¿Y si cambiamos la mirada a la cárcel?

No hace muchos días aparecía en uno de nuestros periódicos locales una radiografía de las personas privadas de libertad en nuestro país. Entre los muchos datos que se recogían en el informe figuraba que son más de 56.000 las personas que están en estos momentos en algunas de nuestras cárceles, la gran mayoría varones y con una media de edad de 41 años. Además, se señalaba que entre las razones más en alza para la entrada en prisión se contaban la violencia machista y sexual, el consumo de drogas y las causas relacionadas con el tráfico (alcanzando en torno al 40 % de la población total). En el informe se ponía el acento en el preocupante porcentaje de personas con problemas de salud mental que están cumpliendo condenas privativas de libertad.

Esta realidad podemos mirarla de muchas maneras. Quizás prevalece en nuestra sociedad una mirada vindicativa que pone especialmente el acento en el delito, la seguridad, la pena, me atrevería a decir que en la venganza. Sin embargo, las soluciones que se derivan de esa lógica (el alargamiento de las penas, la penalización de las conductas…) nos llevan a callejones sin salida que, al final, impiden la auténtica reinserción de los diferentes.

Por eso, necesitamos otra mirada más humanizadora y creativa. Sin duda es a la que Jesús y su evangelio nos convocan. Es aquella que se fija fundamentalmente en cada persona y la descubre también en su dignidad. La dignidad que es una realidad connatural a cada persona y que no se pierde nunca, incluso cuando se haya caído en el delito. Reivindicar esta dignidad nos hace bien como sociedad porque nos recuerda también que la dignidad se presenta como un arduo y necesario camino y proceso personal por desarrollar. Porque somos dignos necesitamos también brillar y actuar conforme a nuestra dignidad.

No debemos olvidar que las personas que están en nuestras cárceles nacieron en nuestras familias, vivieron en nuestros barrios y aldeas, caminaron por nuestras parroquias, sus familias están entre nosotros… Y, una vez cumplida la condena, volverán de nuevo en medio de nosotros. Son parte de nosotros mismos, por mucho que los queramos aislar, separar, alejar. Por eso, no las podemos abandonar a su suerte, sino que debemos estar muy unidos a ellas. Además, para los cristianos, en cada preso se esconde el propio Cristo: “Estuve preso y me visitasteis”.

Desde la Pastoral Penitenciaria precisamente se nos invita a hacer esta necesaria conversión de la mirada y de la lógica desde la que actuamos. Conocéis que, desde el año pasado, se ha venido estructurando esta delegación en nuestra diócesis. Se trata de que exista un grupo de personas, enviadas por nuestra Iglesia, a este campo privilegiado para la misericordia. Un grupo de personas que, bien formadas, nos ayuden al resto de la Iglesia y de la sociedad a conocer la realidad de la cárcel, así como sus causas y consecuencias. Desde este análisis su encomienda es buscar caminos para prevenir, acompañar e insertar a las personas privadas de libertad. Por último, su sensibilidad y esperanza ha de plantear otras vías para el cumplimiento de las penas y para instaurar una justicia que sea capaz de sanar tanto a la víctima como al victimario. Como veis, una propuesta integral y muy ambiciosa que necesita de muchas manos voluntarias para hacerla realidad. Una propuesta que pone la caridad como el único motor del actuar y del cambio personal y social.

La fiesta de la Merced que nos disponemos a celebrar el 24 de septiembre pone de nuevo ante nuestros ojos esta realidad de la cárcel que no podemos soslayar. Bienvenida sea esta Pastoral Penitenciaria que nos ayudará a ser una Iglesia más misericordiosa y caritativa.

Vuestro hermano y amigo,

+ Fernando, obispo de Mondoñedo-Ferrol

Fotografía de portada: S. Chaudhry

Artículos relacionados

Síguenos

5,484FansMe gusta
4,606SeguidoresSeguir
1,230SuscriptoresSuscribirte

Últimas publicaciones

Etiquetas