Homilía en el funeral de Javier García, padre de monseñor García Cadiñanos

Un saludo a don Ramón, hermano en el episcopado. Quiero hacer presente también a don Mario, nuestro arzobispo, que no se ha podido hacer presente. Igualmente a don Fidel, nuestro arzobispo emérito, que me ha enviado un saludo afectuoso. También con él a tantos hermanos obispos que se han puesto en contacto estos días conmigo. Saludos a todos los sacerdotes, tan numerosos, especialmente a mi vicario general que representa a todo el presbiterio y la Iglesia de Mondoñedo-Ferrol. Saludo a todos y cada uno de los presentes y de los que no han podido venir pero que hoy se unen a nosotros, especialmente familiares. Viendo vuestros rostros aquí descubro un montón de lugares tan queridos y relacionados conmigo y con mis hermanos. ¡Cuántos lugares de vida que nos han dado tanta vida!

Durante años en mi casa se ha venido hablando de este momento. En múltiples ocasiones, cada comida dominical, mi padre ha ido preparando su fallecimiento desde el convencimiento de que vida y muerte forman parte misma realidad vital. Hoy bien podemos decir que se hace realidad que él tanto deseaba: “Ir a la Casa del Padre”. Así lo sintió, así ha vivido esta última etapa y así nos lo hizo sentir.

En gallego tenemos una expresión muy hermosa para referirnos al momento de la muerte desde la fe y la esperanza: lo hacemos con la expresión “pasamento”. No decimos muerte o fallecimiento, sino que indicamos pasamento porque es un paso, un pasaje hacia la casa definitiva.

Comprender así la vida y la muerte da otro sentido, otra profundidad, otro horizonte. Nos permite aprovechar la vida desde la certeza de que estamos de paso y que todo adquiere cumplimento al final. Nos permite mirar a la cara a la muerte porque no es la nada definitiva sino un tránsito difícil y doloroso pero lleno de esperanza.

Creer esto solo lo conseguimos cuando descubrimos que Dios es amor, como escuchábamos en la primera lectura: Dios nos ama y nos envía a su hijo Jesús para que percibamos que la experiencia de descubrimiento de Dios Amor es la experiencia más transformadora y liberadora que puede experimentar el creyente. Dios siempre se anticipa a nuestro amor, Dios nos primerea como le gusta decir a nuestro papa Francisco, y la vida creyente no es otra cosa sino responder a esa certeza y conocimiento del amor de Dios.
Así lo hemos rezado en el salmo responsorial: “Él perdona todas tus culpas y cura todas tus enfermedades; el rescata tu vida de la fosa y te colma de gracia y de ternura. El Señor es compasivo y misericordioso lento a la ira y rico en clemencia”.

La vida de fe de mi padre se fundamentó en eso. En la certeza y la experiencia de un Dios con el que se puede entablar una historia de amistad renovadora. Su amor a la sagrada escritura, que diariamente leía, le hizo saborear la historia de salvación, su propia historia de salvación, como una historia de amor. Por eso coma el funeral de hoy se convierte fundamentalmente en una acción de gracias como escuchábamos en el evangelio: “Te doy gracias, Padre, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla”.

El evangelio hoy como siempre se vuelve a hacer realidad en hombres sencillos como mi padre, “los Santos de la puerta de al lado” coma que han sabido transmitir la fe y unos valores sobre los que edificar la vida personal, y el compromiso social y laboral.

La muerte de mi padre, por providencia, tuvo lugar el día del curpillos, una fiesta tan burgalesa y tan eucarística, y a nivel de iglesia universal el día del Sagrado Corazón al que él encendía la luz de su imagen cada noche, que iluminaba la oscuridad de nuestra casa. De salud es la que hoy les llevará al conocimiento pleno de todo lo que intuyó.

Su amor a la Eucaristía, en las noches de vela en la Adoración Nocturna, acompañados de su voluntariado y sus servicios múltiples en la Iglesia, su segunda familia, así como el empeño por la familia, han sido el mejor legado que nos ha dejado como herencia. Por eso, hoy damos gracias a Dios porque, como decía santa Teresita de Lisieux, “el Señor nos dio unos padres más propios del cielo que de la tierra”.

Pedimos a María en el sábado, mi padre madrugó durante muchos años a la sabatina con Santa María la Mayor, que ella que es Madre acompañe también este «pasamento», esta vida sencilla pero plena y cumplida, y que nos ayude a encontrar consuelo y la fortaleza que necesitamos.

Burgos, 17 de junio de 2023

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