El Seminario, misión de todos

17-19 de marzo, Día del Seminario 2019

El tema de las vocaciones al sacerdocio es muy complejo y no podemos caer en simplificaciones. Todos estamos convencidos de que las vocaciones son un regalo de Dios, pero también sabemos que cada vocación es fruto también del cuidado y el esfuerzo de sacerdotes concretos

El seminario, misión de todos” es el lema de este año para el Día del Seminario. Esta jornada se celebra el 19 de marzo, solemnidad de San José. En las comunidades autónomas en las que no es festivo, el domingo más cercano. En este caso, el 17 de marzo. La Comisión Episcopal de Seminarios y Universidades es la encargada de editar los materiales preparatorios.

La vocación al ministerio sacerdotal es un regalo de Dios a la Iglesia que requiere la participación activa de todos los cristianos como miembros del Cuerpo de Cristo. El ejemplo en el trabajo pastoral cotidiano, el acompañamiento previo al ingreso en el seminario, el papel de la familia y de las parroquias de origen, son agentes necesarios para que la llamada de Dios sea escuchada en cualquier momento de la vida.

El Día del Seminario se celebra desde el año 1935 con el objetivo de suscitar vocaciones sacerdotales mediante la sensibilización, dirigida a toda la sociedad, y en particular a las comunidades cristianas.
 

Enseñar aprendiendo: la necesidad de la formación permanente

El 8 de diciembre de 2016 el papa Francisco aprobaba el texto de la nueva Ratio fundamentalis institutionis sacerdotalis, conocida bajo el título de El don de la vocación presbiteral. Este documento marco es guía y modelo para la nueva guía de formación de nuestros seminaristas que está preparando la Conferencia Episcopal Española. Desde la exhortación apostólica Pastores dabo vobis1 hasta nuestros días han sido numerosos los textos pontificios que han iluminado el trabajo pastoral vocacional en nuestra Iglesia. Todo ello ha cimentado un nuevo plan de formación para los candidatos al ministerio sacerdotal, el cual nos recuerda, a los que ya hemos recibido este sacramento, que el seguimiento a Jesucristo comienza en el bautismo y se extiende a lo largo de toda nuestra vida. Aun siendo un documento orientado a los seminarios, es una lectura recomendable para nuestra formación y actualización ministerial.

La formación de los sacerdotes es la continuación de un único «camino discipular» que se prolonga hasta nuestro definitivo encuentro con Dios. Siendo una llamada particular por iniciativa divina, la vocación sacerdotal es un camino de santificación personal que ayuda al pueblo cristiano al encuentro personal con el Señor.

La formación sacerdotal es una tarea permanente. Se trata de una necesidad imprescindible e irrenunciable a nuestro ministerio; ello implica una actitud de disponibilidad a la voluntad de Dios, a la conversión del corazón, a releer nuestra historia a la luz del Evangelio para una entrega total a la Iglesia. Y esto abre el horizonte a la comprensión de nuestra vida como discípulos, en constante formación según la voluntad de Cristo. Es preciso entender nuestra vida como una donación total al Señor, siguiendo sus huellas de cerca, y al Pueblo de Dios que se nos ha encomendado.

Cada día alimentamos el personal encuentro con Cristo, que va delante de nosotros marcando el camino. Nuestra propia vida, donada a los demás con la gracia del Espíritu Santo, está en un constante proceso de renovación permanente, en un sí aquí y ahora. Debemos, por tanto, recordar y asumir la necesidad de aprender al mismo tiempo que enseñamos a los demás. Seguramente la propia estructura diocesana favorece espacios destinados a nuestra actualización teológica, pastoral y ministerial. Son herramientas válidas que, junto a otras modalidades de formación personal o comunitarias, han de ser utilizadas para nuestro crecimiento y el de nuestras comunidades parroquiales, puesto que el bien de uno repercute en los demás.

La alegría del ministerio sacerdotal vivida con pasión y entrega total es herramienta muy útil en nuestra pastoral vocacional, pues nuestro ejemplo puede animar a niños y jóvenes a plantearse su vida desde esta entrega generosa. 
 

Todos somos responsables de la pastoral vocacional

Al igual que la llamada al ministerio sacerdotal, la formación a este especial camino de discipulado es don de Dios. Un regalo que requiere agentes encargados de promover y acompañar el proceso del discernimiento y de la madurez en el sacerdocio. Convencidos de que es Dios quien modela el corazón de cada hombre, será Él mismo el principal agente de la llamada. Su designio salvador como Padre, encarnado en la presencia del Hijo, mediante la acción perenne del Espíritu Santo, hace que el hombre pueda escuchar su llamada a este servicio eclesial.

Si Dios ha querido hacerse el encontradizo con el hombre dando el primer paso, esto provoca una respuesta gratuita y libre por parte del que es llamado. Los propios niños, jóvenes y adultos son protagonistas en el proceso vocacional, puesto que se trata de una llamada personal, con nombre y apellidos, a un camino de felicidad plena de entrega a Dios y a los hermanos. La primera responsabilidad de cada Iglesia local en el ámbito vocacional corresponde al obispo diocesano. Sus directrices y guía encaminarán sabiamente la acción pastoral de toda la diócesis para establecer los medios y momentos más adecuados que favorezcan el encuentro personal con Cristo. Solo desde ahí el hombre puede responder, en y para la comunidad, a la vocación para la que ha sido elegido.

El ejemplo legado en el trabajo pastoral cotidiano, así como la animación y el acompañamiento previo al ingreso al seminario corresponde al sacerdote insertado en el presbiterio. Todos tenemos la experiencia de haber conocido notables presbíteros que han servido de referencia e instrumento en manos de Dios para hacer visible nuestro propio destino. La alegría, el tesón, la oración, la esperanza y la fidelidad a Cristo de los propios sacerdotes son detonantes en niños y jóvenes de un camino de entrega y servicio para toda la vida. La propia formación permanente del presbítero ha de encaminarse a sentirse responsable de la acción vocacional con su vida en la diócesis. De vital importancia en la fragua de una vocación es la propia familia que acompaña, en primer lugar, los primeros pasos en la fe de los bautizados. Un hogar abierto a la vida y a la generosidad, donde se transmitan valores tan profundamente humanos como cristianos, es valor seguro para nuevas vocaciones ministeriales. De igual modo las parroquias de origen, así como otros movimientos eclesiales, se convierten en aliento y empuje necesario al compromiso cristiano, favoreciendo así la llamada concreta que Dios hace al sacerdocio. Han de sentirse parte activa de este proceso de educación en la fe y de respuesta generosa en los miles de niños que continúan su formación cristiana en el ámbito parroquial. Toda esta trama de agentes implicados exige una importante colaboración y coordinación a nivel diocesano, de tal suerte que naveguemos juntos en la misma dirección y establezcamos los cauces necesarios para que la llamada de Dios sea escuchada en cualquier momento de la vida o en diferentes ámbitos religiosos. 

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