Homilía en el funeral por el papa Francisco

“Padre, este es mi deseo: que los que me confiaste estén conmigo donde yo estoy y contemplen mi gloria, la que tú me diste, porque me amabas, antes de la fundación del mundo” (Jn 17,24). Estas palabras que acabamos de proclamar en el evangelio son las que hoy se convierten en nuestra oración confiada al ofrecer esta eucaristía por nuestro hermano el papa Francisco, que ha servido a la Iglesia durante toda su vida y que, durante estos últimos doce años, ha ejercido ese ministerio tan complejo y tan necesario de presidirnos en la fe, en la esperanza y en la caridad. Este es hoy nuestro deseo y nuestra esperanza que se asienta en las mismas palabras de Jesús: a los que él eligió y asoció a su obra y a su misión, los quiere eternamente con él gozando de la vida eterna. Esa vida que el papa ha predicado, explicado, pregustado en esta vida y que hoy esperamos y oramos que sea para siempre en el amor misericordioso de Dios. La muerte se convierte así en una puerta santa que, atravesada, lleva al jubileo más pleno del encuentro con aquel que un día llamó a nuestro hermano Francisco, de quien se fio, por el que apostó, al que predicó y por quien se entregó hasta el último día.

Junto a la oración en esperanza, nuestra eucaristía de hoy se convierte también en acción de gracias. ¡Qué bien acompaña el Señor a su pueblo! ¡Cuántas gracias el Señor derrama sobre cada uno de nosotros y sobre este “nosotros comunitario” que es la Iglesia, a través de personas concretas y acontecimientos! Hoy nuestra acción de gracias permanente se concreta en un rostro y una vida de servicio: la de nuestro querido papa Francisco. No es momento hoy de hacer un balance de su pontificado que se ha identificado y desarrollado plenamente en el espíritu y la letra del Vaticano II. No nos corresponde a nosotros hacer un juicio, que sólo dejamos en las manos de Dios misericordioso. Sin duda, como toda obra humana, tiene muchas aristas que dejamos en las manos de Dios.

Esta acción de gracias de esta Iglesia diocesana lo es muy particular para mí. Como podéis imaginar, su pontificado y su figura quedarán muy unidos a mí por haber sido el que me llamó al orden del episcopado y el primer papa con el que pude estrechar sus manos, entablar conversación, diálogo fraterno, encuentro en la misión. Estoy, como podéis imaginar, y siempre lo estaré, especialmente agradecido por su confianza, por su cercanía, por su magisterio y por su representación de Cristo Pastor, con la que me identifico plenamente en estilo, intuiciones, gestos y claves fundamentales.

Como os decía en el mensaje inmediato que lanzaba a la diócesis al conocer el lunes pasado su fallecimiento, considero que ha sido un auténtico regalo de Dios para nuestra Iglesia, y también para nuestra sociedad, a la que le faltan tantos referentes proféticos con entidad y peso moral. El papa Francisco nos ha ayudado a ir al centro, al núcleo de la experiencia cristiana, “al corazón del evangelio” que no es otro sino el encuentro con la misericordia del Padre. Una misericordia que cambia el corazón y le transforma en experiencia gozosa y alegre. De eso nos habla precisamente la última encíclica Dilexit Nos que, como bien señalaba él, se convierte en la clave de bóveda de todo su magisterio y que explica todo el desarrollo que ha realizado en el resto de sus escritos. Así dice en el número 217: “Lo expresado en este documento nos permite descubrir que lo escrito en las encíclicas sociales Laudato si’ y Fratelli tutti no es ajeno a nuestro encuentro con el amor de Jesucristo, ya que bebiendo de ese amor nos volvemos capaces de tejer lazos fraternos, de reconocer la dignidad de cada ser humano y de cuidar juntos nuestra casa común”.

Y así se entiende mejor la convocatoria del Año Santo de la Misericordia en 2016 que concluyó con la instauración de la Jornada Mundial de los Pobres: ambos gestos, para mí centrales en este pontificado, visibilizan su voluntad de que, en este cambio de época, en esta nueva etapa evangelizadora donde no nos podemos perder en mil divagaciones sino que tenemos que ir a lo fundamental, la misericordia como medicina a aplicar y a consumir personalmente ante nuestras heridas y las miserias humanas, es el único camino para alcanzar la santidad y que nos puede descubrir y sentir como buena noticia en medio de nuestro mundo. El capítulo 25 de Mateo, tan querido para nuestro papa, “estuve enfermo, en la cárcel, fui forastero… y me acogisteis”, sigue siendo provocación acuciante para nuestro cristianismo hoy.

Pero, aunque no es momento de hacer un balance, sí que creo que es bueno hacer una síntesis y rememorar algunos de sus mensajes que nos pueden quedar como recuerdo para todos nosotros. Es lo que hacemos cuando despedimos a alguien querido: inmediatamente repasamos su legado entre nosotros y sus invitaciones o enseñanzas. De esta manera expresamos nuestro cariño y nuestro agradecimiento con aquel a quien despedimos que ha sido, por inspiración del Espíritu, sucesor de Pedro y de su ministerio de unidad en la Iglesia. Os invito a hacer hoy este ejercicio. Sin duda, nos podrá hacer mucho bien.

¿Qué enseñanzas y mensajes pueden quedar en nuestra retina y en nuestro corazón para hacerlos vida en nuestros personales procesos de fe y de discipulado? ¿Qué invitaciones nos ha realizado de cara a esa urgente conversión pastoral y eclesial que es siempre de toda la Iglesia, también tuya y mía, para reformarla y hacerla mejor? Permitidme que comparta con vosotros los que a mí más me han llegado y ayudado.

El papa nos ha invitado a soñar en infinidad de ocasiones. Fijémonos, en primer lugar, qué sueño nos ha propuesto en nuestro compromiso y en nuestra tarea por edificar este mundo en el que vivimos. Todos, también los cristianos, somos ciudadanos de esta casa común en la estamos llamados a participar activamente. Nuestro mundo no nos es indiferente. Sus gozos y esperanzas son los nuestros, desde los que participamos. En ese sentido, dos claves de bóveda han sido fundamentales: la fraternidad y el cuidado. Sin duda, vivir estas intuiciones nos hará mucho bien.

La fraternidad conlleva reconocer al otro como un hermano, y no como un competidor o alguien ante quien puedo pasar indiferente o, incluso, descartándolo. La fraternidad me lleva a descubrirlo como valioso, como alguien que me ayuda en mi crecimiento y me revela caminos hermosos de descubrimiento del ser de Dios. Así son los hermanos migrantes, y los presos, y los empobrecidos de nuestro mundo ante los que no podemos pasar de largo.

Junto a ello, el cuidado como cultura. Cuidado unos de otros, y cuidado de la casa común en la que vivimos y que no nos pertenece porque es herencia y don de Dios. Cuidar nos acerca más al Creador, que es lo que hace diariamente con nosotros. Fomentemos una cultura del cuidado, en la que la política, pienso en vosotros los políticos y responsables públicos aquí presentes, tenéis un compromiso importante si sabéis subiros a las alas que aporta el bien común. ¡Qué importante vuestra tarea y vuestra responsabilidad por hacer un mundo más fraterno!

Continuemos acogiendo lo sueños del papa, y detengámonos en el que Francisco diseñó para nuestra Iglesia diocesana. Sin duda, un programa hermoso y atractivo que busca la transformación y renovación como proceso, y que pasa por cuatro líneas: la alegría del evangelio, la urgencia de la misión, la sinodalidad como forma de vivir en la Iglesia y la cercanía a los más pobres.

Sin duda, si a algo nos ha convocado el papa Francisco durante estos doce años ha sido fundamentalmente a vivir la alegría del evangelio y a salir con nueva fuerza misionera en estos tiempos complejos de ocultamiento de Dios. Si os fijáis, todos sus documentos nos invitan a vivir la alegría del encuentro personal con Cristo. Sólo el descubrimiento gozoso de este amor privilegiado de Dios por cada uno de nosotros nos transformará la vida y nos permitirá que salgamos de nuestra comodidad y costumbre para hacer nuevas propuestas evangelizadoras. Salir ha sido una invitación continua para que redescubramos la alegría de sentirnos discípulos misioneros. En estos tiempos se necesitan especialmente evangelizadores, misioneros alegres que compartan en diálogo fraterno, como los discípulos de Emaús, lo que llevamos en el corazón.

Y junto a la alegría y la misión, un tercer elemento que pasa por participar y caminar todos juntos en la marcha de la Iglesia, de una forma sinodal, en la que nadie quede excluido, como manera concreta de ser “una Iglesia otra”, hogar y tienda que se abre. Sin duda, nos queda mucho camino por recorrer: son costumbres y hábitos mal adquiridos, son ausencias de compromiso y formación, son descuidos y desaciertos que tendremos que corregir y promover.

Por último, su sueño de Iglesia pasaba por potenciar la dimensión social de la fe que se expresa en la mirada cercana a los más pobres y excluidos, a las periferias terrenales y existenciales. Sólo una Iglesia que sirve, que se pone en actitud de lavar los pies a todos, que vive en clave de salida hacia los que no cuentan, es hoy creíble en el evangelio que profesa. Sólo una Iglesia así puede ser atractiva para los no creyentes que hoy son mayoría. También aquí hay mucho en lo que convertirnos y empeñarnos con la ayuda de Dios, pues la dimensión social de nuestra fe se convierte en muchos procesos en la hermanita pobre de nuestra experiencia.

Finalmente, y a pesar de ser ya un poco largo, permitidme una palabra para vosotros sacerdotes: el papa Francisco ha escrito mucho y ha tenido muchos gestos y momentos de encuentro con los sacerdotes y seminaristas. Pienso especialmente en nuestro último encuentro el pasado mes de diciembre con los seminaristas de nuestro Seminario Interdiocesano. ¿Qué sueño de pastor tenía en mente y nos ha invitado a encarnar? Sin duda, alguien lejano al clericalismo que es una forma velada y sutil de poder, como estilo aburguesado y acomodado, sin vocación de entrega y donación, sin capacidad para la vida comunitaria y eclesial. Y junto a ello, una propuesta hermosa y atrayente de vida sacerdotal: la que se muestra como verdadero pastor, entregado y preocupado del santo pueblo de Dios. ¿Cómo no recordar y hacer mención aquí de las cuatro cercanías que tienen que marcar la vida de todo sacerdote que quiera ser hoy fiel a su vocación? Cercanía con Dios, del que ha de ser un experto por experiencia vital, cercanía con su obispo, cercanía con el Pueblo de Dios y cercanía con el presbiterio.

Se recoge aquí todo un estilo y proyecto de vida sacerdotal y de liderazgo pastoral que nos lleva a la fructífera y necesaria creatividad. Sin duda, como os dije en la misa crismal última, es la cercanía la que mejor refleja la manera de ser de Dios, de la que nosotros estamos llamados a ser su reflejo. Y es la cercanía la que más valora nuestro Pueblo de Dios al que hemos sido enviados. Una cercanía que no tiene que ver sólo con el carácter y que no se identifica con la simpatía, sino que va más allá: es una actitud, una manera de vivir el ministerio y presentar la propuesta cristiana, es una manera de estar entre la gente que permite tocar sus preocupaciones, de quererles, una forma de vida que se abaja y que, por tanto, ha de cultivarse y cuidarse, pues ha de luchar contra las tentaciones que la impiden. Seamos cercanos y directos para que podamos dialogar de tú a tú con nuestro mundo, para que nos vean como ministros de comunión, para que podamos hacer la propuesta concreta del evangelio de Jesús. Sin duda, es la mejor campaña vocacional que permanentemente podremos hacer y que puede atraer hoy a los jóvenes que buscan.

Concluyo. Muchas gracias por vuestra presencia hoy aquí que manifiesta el cariño a la Iglesia y su ministerio, especialmente al legado del papa Francisco. Os invito a pedir hoy juntos al Espíritu que nos aliente para que estos sueños buenos y grandes él los vaya guiando de manera que se hagan realidad. Que lo que el Espíritu hoy ha inspirado a nuestra Iglesia y a nuestro mundo a través del papa Francisco, él lo vaya concretando con el compromiso de todos nosotros. Gracias Padre Dios, por habernos ayudado a través del servicio de nuestro papa.

Concluyo con las mismas palabras del cardenal Re en su misa funeral en el Vaticano: “Querido papa Francisco, tú concluías siempre tus discursos pidiendo que rezáramos por ti. Ahora te pedimos que reces por nosotros y que desde el cielo bendigas a la Iglesia, bendigas a Roma, bendigas al mundo entero, como hiciste el domingo pasado desde el balcón de esta basílica en un último abrazo con todo el pueblo de Dios, pero idealmente también con la humanidad que busca la verdad con corazón sincero y mantiene en alto la antorcha de la esperanza”.

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