dios o desde la ciencia deslumbra hasta el punto de abandonar la mirada al arte y a la literatura, esos margenes del espíritu a los que nos retiramos para descansar del enorme esfuerzo que hoy requiere de nosotros el mundo común, debido a los avances de la ciencia y de la técnica.

Entre los relatos que pueden ilustrar esta distancia enigmática entre la visión y la mirada, el mundo común que la visión aspira a captar desde su altura suprema y el mundo propio de cada uno desde el que, asomados a nuestra ventana, miramos todos el mismo mundo, la parábola del rey y sus empleados ocupa un lugar sugerente. Un rey tenía dos empleados. Cuando pidió cuentas al primero se encontró con que, para cobrar la deuda fabulosa que éste había contraído, debía venderle a él y a toda su familia. Estaba a la vista lo que debía hacer. Pero no lo hizo.

Su deudor le suplicó clemencia y él, entonces, mirándole compasivo, acabó perdonandole toda la deuda. Aliviado -que no agradecido-, el empleado se encontró, días después, con un compañero que le debía a él mismo una cantidad mucho más pequeña que su propia deuda con el rey. En cuanto lo vio lo agarró y a punto estuvo de estrangularle amenazándole con llevarle a la cárcel si no le pagaba lo que le debía.

El rey clemente y su empleado inclemente vieron lo mismo: el dinero que les debía su respectivo deudor. Pero no actuaron de la misma manera con él. El empleado vio la realidad tal como era, tal como desde lo alto se ven todas las cosas: con claridad absoluta. Al ojo que todo lo ve nada se le escapa. A la ciencia con rigor y método, tampoco. Y al sentido común, del que aquel y ésta se nutren, no cabe objeción: hay lo que hay, una deuda y un deudor que debe pagarla. El rey, no obstante haber visto lo mismo que todos, dio un paso adelante: miró lo que estaba a la vista.

Miró a su propio deudor y no vio solo su deuda. El que mira ve más allá de lo que está a la vista. Al mirar vio a su mujer y a sus hijos ¿Es que el empleado deudor de su compañero no tenía también mujer e hijos? Seguro que los tenía pero su acreedor no los vio. No los vio porque no miró. El relato no nos habla de ellos. Solo nos habla de la familia que rodeaba al empleado inclemente. Su familia era su mundo propio, el punto de vista o la ventana desde la que pudo mirar a los demás  -a su propio deudor- y no lo hizo. En vez de eso agarró a su deudor hasta casi estrangularle porque no le importaban su vida, su mundo, sus sentimientos y circunstancias, todo eso de lo que se ocupa mucho mejor la literatura que la ciencia, la mirada sensible que la visión objetiva del hombre con claridad y método. Desde arriba todo se ve muy claro pero nadie, ni siquiera el dios del que nos hacemos idea, es capaz de mirar. El cielo es tan solo un espejo donde todos nos vemos sin poder mirarnos.

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La diócesis de Mondoñedo-Ferrol no se hace responsable de las manifestaciones y opiniones vertidas por los diferentes articulistas de esta sección

«De Dios a la ciencia moderna, entender el mundo común, ver la realidad tal como es y no como la mira cada cual desde su propia ventana, parece la meta más alta de la vida»

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