Homilía en la Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado 2024

Homilía pronunciada por el obispo de Mondoñedo-Ferrol, monseñor Fernando García Cadiñanos, durante la ucaristía con motivo de la Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado 2024, celebrada en la iglesia de Nuestra Señora del Rosario, en Torrejón de Ardoz (Madrid), el domingo 29 de septiembre de 2024.

TELEVISIÓN: Retransmisión de la eucaristía por La 2 de Televisión Española

«La palabra de Dios que escuchamos cada domingo resuena de manera diferente en función de los contextos y de la vida que va iluminando. En efecto, como reza el salmo, “lámpara son tus palabras para mis pasos, luz en mi sendero”. Por eso, estas hermosas lecturas que hoy hemos proclamado en medio de esta comunidad cristiana, que de por sí ya es buena noticia para este barrio plural y para Torrejón, nos pueden ayudar a reflexionar y vivir mejor la Jornada Mundial del Migrante y Refugiado que hoy celebramos con toda la Iglesia.

Me parece que pueden ser tres los mensajes que afloran de la Palabra que hoy hemos proclamado y que se dirige tanto a quienes estamos aquí como a quienes se unen a nosotros desde sus hogares, muchos de ellos a causa de la enfermedad, la ancianidad, la dependencia o las situaciones de soledad. A todos, un abrazo.

En primer lugar, la Palabra de este domingo nos invita a agradecer y reconocer el numero ingente de personas buenas que hay en nuestro mundo. En ellas, el Espíritu del Señor está actuando cuando acogen, protegen, promueven e integran a tantas personas migradas y refugiadas en nuestro país o en otros lugares del mundo. Sí. Hoy son muchas las personas, cristianas y no cristianas, que personal o asociadamente están comprometidas con la causa del Espíritu que es la unidad de la familia humana. Aunque a través de los medios de comunicación afloran y se conocen más las noticias de muros, xenofobia, rechazo y violencia frente a nuestros hermanos que vienen de lejos, sin embargo, son más los gestos de acogida, cercanía y solidaridad. Dios camina con su pueblo, como nos dice el lema de la jornada de este año, y nunca lo abandona, especialmente a las personas que más lo necesitan. Camina con y camina en, Es Cristo quien viene en la persona de los migrantes. Por eso, la Palabra nos invita hoy purificar una mirada que descubre, por una parte, las aportaciones valiosas que los migrantes ya están haciendo entre nosotros para que crezcamos como pueblo, como Iglesia y como sociedad. Y, por otra, a comprometernos con gestos de acogida y bondad hacia quienes son víctimas del hambre, la guerra, la pobreza, la violencia, los regímenes corruptos o el descuido del medio ambiente. Porque, no lo olvidéis, son estas, y no otras, las causas por las que muchos hermanos tienen que huir de sus países y piden hoy ser acogidos en el nuestro. Afortunadamente, como dice el Señor, el que no está contra nosotros está a nuestro favor y, por eso, son muchos los que hacen el bien, superando nuestros círculos reducidos y construyendo así una sociedad más humana y fraterna, sociedad de “plena ciudadanía”.

Os invito, por tanto, a dar gracias y reconocer la presencia del Espíritu que sigue vivo en todas estas personas. Que el Espíritu siga suscitando muchos profetas en nuestro mundo para transformarlo en clave divina. Para que la voluntad de Dios se haga en la tierra como ya se realiza en el cielo. Es más, que el Espíritu venga sobre los que estamos aquí y sobre los que nos estáis viendo a través de las pantallas, para que nos haga a todos testigos del Evangelio, profetas que acogen e integran.

La segunda lectura del apóstol Santiago nos lleva a una segunda reflexión. Se trata de un texto ciertamente muy interpelante y que, en este contexto de un mundo rico y un mundo empobrecido nos debe cuestionar. El apóstol recrimina a los ricos de su tiempo sobre el uso de su riqueza y la acumulación en la que vivían. Leído en un contexto global puede resultar un juicio sobre la desigualdad entre lo que algunos denominan el Norte o el Sur global. Como decía Juan Pablo II: “Este Sur pobre juzgará al Norte rico. Y los pueblos pobres y las naciones pobres, pobres en varias formas, no solo por faltad de comida, sino también por falta de libertad y de otros derechos humanos, juzgarán aquellos pueblos que les han usurpado estos bienes, arrogándose el monopolio imperialista de la economía y de la supremacía política”. Sí, porque la propiedad sobre los bienes materiales tiene siempre una dimensión social que nunca podemos olvidar. Las personas no somos mercancías y las vidas humanas no tienen precio, sino un valor infinito en su dignidad de hijos de Dios. En este sentido, quizás conviene centrarse más en dejar de luchar contra los pobres y luchar contra la pobreza. El legítimo derecho a la seguridad de nuestras fronteras, por tanto, no debe de estar regido únicamente para garantizar y mantener el solo bienestar material egoísta. Cualquier lectura individualista y puramente material a la hora de juzgar y actuar sobre esta cuestión es contraria a la mirada que Dios tiene sobre el mundo y sobre los bienes materiales que él ha dispuesto para el disfrute de todos sus hijos.

Una última reflexión desde el Evangelio. Jesús nos prometía que “el que dé a beber un vaso de agua no quedará sin recompensa”. Los obispos españoles acabamos de publicar una exhortación que lleva por título “Comunidades acogedoras y misioneras”. Documento que os invito a leer y comentar. Se trata de animar a que nuestras comunidades cristianas sean capaces de convertirse en fuente de vida sacramental y de vida integral, fuente de la que todos puedan beber con el vaso necesario y generoso que significa la acogida. En efecto, en la integración de todas las personas nos jugamos el futuro de nuestra Iglesia y de nuestro mundo. La interculturalidad es la nota característica de nuestras sociedades. Ante ella podemos encerrarnos en nuestro caparazón hecho de miedos, auto referencialidad e indiferencia, o abrirnos a la catolicidad que abraza en la comunión la diversidad y complementariedad de culturas. En la Iglesia nadie es extranjero. El proyecto de los que creemos en Jesús, no se conforma con una acogida para sencillamente abrir las puertas y dar la bienvenida. Jesús nos invita a un proceso de escucha y diálogo que nos hace salir de nuestro propio yo para caminar juntos hacia un futuro que nos enriquece mutuamente. Acoger es reconocer que el otro nos importa, que es un valor para nosotros, que el otro es mi hermano con el que me relaciono y convivo.

Dar un vaso de agua es convertir a nuestra Iglesia en un signo profético de buena noticia en nuestro mundo. Un mundo que necesita de gestos y testimonios de esperanza. Los cristianos somos levadura de humanidad, factores para una civilización del amor, promotores de una cultura del encuentro hecho de muchas y variadas formas de santidad, pero fundamentalmente de detalles concretos y sencillos.

Os invito hoy a estrechar la mano de un hermano migrante, a ser capaces de acoger en el corazón la vida de quienes han venido de lejos, a posibilitar que nuestros prejuicios y valoraciones se transformen en el encuentro con el otro… con el otro que es el propio Cristo.

Que la eucaristía que celebramos en esta Jornada sea sacramento de la fraternidad a la que el Reino de Dios y Jesús nuestro Redentor nos convoca. La eucaristía hace presente a Dios caminando con su pueblo, aquí Cristo nos alimenta, configura y envía a crear entre nosotros las comunidades acogedoras y misioneras que anuncian el Evangelio de la paz».

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