Primera homilía de Mons. García Cadiñanos como obispo diocesano

Concatedral de San Xiao de Ferrol, domingo 5 de septiembre de 2021

“Con vosotros cristiano, para vosotros obispo” como dijo san Agustín en su época, me dispongo a iniciar una nueva etapa en mi vida que supone, sobre todo, una incorporación al recorrido milenario y sabio de esta Iglesia a la que vengo a servir»

Hoy es un día muy significativo para mí y para nuestra Iglesia de Mondoñedo Ferrol. Tras la ordenación y consagración ayer en nuestra querida catedral de Mondoñedo, hoy presido por primera vez la eucaristía como pastor de esta Iglesia en la también querida concatedral de Ferrol. Podríamos decir que es como los primeros pasos en el caminar vacilante de este obispo novel que viene con muchas ganas de entregarse, quereros, ayudaros en el camino de la vida que el Señor obra en vosotros y, por supuesto, dejarse ayudar. Sin duda que vuestra experiencia acompañando estos inicios de otros hermanos obispos es una garantía de éxito…

Y todo ello desde el convencimiento de que la Iglesia es una familia, con diferentes ministerios y tareas, en la que todos somos necesarios e imprescindibles y en la que todos enriquecemos con nuestra vocación la belleza que da la diversidad y pluralidad en la comunión. Hoy siguen resonando las palabras del Maestro: “La mies es mucha y los obreros pocos: Rogad al dueño de la mies que envíe obreros a su mies”. Creo que estamos llamados a vivir una cultura vocacional en nuestra Iglesia. ¡Qué gozo descubrir y vivir la vida como misión y vocación para otros!

Quiero comenzar saludando a todos los presentes, autoridades que nos honráis con vuestra presencia, familiares y amigos que nos acompañáis en este día, pero especialmente a todos y cada uno de los que habéis podido participar o nos seguís por los medios de comunicación, pienso en los conventos de clausura y en los misioneros. ¡Qué suerte poder celebrar el domingo, el Día del Señor y el Día de la Iglesia, con tanta expectación, gozo y esperanzas contenidos! Hoy se hace realidad el sentido pleno del domingo como octavo día que nos orienta hacia la nueva creación donde todo será recapitulado y plenificado en Cristo. En torno al obispo, al que habéis esperado y por el que habéis orado en estos últimos meses, con su presbiterio con el que forma una unidad, y con todo el Pueblo de Dios que camina en estas tierras hermosas, cobra mayor sentido la celebración de la eucaristía, la acción de gracias al Padre por todo el bien que nos hace, por todas las gracias que sobre nosotros derrama cada día. Enviado por el Señor (esa es mi seña de identidad y garantía) me siento hoy muy afortunado y dichoso por esta porción del Pueblo de Dios que se me confía. “Con vosotros cristiano, para vosotros obispo”, como dijo san Agustín en su época, me dispongo a iniciar una nueva etapa en mi vida que supone, sobre todo, una incorporación al recorrido milenario y sabio de esta Iglesia a la que vengo a servir. En esta nueva etapa evangelizadora acogiendo los retos que se nos presentan, continuaremos desde la sinodalidad a la que nos convoca el papa Francisco, en el necesario proceso de conversión pastoral. Una conversión que se muestra en la reforma de las estructuras pero, sobre todo, en la transformación personal que se deriva en la santidad de vida, en la santidad sencilla y anónima de la puerta de al lado.

Un camino este muy exigente que conseguiremos solo si somos capaces de ponernos, como discípulos, a la escucha del Maestro y de su Palabra. Es esta Palabra la que ha de conformar nuestra vida y nuestra Iglesia local. Acojamos los textos que hoy hemos proclamado en la celebración y que nos iluminan muy bien en este día.

En el evangelio hemos escuchado el relato del sordomudo que es sanado tras el encuentro con Jesús. Un encuentro provocado por la gente que “se lo presentaron para que lo impusiera las manos”. No me digáis que no es una imagen preciosa de aquello a lo está llamada nuestra Iglesia diocesana: hacer de puente (ese signo he colocado en mi escudo episcopal), de instrumento para que nuestros contemporáneos se encuentren con Jesús, tengan la experiencia sanadora y salvadora del encuentro con Jesús. Esta es la misión de la Iglesia y esta es la tarea de todo misionero evangelizador. La experiencia previa sanadora que cada uno de nosotros hemos hecho de recobrar una vida nueva, plena y feliz tras el encuentro con Jesús, la queremos compartir y provocar en tantos hermanos nuestros a los que amamos de corazón. Esa es la Iglesia misionera que hoy se necesita: poner a cada persona delante de Jesús para que sea Él, no nosotros, el que le abra los oídos, la vista, el corazón, las manos, la vida…

Nuestros conciudadanos, y nosotros mismos también, nuestra misma Iglesia en tantas ocasiones, nos sentimos identificados y representados en ese sordomudo del relato: incapaces de oír los gritos de nuestros hermanos que sufren, de oír la leve brisa de Dios que requiere del silencio y del discernimiento, de escuchar a nuestro alrededor porque estamos encerrados en nuestro propio yo y en nuestras cosas, incapaces de comunicar y comunicarnos con Dios y con los hermanos…

Reconozcamos, como nos recuerda el papa Francisco, que padecemos hoy un síndrome de autorreferencialidad que nos impide crear fraternidad, que nos sumerge en nuestro propio mundo individualista y cerrado. Nuestra propia Iglesia, a veces, vive también en esta tesitura de cerrarse para protegerse. El falso respeto o una equivocada tolerancia, deriva en un testimonio descafeinado que dificulta la transmisión de la fe. También nosotros, en muchas ocasiones, somos sordos o mudos, o ambas cosas a la vez.

Os invito con todo el corazón hoy a escuchar y acoger, personal y eclesialmente, la invitación de Jesús. Necesitamos también ponernos delante de Él y dejarnos tocar para escuchar: ¡Effeta! ¡Ábrete!

+ Ponte en camino para acoger la vida de los hombres y las mujeres de esta tierra gallega. Ábrete a sus problemas, preocupaciones, esperanzas e ilusiones… Son tuyas, acoge y escucha. Como se nos invitaba en la primera lectura, algo nuevo está brotando y hemos de ser generadores de esperanza, especialmente en estos momentos de crisis y de pospandemia.

+ Ábrete al paso del Espíritu que hoy sigue hablando y haciéndose presente en tantas realidades pequeñas de esta Iglesia, rural y urbana, agrícola, obrera y marina, y generando así un cielo nuevo y una tierra nueva donde habite la justicia.

+ Ábrete a los pobres que son el corazón del Evangelio y el lugar donde poder hacer la experiencia más grande de la misericordia de Dios.

+ Ábrete a vivir la vida en comunidad, porque con otros se vive mejor la experiencia del Dios que es Trinidad de personas. Y ábrete a ser comunidad abierta, intercultural, cálida, acogedora, donde todos se sientan a gusto, los que vienen de fuera y los que no encuentran hogar, en casa, sin ser censurados y juzgados. Comunidad adulta, que no busca el éxito sino la fecundidad y que para ello se forma en la fe y hace procesos continuos de crecimiento.

+ Ábrete a hacer de la vida misión, compromiso, entrega, relación, vocación al servicio de nuestra Iglesia y de nuestra sociedad.

+ Ábrete dejando atrás tantas cadenas de prejuicios, de ignorancia, de ideologías para acoger la vida nueva que Jesús te quiere regalar a tu familia, a tu trabajo, a tu parroquia, a tu asociación o movimiento…

+ Ábrete a la solidaridad y a la amistad con los pobres como nos decía la segunda lectura: una Iglesia y una sociedad donde no exista acepción de personas, donde no nos fijemos en las apariencias sino que miremos el corazón, donde nuestra Iglesia sea hogar de los más pobres, de los que no tienen o no saben, de los que se sienten solos y heridos, de los emigrantes, de los jóvenes, una Iglesia “hospital de campaña” que acoge a los heridos de las guerras de nuestro mundo.

+ Ábrete a edificar unas relaciones sociales, desde la enseñanza social, que edifique un mundo diferente donde la política y la economía se construyan al servicio de cada persona, contribuyan al bien común y a la amistad social y sirvan al auténtico desarrollo humano integral y solidario.

+ Ábrete al futuro soñando: no perdamos la capacidad de soñar. El que no sueña está muerto. El Evangelio y su propuesta es, sobre todo, un sueño, el sueño de Dios para nosotros que nos ama como a hijos. Un sueño que está llamado a hacerse hoy realidad en este pueblo, en esta Iglesia..

+ Ábrete y date una nueva oportunidad, sea cual sea tu situación, para alcanzar la plenitud de vida de Jesús. Él te quiere recrear, regenerar, renovar…

Bien sabemos que no somos nosotros los que con nuestras propias fuerzas podremos alcanzar estas metas y estos buenos deseos. Es el Espíritu, que habita en nosotros y que se nos regala en su Iglesia, el que abrirá nuestros oídos, nuestros ojos, nuestras manos, nuestro corazón…

¡Qué hermoso sería si, fruto del encuentro con Cristo, cada uno de nosotros y nuestra propia Iglesia diocesana de Mondoñedo-Ferrol, se presentase ante nuestra querida sociedad gallega con este magnífico testimonio de novedad, ilusión y esperanza! Así lo soñaba Isaías, en la primera lectura, al profetizar en medio del desierto del destierro un manantial que calma la sed y regenera el páramo. En esta hora de la evangelización, estamos llamados más que nunca a hacer realidad esta buena noticia que hace presente el Reino de Dios. Que la Virgen de los Remedios, san Rosendo y san Julián, patrono de nuestra ciudad, nos ayuden a hacer vida estas insinuaciones del Espíritu.

Mons. Fernando García Cadiñanos
Obispo de Mondoñedo-Ferrol
 

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