Celebramos hoy la fiesta de la Pascua. Para los cristianos se trata del día más importante del año porque celebra la resurrección de Jesús. No es un hecho cualquiera: es el hecho determinante que transforma la historia del mundo y la historia personal. El Crucificado, aquel que hizo de su vida una entrega completa de sí mismo al Padre, ha sido resucitado para nuestra salvación. De esta manera, la muerte ya no tiene la última palabra y la oscuridad en la que sumerge la vida entera y los avances de la historia se abren a una nueva esperanza y a un nuevo horizonte.
En una sociedad marcada por la muerte es hermoso festejar la vida y compartir y ofrecer abiertamente a aquel que para nosotros es la vida. Quizás más que nunca se hace hoy este anuncio necesario y hermoso. Cuando reina la desesperanza y la muerte parece cubrirlo todo, los cristianos somos personas seguidoras y atrapadas por la vida.
Como dice el catecismo “Buscad al Señor”, recientemente aprobado por los obispos, “Cristo nos asegura que es la resurrección y la vida y que estamos llamados a una vida eterna, a una vida para siempre. El itinerario de nuestra existencia debe recorrerse con la mirada puesta en la vida eterna. Somos hombres en camino hacia una meta, la vida en plenitud junto al Señor”. Por eso, con la resurrección, “el cristiano sabe que su vida tiene un sentido, marcha hacia un horizonte, se encamina hacia la vida eterna y esto ilumina su existencia cotidiana y le da esperanza a todo lo que vive. Cristo se convierte para él en la vida”.
No extraña, por tanto, que su resurrección se convierta en la alegría fundante de nuestra fe, la razón de nuestros encuentros dominicales, el motivo de nuestra esperanza en medio de tanto dolor. Y es que, reconocer que Cristo ha resucitado es descubrir a Cristo junto a nosotros, posibilitar hacer esa experiencia transformadora y edificante. Cristo vive, Cristo acompaña nuestro caminar. Jesús no es ya un personaje del pasado al que puedo y debo admirar. Él vive aquí y ahora y se quiere encontrar contigo, quiere hacer historia de amistad contigo, te quiere llenar de vida, de su vida.
Una vida que nos llena personalmente, pero que significa también vida para el mundo. Porque su resurrección se contagia a todo el cosmos, a todo lo creado. La mirada y la fuerza del Resucitado nos conducen a trabajar por la transformación de nuestro mundo y por llevar la esperanza y la alegría que llevamos. En efecto, sólo así podemos percibir y alentar tantas semillas de resurrección como nos rodean.
Jesús, el Viviente que nos vivifica, está con nosotros para siempre. Como dice el papa Francisco, “Él no es un Dios lejano, sino el Dios cercano que te conoce mejor que nadie y te ama más que nadie. Él camina contigo cada día, en la situación que te toca vivir, en medio de tus problemas y esperanzas”.
Por eso, la Pascua es el tiempo en el que el Señor quiere pasar a tu lado y te quiere tocar para curarte y sacarte de tus espacios de muerte. Con él lo tenemos todo, con él podemos atravesar seguros el puente que nos lleva a la auténtica y verdadera vida. Él abre nuevos espacios y caminos donde piensas que no los hay, porque miras únicamente sin la perspectiva de la Pascua. Él llena de color y de vida las riberas secas y oscuras que rodean nuestro mundo. ¡Déjate sorprender y tocar por el Resucitado! Como los discípulos de la primera hora, lo podrás encontrar en nuestra Iglesia que lo hace presente y lo celebra en el complejo peregrinaje de nuestra historia.
¡Feliz Pascua de Resurrección!
Vuestro hermano y amigo,
+ Fernando, obispo de Mondoñedo-Ferrol