Escrito pastoral del obispo diocesano con motivo del Día del Seminario 2022
Este próximo domingo celebramos el Día del Seminario. En torno a san José, el fiel custodio de Jesús que le acompañó en sus primeros años y le ayudó a inculturarse en las herramientas básicas necesarias para su vida, la Iglesia española celebra el Día del Seminario. Como el santo protector de la Iglesia, en nuestro Seminario se ofrecen también a los jóvenes los instrumentos fundamentales para discernir la vocación y para formarlos en el servicio a la Iglesia y a nuestro mundo.
El Día del Seminario puede ser una buena ocasión para reflexionar comunitariamente sobre la propia realidad del Seminario. En mis primeros contactos con muchos de vosotros aflora constantemente la preocupación por el mismo. En estos diálogos, lo que está detrás es la importancia que tiene el Seminario para el futuro de nuestra Iglesia diocesana. En él se forman los futuros pastores de nuestras parroquias y comunidades. En él están puestas muchas esperanzas.
A veces, lo que preocupa es el número. En la actualidad, nuestra diócesis cuenta con tres seminaristas que, como sabéis, se forman en Santiago de Compostela: Salvador, Darío y Andrés. Cada una de estas vocaciones constituye un pequeño milagro que hay que acompañar. No es fácil hoy, en la vorágine de nuestro mundo, acoger y decidirse ante la llamada. Hay que remar contracorriente, lo que no resulta muchas veces fácil. Por eso, mi primera palabra va dirigida a ellos: ¡Ánimo! Merece la pena entregar la vida a Jesús y al servicio de la Iglesia. Él siempre os acompañará y os dará más de lo que renunciáis.
Pero la realidad del Seminario hay que vivirla en un horizonte más amplio. Desde hace unos años se viene hablando sobre la importancia de crear una cultura vocacional. Se trata de que toda nuestra pastoral redescubra la clave vocacional que todo bautizado tiene: percibir que la vida es misión, y que cada uno tiene que descubrir, en conciencia y en diálogo con el Señor, el lugar donde él le llama a vivir en clave de servicio. De este modo, toda la acción pastoral de la Iglesia ha de ser vocacional, pues ha de contribuir a crecer y dar respuesta a esta pregunta. Surgen así diferentes caminos donde desarrollarse y que cada cristiano tendrá que discernir: en la vida matrimonial o consagrada, en el camino sacerdotal, en la vocación misionera, en la vida laical de transformación de nuestro mundo…
Si me tengo que centrar en esta tarea vocacional para la vida sacerdotal me surgen dos convicciones. La primera es la importancia que tiene el testimonio de los propios sacerdotes. A lo largo de estos meses me he encontrado con todos vosotros y he admirado vuestra vida de entrega generosa, con sus luces y sus sombras. Por eso, hemos de esforzarnos por ofrecer claramente un testimonio auténtico de fraternidad sacerdotal y de auténtica alegría en el servicio a nuestra gente: esta es la base capaz de suscitar la pregunta vocacional de nuestros jóvenes. No nos cansemos de cuidar estos aspectos para infundir ánimos en el corazón de los jóvenes deseosos de sueños y metas más apasionantes que los que ofrece el mundo.
La segunda es la importancia que tiene la oración en el empeño de suscitar vocaciones. Lo dice claramente Jesús: “Orad al dueño de la mies que envíe obreros a su mies”. Toda vocación es siempre un don que el Señor nos regala y sólo en el ambiente de oración puede resonar y sentirse la llamada. Por ello, es preciso no sólo orar, sino crear espacios de oración donde niños y jóvenes puedan experimentar el encuentro con Jesús y responder a lo que el Señor les pide. Además, como dice el papa Francisco, “quien ora de verdad por las vocaciones, trabaja incansablemente por crear una cultura vocacional”.
Os invito, queridos amigos, en este día, a dar gracias al Señor por las vocaciones sacerdotales y a seguir pidiendo por ellas. Igualmente os invito a mirar a nuestro Seminario, no con nostalgia o añoranza de tiempos pasados, sino con enorme confianza en Dios que acompaña el caminar de este pueblo.
Vuestro hermano y amigo.
GALEGO
Este próximo domingo celebramos o Día do Seminario. Ao redor de san Xosé, o fiel custodio de Xesús que lle acompañou nos seus primeiros anos e lle axudou a inculturarse nas ferramentas básicas necesarias para a súa vida, a Igrexa española celebra o Día do Seminario. Como o santo protector da Igrexa, no noso Seminario ofrécense tamén aos mozos os instrumentos fundamentais para discernir a vocación e para formalos no servizo á Igrexa e ao noso mundo.
O Día do Seminario pode ser unha boa ocasión para reflexionar comunitariamente sobre a propia realidade do Seminario. Nos meus primeiros contactos con moitos de vós aflora constantemente a preocupación polo mesmo. Nestes diálogos, o que está detrás é a importancia que ten o Seminario para o futuro da nosa Igrexa diocesana. Nel fórmanse os futuros pastores das nosas parroquias e comunidades. Nel están postas moitas esperanzas.
Ás veces, o que preocupa é o número. Na actualidade, a nosa diocese conta con tres seminaristas que, como sabedes, se forman en Santiago de Compostela: Salvador, Darío e Andrés. Cada unha destas vocacións constitúe un pequeno milagre que hai que acompañar. Non é fácil hoxe, no vórtice do noso mundo, acoller e decidirse ante a chamada. Hai que remar contracorrente, o que non resulta moitas veces doado. Por iso, a miña primeira palabra vai dirixida a eles: Ánimo! Merece a pena entregar a vida a Xesús e ao servizo da Igrexa. El sempre vos acompañará e vos dará máis do que renunciades.
Pero a realidade do Seminario hai que vivila nun horizonte máis amplo. Desde hai uns anos fálase sobre a importancia de crear unha cultura vocacional. Trátase de que toda a nosa pastoral redescubra a clave vocacional que todo bautizado ten: percibir que a vida é misión, e que cada un ten que descubrir, en conciencia e en diálogo co Señor, o lugar onde el o chama a vivir en clave de servizo. Deste xeito, toda a acción pastoral da Igrexa ha de ser vocacional, pois ha de contribuír a crecer e dar resposta a esta pregunta. Xorden así diferentes camiños onde desenvolverse e que cada cristián terá que discernir: na vida matrimonial ou consagrada, no camiño sacerdotal, na vocación misioneira, na vida laical de transformación do noso mundo…
Se me teño que centrar nesta tarefa vocacional para a vida sacerdotal xórdenme dúas conviccións. A primeira é a importancia que ten o testemuño dos propios sacerdotes. Ao longo destes meses atopeime con todos vós e admirei a vosa vida de entrega xenerosa, coas súas luces e as súas sombras. Por iso, habemos de esforzarnos por ofrecer claramente un testemuño auténtico de fraternidade sacerdotal e de auténtica alegría no servizo á nosa xente: esta é a base capaz de suscitar a pregunta vocacional dos nosos mozos. Non nos cansemos de coidar estes aspectos para infundir ánimos no corazón dos mozos desexosos de soños e metas máis apaixonantes que os que ofrece o mundo.
A segunda é a importancia que ten a oración no empeño de suscitar vocacións. Dío claramente Xesús: “Orade ao dono da més que envíe obreiros á súa més”. Toda vocación é sempre un don que o Señor nos regala e só no ambiente de oración pode resoar e sentirse a chamada. Por iso, é preciso non só orar, senón crear espazos de oración onde nenos e mozos poidan experimentar o encontro con Xesús e responder ao que o Señor lles pide. Ademais, como di o papa Francisco, “quen ora de verdade polas vocacións, traballa incansablemente por crear unha cultura vocacional”.
Convídovos, queridos amigos, neste día, a dar grazas ao Señor polas vocacións sacerdotais e a seguir pedindo por elas. Igualmente, convídovos a mirar ao noso Seminario, non con nostalxia ou saudade de tempos pasados, senón con enorme confianza en Deus que acompaña o camiñar deste pobo.
O voso irmán e amigo.
«La vida es misión, y (…) cada uno tiene que descubrir, en conciencia y en diálogo con el Señor, el lugar donde él le llama a vivir en clave de servicio. De este modo, toda la acción pastoral de la Iglesia ha de ser vocacional»