Con este lema se celebra, en el mes de marzo, el Día del Seminario. En torno a la fiesta de San José, la Iglesia reflexiona sobre el don de la vocación sacerdotal. Dios sigue hoy eligiendo a jóvenes para que sean instrumentos suyos en medio de su Iglesia y, por su consagración y ordenación sacerdotal, lleven el consuelo y la misericordia divina que se hace eficaz por los sacramentos.
El lema de este año se convierte en un grito y, paralelamente, en una plegaria. Se trata de un grito de desgarro y de necesidad. Contemplamos con dolor cómo nuestras comunidades cristianas sufren la ausencia de sacerdotes que las convoquen, las alimenten y las fortalezcan con el pan de la eucaristía y el pan de la Palabra. No son pocas las ocasiones en las que oímos que cada vez son menos los sacerdotes y más envejecidos. Un dato que se corrobora en nuestra diócesis de Mondoñedo-Ferrol donde somos en la actualidad 93 sacerdotes con una media de edad que ronda los 73 años.
Prescindiendo ahora de las causas de esta situación, es innegable que la ausencia de sacerdotes es un desgarro en nuestras comunidades. Su escasa presencia y su trabajo acumulado -provocado por la escasez- hacen que se resientan seriamente los procesos de fe y su acompañamiento, la capacidad de engendrar nuevos miembros, la posibilidad de descubrir y transmitir el misterio de Dios y muchos otros elementos fundamentales para la vida cristiana.
No extraña, por tanto, que el lema de este año se convierta en un grito lanzado en medio de una urgente necesidad. Como Jesús, también nosotros, al ver el panorama de nuestro mundo, podemos demandar el envío de pastores pues “andamos como ovejas sin pastor”.
Pero este grito de desesperación se transforma para el cristiano en plegaria confiada: “Padre, envíanos pastores”. Sí, se esconde aquí una oración de confianza en Dios que siempre es providente. También el momento que vivimos forma parte de la historia de salvación en la que Dios va tejiendo su historia. Sin duda, esta situación que vivimos se convierte en una magnífica oportunidad. Una ocasión para despertar nuestro sacerdocio bautismal, para redescubrir nuestro lugar en la comunidad cristiana, para ocupar el puesto insustituible que en ella tenemos y que quizás no se nos supo reconocer. Es un momento para interrogarnos sobre nuestro papel eclesial, tal y como desde la diócesis estamos haciendo mientras reflexionamos sobre los ministerios laicales y el diaconado permanente.
Pero, junto a ello, el lema del Seminario es una oración de confianza porque sólo el Señor nos concederá los pastores que necesitamos. Es Él el que los envía, porque el ministerio ordenado es siempre participación en una misión que Alguien nos confía. El sacerdocio no es un privilegio o un mero trabajo, es sentirse mirado por el amor de Dios que nos abre su mano y nos solicita para continuar su obra.
Por eso, la primera tarea para despertar vocaciones es la oración confiada al dueño de la mies. En ese sentido, cuando percibimos y sentimos la ausencia de los sacerdotes, me gustaría preguntaros: ¿Cuánto y cómo entra en nuestras intenciones esta necesidad de nuestra Iglesia diocesana? ¿Cómo es nuestra oración personal y comunitaria para que el Señor nos envíe pastores? ¿Cuántas veces entran en nuestras intenciones la oración por nuestros cinco seminaristas (Salva, Darío, Andrés, Renny y Sebas) y por aquellos que están en proceso de discernimiento?
Y, junto a ello, la oración debe de ir unida al trabajo vocacional. Es preciso generar en nuestras catequesis y en nuestro trabajo con jóvenes una urgente cultura vocacional: despertar el gozo de vivir la vida como misión, como respuesta a una propuesta de plenitud y de amor que el Padre ofrece a todos, si queremos escucharla.
No perdamos la esperanza. Sigamos orando desde el trabajo confiado y desde la propuesta netamente vocacional. ¡Padre, envíanos pastores!
Vuestro hermano y amigo.
+ Fernando, obispo de Mondoñedo-Ferrol