Artículo publicado en la revista diocesana DUMIO nº137
Don José era una persona buena. Ciertamente le iba la polémica y, perdonadme el vulgarismo, se metía en todos los charcos -al menos en muchos- y entraba al trapo cuando lo buscaban. Siempre en defensa de una buena causa, que él consideraba causa de la Iglesia, y por ella se batía. Multiplicaba sus artículos en la prensa, aceptaba las entrevistas que le pedían en radio o en televisión… En un encuentro de un grupo de sacerdotes con él llegué a sugerirle que se moderase un poco, que el nombre de la diócesis de Mondoñedo-Ferrol estaba en permanente debate en los medios. A los tres meses me nombró vicario general y me dijo: “Te pasaré los artículos que escriba antes de publicarlos, para que los veas y me digas tu parecer”. Y así lo hizo durante un tiempo.
Era de reacción rápida y directa. Muy madrugador, convertía en libro lo que eran sus sentimientos o propuestas ante situaciones que vivía u observaba. ¿Que la catequesis no va bien porque los niños dibujan mucho y oran poco? Ahí nos presenta un “Catecismo Básico” y “El Catecismo de los Catequistas”. ¿Cuatro chicas jóvenes ingresan en el noviciado de las Clarisas de Ribadeo? Al poco tenemos entre manos “Ligar con Dios”, valorando la vocación religiosa y la respuesta valiente. ¿Acaba de leer “Historia de un alma”, la autobiografía de Santa Teresa del Niño Jesús? Enseguida nos trasmite su emoción al descubrir ese tesoro en “Camino de Lisieux”.
Intentó potenciar el laicado, de hecho creó la delegación diocesana de Laicos. Pero ese “gigante dormido” no despierta tan fácilmente. El cambio de época era ya una realidad y se precisaba, entonces como ahora, nuevos planteamientos, conversión sincera y la enorme paciencia de quien se dispone a acompañar procesos. Seguramente ahí está también la falta de respuesta a tantos intentos como realizó para activar la Pastoral Vocacional, un tema muy querido para él, en el que se implicaba personalmente.
Lógicamente los problemas no faltaron. Problemas de relación, problemas de gobierno. Un colectivo amplio como es una Diócesis y un tiempo largo como son los 18 años que ejerció su ministerio entre nosotros son un marco en que errores y desencuentros, por una y otra parte, pueden darse y de hecho se dieron, siendo causa de sufrimiento. Sólo la misericordia purifica la memoria y reconduce situaciones.
Don José nos dio una última lección. Ya jubilado, cuando pudo disponer de su vida libremente – es un decir, porque libre lo fue siempre-, se nos va a Perú. Y allí ha permanecido los años que su salud le permitió, ayudando como sacerdote en parroquias, predicando, confesando, dirigiendo retiros…: una pastoral de base en la que encauzó – y disfrutó – su identidad profunda el cura trabajador que siempre fue.