Celebremos la Pascua

Mi abuela Marce tenía una costumbre curiosa. Lectora voraz, le gustaba comenzar los libros por el primer capítulo e, inmediatamente, leía el último. De esta manera, decía que tenía ya toda la trama de la novela en su cabeza y podía leer el resto del libro sin el nerviosismo y la intriga propia de muchas lecturas, y se podía fijar mucho mejor en los detalles de la obra sacando así mucho más jugo a lo descrito por el escritor.

Celebramos hoy el día de Pascua. En las lecturas de la eucaristía de este día hay un mandato de Jesús a sus discípulos al descubrirle resucitado: “Volved a Galilea”, es decir, volved donde comenzó todo y releed todo desde este final que ya conocéis: su pasión, muerte y resurrección. La fiesta de la Pascua es una invitación a leer toda nuestra existencia desde la Pascua que es el final de nuestro libro y de la historia.

Me parece un ejercicio necesario en la vida de los creyentes: desde la Pascua todo adquiere un significado nuevo, un horizonte distinto, una profundidad mayor, una esperanza fundante, un sentido más hondo. La Pascua de Jesús es la victoria sobre la muerte, salvándonos así de la oscuridad y del abismo de la existencia. Bajando Jesús a la oquedad de la muerte la ha llenado con su amor y, de esa manera, ha desatado el nudo gordiano que nos ataba dramáticamente al miedo y al vacío.

Verlo todo desde la Pascua es un ejercicio sano que nos produce paz y gozo interior. El gozo y la paz que son la consecuencia de descubrir la vida, el mundo y sus misterios con una nueva luz. Porque la Pascua es la fiesta de la luz que nos posibilita, como la auténtica luz, el encuentro con las personas y con Dios, el conocimiento auténtico, el acceso a la realidad verdadera de las cosas. Verlo todo desde la Pascua nos permite conocer mejor el sentido del mundo, descubrir de dónde viene y a dónde va, cuál es su misterio más profundo y el del ser humano que en él habita.

Por eso, es hermoso celebrar cada año la fiesta de la Pascua y ofrecer al mundo esta luz que nace de este día. Una luz que es capaz de engendrar una nueva creación, que es lo que realmente acontece en este primer día de la semana en el que nos encontramos. De la Pascua surge una “fuerza de vida imparable” que, por otra parte, necesitamos y ansiamos para reconstruir este mundo deshecho e inhumano. Una vida provocadora, inserta ya en esta historia, que se visibiliza en tantos brotes de resurrección que se nos esconden pero existen.

Durante estos días colocaremos en todas nuestras iglesias un cirio pascual que representa a Jesucristo resucitado. De esta manera se nos recuerda esta certeza: hemos sido iluminados por Cristo. En el bautismo recibimos su luz y descubrimos unos ojos nuevos para iluminar las cruces de nuestro mundo, el silencio del dolor, la negación del pecado.

Al comentar este hecho, el papa Benedicto nos decía: “La luz de la vela ilumina consumiéndose a sí misma. Da luz dándose a sí misma. Así, representa de manera maravillosa el misterio pascual de Cristo que se entrega a sí mismo, y de este modo da mucha luz. Por otra parte, la luz de la vela es fuego. El fuego es una fuerza que forja el mundo, un poder que transforma. Y el fuego da calor. También en esto se hace nuevamente visible el misterio de Cristo. Cristo, la luz, es fuego, es llama que destruye el mal, transformando así al mundo y a nosotros mismos”.

Os invito a “volver a Galilea” desde esta luz nueva que nos llena de esperanza y fuerza. ¡Feliz Pascua de Resurrección! ¡Feliz vida nueva!

Vuestro hermano y amigo.

+ Fernando

[Foto: T. Kinto]

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