Las migraciones en la actualidad: desafíos en materia de derechos humanos, humanidad y espiritualidad

Conferencia impartida por el obispo diocesano, monseñor Fernando García Cadiñanos, el 16 de enero de 2025 en Cabo Verde, dentro de los actos conmemorativos del 500º aniversario de la creación de la diócesis de Santiago.


VÍDEO CONFERENCIA (visualización minuto 1:42:25)

1. Las migraciones: un factor permanente, estructural y disfuncional de nuestro tiempoEl fenómeno de las migraciones pertenece al ámbito más amplio de la movilidad humana, en el que se encuentra también el turismo. Esta es precisamente una de las características de nuestro tiempo que se ha desarrollado como consecuencia de la globalización. Si siempre el ser humano se ha desplazado en la búsqueda de fuentes de riqueza, de bienestar, de crecimiento personal y social… los tiempos actuales han facilitado, más que nunca en la historia, la movilidad humana.

El ser humano siempre ha estado en constante movimiento. Las migraciones no son un fenómeno nuevo. Así nos lo demuestra la historia. Desde los inicios, el hombre emigró precisamente desde África en la conquista de otros lugares extendiendo así la raza humana por todo el planeta. Su desplazamiento, a lo largo de miles de años, hizo que el ser humano ocupara todo el orbe.

Si con el neolítico, hace 12.000 años, se extendió la agricultura que supuso, como sabemos, un cambio cultural de primer orden, ello no evitó el constante peregrinar de masas ingentes de seres humanos hacia otras latitudes: las conquistas, las ansias de aventura, las hambrunas, las catástrofes naturales, los desplazamientos forzosos… han estado permanentemente acompañando la historia de la humanidad. Cada fase histórica ha tenido sus características propias que no tenemos tiempo de detallar pero que nos hablan de una permanente movilidad mayor o menor… Por eso cabe una primera pregunta de fondo ante el fenómeno de las migraciones que diluiría en gran parte la conflictividad con la que el fenómeno se vive: ¿de verdad el ser humano es sedentario o lo que le caracteriza es el desplazamiento y la movilidad? De hecho se sabe que, en la actualidad, 281 millones de personas viven en un país distinto al suyo, lo que supone el 4% de la humanidad. Y en España hay 10 millones de españoles que viven fuera de la comunidad autónoma en la que nacieron, es decir, casi el 25 %.

La movilidad ha dado lugar a la propia movilidad social que busca cada persona y también al encuentro de civilizaciones y de pueblos, con el consiguiente intercambio de valores, cultura, saberes, ritos y costumbres. Y ello se ha facilitado por muchas razones, pero fundamentalmente por el carácter innato del ser humano hacia la relación y hacia el crecimiento o desarrollo. En efecto, las personas son seres sociales por naturaleza, llamados al encuentro y al intercambio, que en su precariedad y dependencia son capaces de provocar relaciones de encuentro y fraternidad con otros seres humanos. Su sed de más, de buscar constantemente un crecimiento personal y avanzar en procesos de humanización hace que tenga capacidad para salir y encontrarse con otros, incluso en otras latitudes. Aquí se nos presentan dos perspectivas para ver de otra manera el fenómeno de la migración: la superación del individualismo y la vocación al desarrollo-crecimiento humano que está depositada en el corazón del ser humano y que hay que saciar.

Sin embargo, hoy asistimos a un fenómeno nuevo en este cambio epocal (no una época de cambios, sino un cambio de época). Me refiero a la globalización y a la aceleración (rapidación en palabras del papa Francisco) con la que los fenómenos se viven. Desde el primer elemento, sentimos más que nunca la interconexión con la que vivimos todos los fenómenos: todo está íntimamente conexionado, conectado. Sentimos que el mundo se ha empequeñecido en los últimos años, haciendo real la imagen de que el planeta se ha convertido en una “aldea global” donde todo nos afecta y todo lo conocemos. El desarrollo de los medios de comunicación, el factor de internet, la facilitad en los desplazamientos y en las comunicaciones ha hecho que las migraciones se vean también afectadas por este fenómeno estructural que transforma sustancialmente los fenómenos hodiernos. Hoy, por tanto, se facilita el intercambio físico, real y virtual de personas muy distintas de otras culturas, latitudes, hemisferios… Nos encontramos ante un mundo diverso que se encuentra con facilidad.

Además, hay que tener en cuenta la aceleración con la que se viven los fenómenos. Una aceleración que contrasta con la lentitud con la que el ser humano asimila los cambios. Esto nos enfrenta a una situación de vértigo. Veamos algunos ejemplos: es un hecho que en los últimos veinte años ha aumentado vertiginosamente el número de desplazados especialmente en el norte geográfico. Pongamos, por ejemplo, Europa: se ha pasado de tener, en 2010, 70 millones de extranjeros a 87 millones en 2020. Lo mismo sucede en Asia donde pasaron de 66 millones a 86 millones. Son estos, precisamente, los dos continentes donde el flujo de población creció exponencialmente. Como vemos, se trata de un trasvase muy rápido de población del sur al norte, o lo que es lo mismo, de países fundamentalmente empobrecidos a países enriquecidos.

En ese sentido somos conscientes de que, en el fenómeno migratorio, intervienen una pluralidad de causas que solemos agrupar en factores de expulsión y factores de atracción. Entre los primeros están los conflictos armados, las hambrunas, la inestabilidad política, las crisis económicas, la inseguridad ciudadana, los conflictos armados, el hambre… Entre los segundos están la lengua, la religión, la cultura, el desarrollo económico, el estado de bienestar, los lazos familiares, la cercanía geográfica…

Quizás esta sería la tercera característica de las migraciones de la época presente: que se trata de un fenómeno disfuncional, es decir, que aunque finalmente las migraciones contribuyen y se organizan positivamente en la estructura económica de las sociedades de acogida, no es un fenómeno libremente elegido por la gran mayoría de sus actores. Muchos migrantes se ven obligados a emigrar para sobrevivir o para garantizar una vida digna personal o familiarmente. Juan Pablo II llamó a este fenómeno la “migración de los desesperados” por no poder libremente optar (Mensaje Jornada Mundial Migrante 2000). Paradójicamente esta desesperación se une con la desesperación en la sociedad de acogida que necesita estructuralmente mano de obra y juventud para seguir creciendo y sosteniéndose. Las sociedades del Norte necesitan inmigración como consecuencia de su paulatino y grave envejecimiento que pone en serio riesgo la propia sostenibilidad laboral, sanitaria, familiar, educativa, económica… En una sociedad de fronteras y muros, sin embargo, hay necesidad de emigrantes.

2. Un hecho: la multiculturalidad de nuestras sociedades que ha de convertirse en interculturalidad
Consecuencia de todo lo anterior nos encontramos ante un hecho en nuestras sociedades occidentales: la multiculturalidad. Como antes he señalado, desde los inicios del nuevo milenio se ha multiplicado la presencia de personas procedentes de latitudes lejanas geográficamente a las sociedades de acogida. Es cierto que los porcentajes de personas migrantes en los países occidentales varían de unos a otros. Así, el país europeo que más inmigración soporta es Suiza con un 30%, Bélgica con un 20%, Alemania con un 16%, Países Bajos con un 13% o España con un 12% de su población. Por poner un dato concreto a este auditorio, en España hay 2671 caboverdianos de los cuales casi el 20% está en mi diócesis, en Burela. Una localidad de la que conviven 42 nacionalidades diferentes en una población total de casi 10.000 habitantes. Y es difícil encontrar un pueblo en España donde no vivan una o varias familias migrantes.

El dato de la multiculturalidad es un hecho: conviven razas diferentes, lenguas distintas, nacionalidades variopintas, religiones dispares… Sin duda un enorme caudal de posibilidades el que aporta esta riqueza de pluralidad de personas y tradiciones. Las civilizaciones no se sostienen en una única identidad, sino que se han fraguado en esa múltiple y enriquecedora interrelación. Es justo reconocer la aportación que los migrantes hacen a las sociedades de acogida.

En un reciente documento de la Conferencia Episcopal Española sobre las migraciones señalamos algunas valiosas aportaciones que las personas migradas hacen a nuestra sociedad y más concretamente a nuestra Iglesia. Entre ellas, señalamos las siguientes:

· crecimiento económico: las personas migradas aportan su trabajo para el desarrollo y crecimiento económico del país de acogida e, incluso, del país de origen a través de las remesas de dinero. Junto al trabajo, favorecen el crecimiento económico a través del pago de impuestos y sus aportaciones a la construcción del bien común.

· crecimiento personal: los migrantes, porque son distintos y ante lo distinto nos contrastamos mejor, nos desvelan y ayudan a hacer presentes valores o realidades que se nos escapan o hemos perdido, como la perseverancia, la alegría, el sacrificio, la laboriosidad, la familia, la transmisión de la vida…

· crecimiento comunitario y social: la presencia de lo diverso y de lo distinto siempre se convierte en un reto y oportunidad para crecer como comunidad, para sentirnos más, para descubrir la riqueza que encierra el ser humano, para valorar la diversidad como expresión de la grandeza del hombre.

· crecimiento espiritual: muchos migrantes vienen con una sensibilidad espiritual y creyente muy forjada, también en la adversidad, que enriquece y contrasta con la secularización creciente de occidente. Su presencia rejuvenece las comunidades cristianas, pero también extiende la sensibilidad espiritual y trascendente perdida o arrinconada.

Sin embargo, la multiculturalidad no basta. Esta es un facto que tiene que ser trabajada y transformada en un in fieri, que siempre supone esfuerzo. Ha de ser aprovechada para caminar hacia una interculturalidad que se construye desde el encuentro, el diálogo, la relación, la trasformación mutua. La interculturalidad apunta a un dinamismo de intercambio recíproco entre las culturas, más que de conquista, arrinconamiento o dinamismo unilateral. Busca el enriquecimiento mutuo a través de una convivencia provechosa entre las diversas culturas. No solo acepta la existencia de diversas culturas en un mismo espacio físico o social sino que busca interactuar horizontalmente desde una valoración positiva del que es diverso. Genera, de esta manera, ciudadanía y se fundamenta en una interpretación abierta de la identidad y de la cultura. Es el camino que hemos de recorrer pero que encuentra enormes dificultades por ambas partes.

Comencemos por las dificultades en los propios migrantes: los mecanismos de protección social y de relación, su propio estatuto administrativo (ser legal o ilegal, refugiado o solicitante de asilo) hace que muchas veces se aíslen y se concentren en pequeños espacios de exclusión, nuevos guettos buscados o provocados que imposibilitan la interacción con la sociedad mayoritaria. Aunque los modelos de integración son muy diversos en los diferentes contextos occidentales, es un hecho la fatiga que supone la interactuación de los diferentes colectivos, especialmente cuando la distancia cultural, sobre todo religiosa, es muy grande. Invocando a veces derechos, se olvidan también los deberes que han de ejercer los propios migrantes. Es bueno recordar esta frase del papa Francisco en el discurso al Cuerpo Diplomático (2018): “La integración es «un proceso bidireccional», con derechos y deberes recíprocos. De hecho, quien acoge está llamado a promover el desarrollo humano integral, mientras que al que es acogido se le pide la conformación indispensable a las normas del país que lo recibe, así como el respeto a los principios de identidad del mismo”.

Las dificultades para la interculturalidad provienen también de las comunidades de acogida. Hay un discurso que hoy se extiende y que se está convirtiendo en el gran problema de las democracias occidentales: el nacionalismo populista. Según este, incitado hoy por partidos que tienen un gran respaldo popular, se alienta un discurso que invoca el miedo al emigrante al que se le ve como un peligro para la identidad, la seguridad y para el bienestar económico de las sociedades bienestantes. Según este nuevo nacionalismo se cree lógico y bueno que los recursos de cada país son de uso exclusivo para los nativos de él y que para otros sólo pueden estar disponibles en la medida en que les venga bien a esos nativos. En la frase que ha hecho historia: “América para los americanos”. En este tipo de discurso lo que se espera de las autoridades es la defensa de este patrimonio nacional y exclusivo de estos recursos. No extraña que la única política de migraciones que se extiende es la que tiene que ver con la defensa y el control de fronteras, que en muchos casos se externaliza a países terceros que hacen de pantalla protectora a cambio de pingues beneficios económicos. Por eso, en los últimos años se están extendiendo, y se prevé que lo hagan aún más, las leyes restrictivas de migración y de refugio.

Es un hecho que el debate sobre la migración genera hoy, en las sociedades occidentales, europeas mucho conflicto y confrontación social. Se extienden sentimientos de xenofobia y racismo, en el marco de hermosas experiencias de convivencia e integración. Unos sentimientos que tienen mucho que ver con una aporofobia creciente que, desde mi punto de vista, es la auténtica raíz del rechazo. Además, se refuerza con la provocación de sentimientos a los que es muy difícil deconstruir con raciocinios que no se acogen ni se escuchan. En ese sentido las take news, expandidas por las redes sociales, están haciendo hoy un flaco favor al crecimiento de la fraternidad universal. Es cierto que se pone la referencia en la inmigración irregular, pero no necesaria ni únicamente. En el fondo se ha perdido el concepto y la búsqueda del bien común que siempre tiene una dimensión universal y que no se puede reducir únicamente a la debilidad y cortedad de unas fronteras muy convencionales.

Entre las dificultades que entorpecen la interculturalidad, además de las señaladas, se extiende en la cultura ambiental una imagen que cataloga y presenta la migración como un problema y como una amenaza. No es extraño que los medios de comunicación se refieran al fenómeno de las migraciones como el “problema de la inmigración”, de la “avalancha de inmigrantes”, de la “invasión de subsaharianos”, de “la presión migratoria que colapsa el control de fronteras”. Ciertamente no se puede minimizar el fenómeno, ni lo podemos ocultar o afrontar infantilmente. Ya lo decía Benedicto XVI cuando definía las migraciones como “un fenómeno que impresiona por sus grandes dimensiones, por los problemas sociales, económicos, políticos y culturales que suscita, y por los dramáticos desafíos que plantea a las comunidades nacionales y a la comunidad internacional” (CV 62).
Pero notemos la diferencia: no es lo mismo tildar la migración como un problema a percibirla como un enorme reto, un gran desafío, incluso una posibilidad o un valor. Por eso, como recordaba el papa Francisco, “las migraciones constituirán un elemento determinante del futuro del mundo” (FT 42). El cambio cultural pasa por transformar nuestra visión de las migraciones para entenderlas como un “nosotros”. El gran paso es cruzar del ellos al nosotros.

Quizás podamos recordar aquí, por su clarividencia, lo que los obispos españoles señalamos en un documento de hace ya unos años: “La emigración en sí misma no es un mal, es un fenómeno humano complejo y tan antiguo como la misma humanidad… El mal de la emigración suele estar en las causas que la originan, generalmente situaciones de injusticia, de violencia y de carencia de lo más mínimo para el digno desarrollo de las personas y de sus familias. Otras veces, el mal está en el camino, en las acciones delictivas de intermediarios y traficantes. Otras, en el destino por el abuso de personas sin conciencia o el establecimiento de leyes injustas que no respetan la dignidad y los derechos fundamentales de las personas” (La Iglesia en España y los inmigrantes, 2007). Como señalamos en otro lugar, es una realidad “impregnada de sufrimiento” que está relacionado con la Cruz donde se hace presente Cristo.

3. La Iglesia y las migraciones
La Iglesia, atenta a los ritmos del mundo y porque no es ajena al mismo, ha reflexionado, iluminado y alentado una respuesta serena y cercana al fenómeno de las migraciones. Sus bases son, como no puede ser diferente, la propia Sagrada Escritura y la Doctrina Social de la Iglesia.

No tenemos tiempo de desarrollar algunas claves que aparecen en la Escritura referidas al fenómeno migratorio. Baste con señalar la propia experiencia del pueblo de Israel, pueblo emigrante y que, en su conciencia ética, fragua el respeto al emigrante como uno de los colectivos a los que especialmente había que atender, junto a los huérfanos y a las viudas. Así se señala en sus diferentes Códigos que aparecen en la Escritura (Ex 20, 22-23,33; Dt 12, 1-28,68; Dt 27, 14-26; Lv 17-26). Si nos acercamos al Nuevo Testamento también descubrimos algunas claves interesantes para una reflexión ética sobre las migraciones: presenta al propio Jesús como un migrante más en Egipto (Mt 2, 13-23) y, en el Juicio Universal (el gran Protocolo en palabras del Papa Francisco) (Mt 25), se identifica el propio Jesús con el forastero que ha sido acogido.

Si nos acercamos a la enseñanza social, percibimos que esta fue abriéndose al tema de las migraciones cuando se convirtieron en una cuestión social. En la lectura de los textos podemos percibir que su reflexión camina fundamentalmente en dos claves que son paralelas y complementarias: por una parte, desde la dimensión estructural se profundiza en la denuncia sobre los desequilibrios sociales y la existencia de un mundo cada vez más empobrecido que es contrario a la visión del desarrollo humano integral y solidario; por otra parte, desde una dimensión personal se aboga por la defensa de la dignidad infinita que toda persona humana tiene y que conlleva la protección e iluminación de sus derechos humanos, también de sus derechos sociales, así como la lucha por su integración en sociedades dignas y participativas. Desde estos hilos conductores, me atrevo a afirmar que no hay institución social o pública en el mundo que, como la Iglesia Católica, se haya convertido hoy en un fiel aliado de las personas migrantes. Y todo eso en lo que significa la atención integral de la persona: su acompañamiento, su defensa, su asistencia y promoción integral, desde una recta antropología.

Es bueno recordar algunos hitos en este camino de humanismo: quizás podamos señalar la celebración, desde 1914, de la Jornada Mundial del Emigrante y Refugiado con discursos que constituyen un buen repaso a la evolución que el tema ha ido teniendo en más de un siglo. También podemos hoy recordar los diferentes documentos que los papas han ido publicando y que han significado puntos de partida y de llegada en la pastoral y el acompañamiento de los emigrantes. Entre ellos está la Constitución apostólica Exsul Familia Nazarethana de Pío XII (1952), el Motu proprio de Pablo VI Pastoralis migratorum cura (1969) o la Instrucción pastoral de Juan Pablo II Erga migrantes caritas Christi (2004).

En esta línea de conocer lo que la Iglesia ha dicho al respecto de las migraciones, en ambas líneas del nivel estructural de la economía y del acompañamiento de cada persona, recuerdo dos textos. En primer lugar uno de Juan XXIII que señalaba algo fundamental: “creemos oportuno observar que, siempre que sea posible, parece que deba ser el capital quien busque el trabajo y no viceversa”. Igualmente quiero recordar la síntesis que encontramos en el propio Concilio Vaticano II cuando dice: “Además, la sociedad entera, en particular los poderes públicos, deben considerarlos como personas, no simplemente como meros instrumentos de producción; deben ayudarlos para que traigan junto a sí a sus familiares, se procuren un alojamiento decente, y a favorecer su incorporación a la vida social del país o de la región que los acoge. Sin embargo, en cuanto sea posible, deben crearse fuentes de trabajo en las propias regiones”.

Por completar estos mensajes, acojamos también la reflexión de Juan Pablo II sobre las “estructuras de pecado” que mueven hoy la economía y sobre su aportación al “derecho a no emigrar” (Congreso Mundial sobre el cuidado pastoral de los migrantes y refugiados en 1998). Sin duda, reconozcámoslo, la inequidad del mundo es la causa mayor que ocasiona los desplazamientos no deseados en nuestro mundo.

4. El magisterio del papa Francisco
Con la llegada del papa Francisco el tema de las migraciones ocupa un puesto destacado en su magisterio social. Y lo hace también al hilo de una opinión pública muy contraria. No podemos olvidar que sus dos primeros viajes, dentro de Roma como fuera de la Ciudad Eterna, tuvieron que ver con cuestiones relacionadas con las migraciones: un centro de acogida a refugiados y su viaje a la isla de Lampedusa. Los gestos y los mensajes se han ido acompasando durante su pontificado de una manera iluminadora y provocativa.

Es en la encíclica Fratelli Tutti donde tenemos quizás una síntesis de su pensamiento sobre la cuestión, especialmente en su capítulo cuarto. Según él, uno de los principios que ilumina la doctrina social es aquel que dice que “el todo es más que la parte”, lo que no es otra cosa que una vivencia profunda de la catolicidad. De ahí se concluye fácilmente que es urgente trabajar por fomentar una fraternidad universal, una cultura del encuentro frente a la cultura del descarte. En ese sentido, el Papa invita a recuperar lo que significa un acercamiento positivo hacia cada persona, hacia cada cultura diferente, percibiendo que todas son importantes y enriquecedoras, un auténtico don para el conjunto. Para los cristianos, además, el encuentro con los migrantes se convierte en un encuentro sacramental con el propio Cristo que viene en la persona de un hermano más pequeño y necesitado. Por eso la Iglesia católica ha de se sentirse fermento de nueva humanidad.

En la reflexión sobre las migraciones el Papa se ha apoyado en cuatro verbos que ha hecho muy populares y que ayudan a desbrozar los caminos sobre los que debe de discurrir el quehacer con las personas migrantes: acoger, proteger, promover, integrar.

· Acoger: hace referencia a la centralidad que la persona tiene por encima de todo, lo que conlleva proveerla de lo necesario para su desarrollo vital. Acoger es mucho más que abrir la mano, dar o recibir.

· Proteger: significa fundamentalmente velar por el reconocimiento y la defensa de los derechos humanos y de la dignidad personal de cada migrante, evitando cualquier discriminación social que pueda sufrir.

· Promover: es permitir que cada migrante crezca integralmente como persona, ocupe su puesto en la sociedad y pueda contribuir y participar en el bien común de la misma.

· Integrar: es el objetivo final del proceso migratorio. Su éxito dependerá de haber conseguido este objetivo. Integrar es mucho más que acomodarse a una sociedad, o asimilarse en ella hasta disolverse, o insertarse aportando su trabajo… Se trata de integrarse en un proceso que, como antes se señalaba, es mutuo y donde se percibe la apertura de la sociedad al nuevo integrante y la apertura del migrante a la sociedad que lo recibe para generar algo distinto y diferente.

5. En síntesis
Me atrevería a resumir el pensamiento de la Iglesia sobre las migraciones desde estas líneas maestras:

· La defensa de la dignidad infinita del ser humano, el reconocimiento del destino universal de los bienes y el bien común universal: estos tres principios éticos están en la base de cualquier juicio y quehacer ante el fenómeno de las migraciones.

· La denuncia de las estructuras y mecanismos internacionales que originan los grandes desequilibrios mundiales: es urgente buscar soluciones globales a la inequidad creciente de nuestro mundo, repensando esta economía que mata y profundizando en la búsqueda de alternativas.

· La lucha por que cada persona inmigrante sea tratada con justicia y fraternidad: lo que supone trabajar por la defensa y promoción de sus derechos humanos (civiles, económicos, sociales) al igual que se le exige su aportación productiva y su adaptación.

· La urgencia de que la sociedad, y especialmente la Iglesia como semilla de nueva humanidad, abra caminos de acogida, hospitalidad y de reconocimiento de cada persona que lleven a una auténtica integración y no a la simple asimilación.

Hace tiempo leí diez grandes principios que resumen las líneas permanentes y transversales que la Doctrina Social de la Iglesia enseña sobre las migraciones:

1.- Es un signo de los tiempos que plantea un auténtico desafío ético. Un fenómeno que hoy se ha convertido en estructural (Benedicto XVI, Mensaje para la Jornada Mundial de 2006).

2.- Derecho a no emigrar. Es decir, derecho a vivir en paz y dignidad en la propia patria (Juan Pablo II, Mensaje para la Jornada Mundial de 2004).

3.- Derecho a emigrar, a buscar posibilidades de vida en otros lugares y fijar allí su domicilio (Juan XXIII, Pacem in terris 25).

4.- Opción preferencial por los pobres. Esperanza, valentía, amor y también «creatividad de la caridad» para socorrer a estos hermanos y hermanas en sus sufrimientos (Benedicto XVI, Mensaje para la Jornada Mundial de 2006).

5.- Principio de subsidiariedad: apoyo a las organizaciones sociales y a las asociaciones de inmigrantes. El empeño en favor del asociacionismo, la promoción de los derechos civiles y las distintas formas de participación de los inmigrantes en las sociedades de llegada (Erga migrantes caritas Christi 43).

6.- Especial preocupación por la familia migrante. La lejanía de sus componentes y la frustrada reunificación son a menudo ocasión de ruptura de los vínculos originarios (Benedicto XVI, Mensaje para la Jornada Mundial de 2007).

7.- Acogida de la diversidad cultural. ¡Qué hermosas son las ciudades que superan la desconfianza enfermiza e integran a los diferentes, y que hacen de esa integración un nuevo factor de desarrollo! (Francisco, Evangelii Gaudium 210).

8.- Diálogo interreligioso. Mantener un atento, constante y respetuoso diálogo interreligioso que ayude a un conocimiento y a un enriquecimiento recíproco (Juan Pablo II, Mensaje para la Jornada Mundial de 2001).

9.- Hacia una ciudadanía mundial. La pertenencia a la familia humana otorga a cada persona una especie de ciudadanía mundial, haciéndola titular de derechos y deberes, dado que los hombres están unidos por un origen y supremo destino comunes (Juan Pablo II, Mensaje para la Jornada de la Paz de 2005).

10.- El deber moral de la solidaridad. Los que cuentan más, han de sentirse responsables de los más débiles, dispuestos a compartir con ellos lo que poseen. Estos, por su parte, han de realizar lo que les corresponde, para el bien de todos (Juan Pablo II, Sollicitudo rei socialis 39).

6. La Conferencia Episcopal Española
La Iglesia española realiza una tarea importante con los migrantes en lo que significa la acogida, promoción y acompañamiento de sus vidas. Son muchos los recursos personales y materiales que emplea en esta causa. Pero lo importante es generar una nueva cultura. En ese sentido se enmarca el documento que la Conferencia Episcopal Española acaba de publicar y que lleva por título “Comunidades acogedora y misioneras”. Pretende ofrecer las pautas fundamentales para la creación de comunidades cristianas que tengan la talla suficiente para salir al encuentro y acoger a las personas migrantes que nos llegan. Es una llamada a la conversión personal y pastoral. En una sociedad plural que tiene grandes llamadas a lo local, donde se producen sentimientos contrapuestos de acogida y de rechazo, la Iglesia tiene que brillar con luz propia para ser testimonio del amor misericordioso de Dios a través de la acogida incondicional. Ha de profundizar en lo que es una auténtica catolicidad y hospitalidad. Se trata de que los migrantes se sientan también protagonistas en nuestras comunidades, pasando de una pastoral asistencial a una pastoral misionera; de una pastoral para los migrantes a una pastoral con los migrantes. En el documento se profundiza en cómo la Iglesia española percibe con enorme esperanza la presencia de muchos migrantes en sus comunidades. Igualmente sufre cuando muchos de los migrantes hacen una segunda migración hacia otros credos o comunidades diferentes a la católica porque no se sienten acogidos cálidamente en su seno. En definitiva, es urgente apostar por una cultura de la vida que se juega también en la dignidad de tantos hermanos ante los que no podemos pasar indiferentes cuando no es respetada su ciudadanía.

En ese sentido, desde la Conferencia Episcopal se promueven diferentes iniciativas concretas que buscan este acompañamiento y creación de comunidades acogedoras. Permitidme que señale dos pequeñas informaciones sobre el proyecto de Hospitalidad Atlántica y la Guía atlántica de hospitalidad por encontrarme en el lugar en el que estoy. Como sabrán, la ruta atlántica se ha convertido en la actualidad en la ruta más mortífera de las rutas migratorias. Se calcula que han sido más de 10.500 las personas que han muerto este año queriendo alcanzar las costas canarias o del sur de España. Esto supone un incremento del 58% con respecto al año anterior. Cada día han fallecido 30 hermanos nuestros. 57.700 son las personas que han alcanzado las costas españolas este año, un 15% más que el año anterior.

Viendo esta situación, desde el Dicasterio para el desarrollo humano integral se han puesto en relación 26 diócesis de los países a los que hace referencia esta ruta: Senegal, Cabo Verde, Gambia, Guinea, Guinea-Bisau, Mali, Marruecos, Mauritania, Sáhara Occidental y España. Como veis son los países de origen, tránsito y llegada en esta ruta. Lo que se busca es unir fuerzas y experiencias, para dialogar y ver cómo ayudar mejor a esta dramática situación. Se trata de salvar vidas y trabajar en red. Percibimos dos cosas: falta de información y falsas informaciones. Muchas personas que se lanzan a esta ruta, la mayoría víctimas de mafias, lo hacen con informaciones falsas y muy deficientes sobre sus derechos, posibilidades, proyectos de futuro, redes de apoyo y asistencia. Con tal motivo, desde este proyecto se han editado folletos y plataformas informáticas que permitan ayudar a las personas que atraviesan estas rutas para que conozcan antes y después de su llegada aquellos lugares, plataformas y recursos que se ofrecen para su acogida e información. Como ven, todo un reto por delante.

Termino mi reflexión agradecido la invitación, así como su asistencia y participación. La emigración se convierte en un desafío apasionante para nuestra generación que ha de sacar de nosotros nuestros mejores sueños, energías y propósitos. Juntos podemos y debemos crear, por la fuerza del Espíritu, comunidades al estilo de Jesús de Nazaret que ayuden a crecer y desarrollarse felizmente todas las personas. Ojalá entre todos encontremos los caminos para alcanzar ese mundo que esperamos. Gracias.

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