Homilía en la Pascua del Enfermo

Hay un refrán castellano que dice: “Los perros y los niños solo quieren de cariño”. Sin duda, todos lo hemos comprobado cuando repartimos un caramelo o una caricia. En efecto, el corazón del ser humano está abierto básicamente para el amor y busca constantemente los lugares y las personas que irradian el amor. Porque, paradójicamente, aunque estamos hechos para el amor y ansiamos el amor, nuestro mundo carece de amor y tiene sed de amor.

Basta que contemplemos cada día nuestra realidad para descubrir tantas huellas de odio, de violencia, de egoísmo. Cercanas y lejanas. Pareciera como que disfrutáramos cuando vivimos en esta especie de modo antinatural de organizar nuestra vida personal y social.

Precisamente en esta perplejidad que se mueve entre el ideal y la realidad, escuchamos hoy la Palabra de Dios de este sexto domingo del tiempo pascual. Una palabra que resuena en nuestros oídos como auténtica Buena Noticia, como anhelo deseado y esperado. Os invito a que la acojáis como la acogieron los oyentes que recibieron el primer evangelio: “Como el Padre me ha amado, así os he amado yo. Permaneced en mi amor”. “Dios es amor. En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios envió al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de Él”.

Corresponden estas palabras que se convierten en anuncio al núcleo central de la experiencia de fe cristiana. Es el kerigma fundamental, el mensaje permanente que la Iglesia ha vivido y transmitido a lo largo de todos los siglos. Así lo sintió la primera comunidad cristiana que, durante este tiempo pascual, hemos venido rememorando en nuestro propio camino de renovación bautismal. Así lo anunciaron a los gentiles y a todos los pueblos en ese mandato misionero hasta los rincones del mundo. Dios es amor. Dios te ama.

El papa Benedicto XVI nos lo dejó escrito bellamente en un texto que repetimos en tantas ocasiones y que resume perfectamente la experiencia de fe que en este domingo se nos invita a recordar, avivar, redescubrir: «No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva» (Deus caritas est, 1).

Sí. Ser cristiano es encontrarse y descubrir a Jesucristo que nos ama y que entregó su vida por nosotros. No somos nosotros los que amamos a Dios: nuestra fe es una respuesta a un amor que nos antecede, que nos desborda, que se nos regala. Ser cristiano es hacer experiencia de ese amor infinito que Dios te tiene, que Dios te regala sin mérito propio. Ser cristiano es acoger la buena noticia de un Dios que tiene su corazón volcado hacia ti, acogiéndote y llevándote por el Camino de la Vida. Sí. Ser cristiano es descubrir la sorpresa y hermosura de este gran amor. Ese es el amor primero, el amor fundante que nos permite permanecer y no cansarnos cuando aflora la rutina, el cansancio, la fatiga.

Y por ello, como nos dice la cita del papa Benedicto, la vida adquiere otro horizonte: el que experimenta que hay Alguien que le ama descubre que su vida tiene sentido, tiene una misión, tiene una razón. No cabe ya el derrotismo, ni la tristeza, no tiene lugar el abismo o las tinieblas. Al contrario, el que experimenta ese amor no puede por menos de sentirse lleno, de vivir feliz, de querer formar parte de la comunidad de los amigos que quieren irradiar el amor y vivir en clave de amor. Como el Amigo con mayúsculas nos enseñó y mostró el camino. La Iglesia es la comunidad de los que han sido tocados por el amor de Dios y quieren hacer del amor, del auténtico amor que sabe entregar la vida, la razón de su existencia. Porque conocer auténticamente a Dios no es participar en el culto o saber lecciones de teología: es vivir empapados de ese amor, hacer experiencia de canal, de acequia que permita derramar ese amor a todos los rincones y a todas las gentes de todos los tiempos.

Muchos sabéis que mi lema episcopal es precisamente este: In omnibus caritas. Es decir, en todo caridad, en todo amor. El amor es el bálsamo que nuestro mundo necesita porque es la medicina con la que Dios nos trata, especialmente a nuestro mundo herido y dolorido. Es la medicina y es el mandato, la seña de identidad con la que mejor nos conocerán a aquellos que nos llamamos seguidores del Cristo que entregó su vida por sus amigos.

Amar no es una bella palabra, sino una forma de vivir: la manera de vivir de Dios. Una forma que se concreta en actos concretos. La primera lectura nos hablaba de la experiencia de Cornelio, un pagano que es acogido y bautizado en la primera comunidad cristiana. Ese amor universal de Dios se expresó en una Iglesia abierta a todos, al extranjero, al foráneo, al de otra raza. Una Iglesia que se hace así católica, universal, semilla de fraternidad en un mundo que tiende a hacer muros y separaciones.

Y ese amor se manifiesta también en el cuidado hacia nuestros hermanos enfermos, muchos de los cuales estáis hoy participando en esta retransmisión. Celebra la Iglesia en España la Jornada del Enfermo. Un día para recordar la importancia del cuidado y del acompañamiento a nuestros hermanos enfermos. Como para Jesús los enfermos estuvieron en el centro de su misión, también para la Iglesia han de estar en el centro de su corazón de madre. Por eso hoy celebraremos comunitariamente la unción de enfermos.

Este sacramento es el bálsamo de amor misericordioso que Dios nos quiere regalar cuando nos empiezan a flaquear las fuerzas, cuando los años y la enfermedad nos pesan. Es en esos momentos cuando Dios, que es amor, viene a nuestro encuentro para darnos su fuerza y su gracia de manera que podamos llevar con paz y esperanza el ocaso de nuestra vida. La unción de los enfermos es un hermoso sacramento que viene en ayuda de nuestra debilidad, que surge de un Dios Padre que no nos abandona y quiere brindarnos su fuerza en la fragilidad humana. Así son los signos del amor de Dios.

En esta eucaristía, junto con nuestro agradecimiento por este sacramento de la unción, queremos dar gracias por tantos cuidadores de enfermos que dedican vida y sabiduría para acompañar en la enfermedad. Tantos voluntarios de la Pastoral de la Salud que, junto a los capellanes de los hospitales, son la mano misericordiosa de nuestro Dios. Sin duda hoy siguen siendo muy necesarios como auténticos instrumentos del amor de Dios. Os invito en esta eucaristía a orar por todos ellos y, sobre todo, por los enfermos, por sus familias, por sus cuidadores, por el personal sanitario y por la comunidad cristiana, para que sea siempre hogar que acoja y acompañe a todos.

[Esta eucaristía fue retransmitida en directo por la Televisión de Galicia desde el santuario ferrolano de Nuestra Señora de las Angustias. Domingo 5 de mayo de 2024]

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