Darío Trujillo: «No veo la falta de vocaciones como un problema, sino como un volver a empezar»

Darío, seminarista de nuestra diócesis de origen colombiano, acaba de finalizar el ciclo institucional de teología y ya se encuentra realizando los estudios del bienio en teología fundamental. Hablamos con él para conocer más de cerca su perspectiva pastoral de la diócesis, en la que ya participa cada fin de semana, y en la que nos sentimos felices de acoger y enriquecernos con el aporte de otras culturas y perspectivas de compromiso y vida cristiana.

¿Qué diferencias y semejanzas encuentras entre tus parroquias de origen y las parroquias con las que has tomado contacto pastoral en nuestra diócesis?
Las diferencias y semejanzas a nivel parroquial entre Colombia y España siempre son grandes, aunque, en esencia, nunca olvidamos que la madre patria sólo es una y esa es España, que nos ha enseñado la fe católica y de cierta manera también condicionó el cómo formar un pueblo alrededor de la vida de fe. Hay que tener en cuenta que cada pueblo tiene su propia idiosincrasia. Yo provengo de un pueblo llamado Aguadas–Caldas, donde aún hoy es profundamente católico, y la vida parroquial sigue siendo un lugar en donde sentirse pueblo. Realmente no sé cómo describir con brevedad las semejanzas y diferencias que hay entre las parroquias de mi terruño y las de esta maravillosa diócesis. Siempre hay matices y habría que abordar este tema con mucha delicadeza, puesto que hay varios factores que valorar y resaltar. Lo que sí tengo claro es que a pesar de haber miles de kilómetros de distancia tenemos un mismo Señor, una sola fe, un solo bautismo. Lo demás sólo son realidades propias de cada cultura.

¿Cómo han sido estos primeros años, previos al bienio, en el Seminario diocesano? ¿En qué ha consistido la formación y qué te ha parecido más necesario de todo lo vivido?
La actual formación en el Seminario consta de cinco a seis años. Dentro de esta se busca formar a la persona de forma integral, en todas sus facetas, intentando en este período adquirir el mismo sentir y querer de Cristo. Es una escuela de formación donde se nos inculca formar de manera adecuada nuestra espiritualidad, la vida comunitaria, humana y la intelectual. Estas cuatro dimensiones son muy importantes y necesarias para nuestra formación, puesto que en ella, con la ayuda del Espíritu Santo y nuestros formadores, vamos creciendo no sólo intelectualmente, sino que vamos discerniendo si nuestro querer corresponde al querer de Dios y el de la Iglesia. Para mí estos cinco años previos al bienio han supuesto una etapa de crecimiento, maduración, prueba y bendición. Es un tiempo donde se me ha enseñado a amar, además de tomar mayor conciencia de saberme bautizado y vivir en una comunidad, una vida que equivale a moldearme y saber que debo siempre estar en un proceso de cambio, pero también supone un crecimiento en la paciencia, la oración y el trabajo. Me parece importante destacar -según mi parecer- que lo más necesario de todo lo vivido en el Seminario sobre todo es orar, estudiar, perseverar y dejarse moldear no sólo por los formadores, sino por la misma comunidad, que en definitiva también son una voz de Dios que nos habla a nuestro corazón para hacernos más semejantes a él. No son sólo cinco o seis años de formación, la escuela de discipulado o formación sacerdotal dura toda la vida, pero estos primeros años son necesarios y fundantes para aquellos que deciden seguir a Cristo dentro del sacerdocio ministerial. No son unos años de únicamente alegrías, es un tiempo donde debemos enfrentarnos con nosotros mismos, nuestros quereres y apetencias para forjar así una persona semejante a Cristo y dispuesto para trabajar con y por la comunidad del hoy en camino hacia Dios.

¿Cómo contemplas el problema de falta de vocaciones en la Iglesia en este momento?
Es el momento propicio para orar y “rogar al dueño de la mies que envíe obreros a su mies” (Lc 10,1-9). Es un tiempo de esperanza, reflexión y de ponernos en camino. Es el momento de parar y ver que toda esta labor no sólo se hace por nuestros medios, sino que siempre debemos contar con el que nos llama, ya que él siempre es fiel. Aunque se pueda ver un panorama desolador, creo que la invitación que se nos hace hoy como cristianos es a que volvamos a Cristo, a su mandato de amor, que al fin y al cabo se evidencia con el testimonio de vida. Es el siglo del testimonio, es el tiempo de oración y es el momento favorable de volver a poner a Cristo en el centro de nuestra vida, pastoral y liturgia. De nada vale trabajar arduamente si no contamos con un corazón semejante al corazón de Cristo. Él es nuestro Dios y Señor y él debe volver a ocupar ese lugar que tal vez en algún momento intentamos usurpar. No veo la falta de vocaciones como un problema, sino como un volver a empezar, pero siempre poniendo como fuente y culmen al corazón de Cristo, contando con que él es fiel y nunca dejará a su pueblo sin pastores buenos y santos que lleven a cabo su labor en medio de nosotros.

¿Cómo sería el modelo sacerdotal a desarrollar en tu ministerio los próximos años? ¿Cuáles consideras que debieran ser las líneas de acción y de vida fundamentales? Y los desafíos… ¿cómo consideras en este momento que debe afrontarse el día de mañana?
Cristo en todas las cosas; creo firmemente que el único modelo sacerdotal a seguir siempre es el sacerdocio de Cristo. No pretendo aquí exponer un itinerario a seguir como si fuera un discurso político. Una cosa tengo clara y es que soy un hombre frágil y pecador, pero que, como muchos de mis compañeros, lo único que intentamos es seguir e imitar al que nos ha llamado. Por lo tanto, el modelo a seguir, para mí, siempre será el corazón de Cristo, aquel que amó hasta el extremo y sin exclusión. La línea que intento seguir desde ahora es aquella que reza lo siguiente: importante es la unidad y ante todo la caridad. Unidad porque ese es el querer de nuestro Señor, de que todos seamos uno, así como el Padre y él son uno. Creo que, como cristianos, hoy más que nunca debemos luchar por la unidad dentro de la libertad. Pueden existir muchas formas, ministerios, carismas dentro de la Iglesia y en la pastoral, pero siempre contando con que todos formamos parte de un solo cuerpo. Y por último mencionar que ante todo la caridad, caridad que se traduce en amor, un amor que se propone pero no se impone, por tanto, quisiera trabajar por una pastoral de unidad y de amor, donde Cristo sea el centro de nuestra comunidad. La única dificultad que encuentro es a nuestro enemigo el diablo que, como dice el papa Francisco ,siempre está identificado con la división, el odio y la desesperanza. Pero como cristiano sé que tenemos la batalla ganada porque Cristo nos ha rescatado de sus hazañas. Por tanto, nos queda perseverar y en este permanecer en Cristo creo que está la clave para afrontar el hoy y el día de mañana.

Has estado en la JMJ de Lisboa. Cuéntanos algo de lo que supusieron esos días
Fueron quince días de renovación espiritual, de vivir una experiencia de fraternidad y de sentirnos Iglesia en salida. La primera semana fuimos acogidos por familias en la diócesis de Aveiro. Realmente mi persona y muchos testimonian casi lo mismo: nos sentimos como en casa, fueron unas familias realmente acogedoras y nos atendieron como si fuéramos uno más de su hogar. Esa es la riqueza de la catolicidad, de que a pesar de la diferencia cultural siempre hay algo que nos une y es esa caridad que sólo Cristo nos puede enseñar. Se evidenciaba en aquella diócesis el amor por su parroquia y la presencia de la Santísima Virgen siempre estuvo presente. Y ella prácticamente creo que fue la que nos acercó con alegría hasta Lisboa, donde tendríamos el encuentro con su santidad y los demás jóvenes, o no tan jóvenes, que querían estar junto con el vicario de Cristo para vivir la experiencia de sentirnos uno. Fue una vivencia muy rica, donde vivimos de todo: cantos, frío, calor, agobios, alegría, gozo y armonía en medio de tanta diversidad cultural y diferentes formas de sentirnos Iglesia. Yo personalmente invitaría a todos a participar en el año 2025 a ir a Roma al Jubileo convocado el Papa, que tiene como lema “Peregrinos de la esperanza”.

Entrevista de Javier Martínez, miembro del equipo diocesano de Comunicación

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