Desde hace algunas semanas nos encontramos en plena campaña de la renta. Un momento en el que todos los ciudadanos saldamos cuentas con Hacienda en el pago de los necesarios impuestos. La vida en comunidad conlleva el sostenimiento entre todos de los servicios compartidos. Nuestro estado de bienestar del que disfrutamos necesita financiación si quiere ser eficaz y garante de derechos. Además, los impuestos contribuyen a vertebrar mejor nuestra sociedad, pues permiten y facilitan el equilibrio en las actividades económicas de los diferentes sectores y, especialmente, ayudan en la urgente redistribución de la renta. Por ello, el debate sobre la fiscalidad, tan presente siempre, pero especialmente en momentos de campaña electoral, es en el fondo un debate profundo sobre el concepto de equidad y de modelo de sociedad.
La moral cristiana enseña la obligación moral al pago de los impuestos. Y lo hace en base al principio del bien común y del destino universal de los bienes que desarrolla su doctrina social. En efecto, todos tenemos que participar en lo que es de todos desde la certeza de que la propiedad, también las rentas, tiene siempre una finalidad social que se proyecta más allá del beneficio y goce particular.
Además, en los criterios de moralidad, plantea la urgencia de avanzar en una fiscalidad justa, solidaria y progresiva. Será justa en la medida en que, entre otras cosas, luche por garantizar los derechos, no derroche recursos ni recurra a la presión fiscal como medio sencillo a la ausencia de una justa administración. Será solidaria en cuanto todos contribuyan, aunque de manera diferente. Así lo enseñaba ya Juan XXIII cuando afirmaba: “La exigencia fundamental de todo sistema tributario justo y equitativo es que las cargas se adapten a la capacidad económica de los ciudadanos” (MM 132).
Esta es básicamente la filosofía que está detrás del impuesto sobre la renta al que estos días nos enfrentamos. Pero, además, con este ejercicio se nos invita también a elegir el destino del 0,7 % de nuestros impuestos. Lo hacemos en las casillas 105 y 106, donde se nos pregunta si queremos destinar esa parte de nuestros impuestos a la Iglesia católica y a otras entidades de fines sociales.
Seguro que en muchas ocasiones hemos comentado la posibilidad de que se nos pregunte sobre el destino de nuestros impuestos. Hasta el propio Benedicto XVI animó a desarrollar el principio de subsidiariedad en el pago de los mismos. De esta manera, “se permitiría a los ciudadanos decidir sobre el destino de los porcentajes de los impuestos que pagan al Estado” (CV 60). Así se crecería en participación e integración social, fomentando el sentido de pertenencia e implicación ciudadana.
Esto es lo que se nos posibilita a través de esta elección. Además, marcar la casilla a favor de la Iglesia católica y la de fines sociales es una manera de identificarse con el quehacer de la Iglesia, de apoyar su obra social, educativa y cultural que permite una sociedad más fraterna y más humana. Marcando la casilla de la Iglesia católica y la de fines sociales no pagas más, ni se te devuelve menos, pero ayudas el doble a quien más lo necesita. En estos momentos de dificultad es especialmente importante estar cerca de las personas que más lo necesitan, como siempre está la Iglesia. Con este gesto tan sencillo facilitas la financiación de parte de la tarea de la Iglesia, así como de muchos proyectos y programas sociales, educativos y culturales que realiza y que contribuyen al desarrollo de las personas.
Te animo a que hagas ese ejercicio de libertad tan sencillo. Te invito a que lo difundas entre tus amigos y conocidos. Invito a las entidades que tramitan la declaración a que informen adecuadamente al respecto. Sin duda hemos de superar muchos prejuicios y malas informaciones al respecto. Os confieso que me llama mucho la atención que nuestra comunidad autónoma de Galicia, tan unida a lo religioso, sea la penúltima en el ranking nacional que menos pone la crucecita a favor de la Iglesia. No sé si sabes que, si la media nacional se sitúa en el 31,29 % de las declaraciones, en Galicia el porcentaje solo llega al 23,9 % de declarantes. Además, un 36 % no marca ninguna elección. Estoy seguro que podremos superar esta tendencia. Sin duda.
Vuestro hermano y amigo.
+ Fernando García Cadiñanos
Obispo de Mondoñedo-Ferrol