«En el amor, no existe la despedida»: testimonio de una antigua alumna de la Compañía de María de Ferrol

Hace 6 años murió mi padre, y no supe despedirme, lo intenté, pero no fui capaz. Ambos – todos – sabíamos que la vida se le escapaba, pero a mi el adiós no me salió. Las palabras se me clavaban entre los dientes como las cigarras a la lluvia. Tardé tiempo en entender que su ausencia estaba llamada a no irse, a no abandonarme. Todo era memoria. Memoria del amor… y en el amor, no existe la despedida. Así pues, no voy a intentar siquiera despedirme de vosotras, no puedo, no sé… Vivís en mí (y en tantas otras y otros)

Vita Martínez, durante su intervención. Foto: R. Marín

¿Cómo empieza esta historia de amor de 135 años? ¿Quién lo sabe…? Hace unos meses en una conferencia acerca de san Ignacio, cuando hablaron de a quienes había inspirado la Compañía de Jesús, y nombraron a santa Juana de Lestonnac, mi hija Clara de 14 años, dijo en voz alta: – A ver, aquí hay que pasarse. Esta mujer fue muy importante. Mi madre y mi abuela lo saben – Y es verdad, lo fue…

No sé si recuerdas Aurora, que una vez, trajiste un planisferio a clase de sociales, y marcaste con puntos rojos las casas de la Compañía de María, partiendo de Ferrol, hacia el mundo. Una de ellas, en Japón, lejos… y otra junto a un lago de agua dulce que parecía un mar, en Nicaragua. No sabes cuantas veces he imaginado ese lugar… En ese momento, a mis 13 años, te pregunté: pero habéis llegado hasta ahí, hasta ese lago… Y dijiste, – claro, Vitorita, Andar en Compañía es lo que tiene, te lleva lejos.

Muchas veces pienso que quizás lo más importante que he aprendido de vosotras es precisamente esa frase “andar en Compañía”, junto a una mujer-niña, implicada y comprometida con un Dios real. Con un Dios real…

Años después, Finola me regaló una cruz que venía de ese lugar, de ese lago de agua dulce, detrás escribí: El Crucificado es el Resucitado. No lo olvides. Y lo intento (cada día)… Ante esa cruz, Finola, hoy, todavía rezo.

Con los años he aprendido por mi misma que comprometerse no es fácil, a veces incluso, duele mucho, pero te transforma por dentro. Vosotras lo queríais así y nos lo hacíais ver en lo cotidiano de la vida. Los estudios, había que agradecerlos. El trabajo, ofrecerlo. Al otro y a la otra, cuidarla. La verdad, decirla. Y si algo no encajaba, rezarlo, pensar en cada qué.

Nunca nos ofrecisteis una imagen idílica de la Virgen. María era una mujer que dijo sí, a Dios. Al pronunciar su “hágase” se hizo partícipe de sus planes. Dios no le ordenó, se lo pidió. No temas le dijo… No temáis nos dice todavía ahora…

Pero qué difícil fue ese sí, ese andar en Compañía de él. Y sin embargo, lo hizo, hasta la muerte de su hijo. Junto a la cruz, junto a cada cruz, ella estaba, ella está. Y así es cómo nos enseñasteis a andar en Compañía (de María). Hasta cada verdad. Hasta cada justicia. Para quedarnos. Para permanecer.

Mons. García entrega un obsequio a la Compañía de María en recuerdo de toda la diócesis. Foto: R. Marín

Recuerdo esa Iglesia comprometida de los años 80, la muerte de Rutilio Grande, de san Óscar Romero, Padre de las Américas, de los jesuitas del Salvador y de la vigilia que hicimos en el colegio. Incluso me acuerdo de la niña colombiana Omaira, ¡cuánto lloré por ella! Incluso años después, a los pies del volcán, preñado ya de cafetales y vida vivida… os recordé en aquella niña.

Y si yo recuerdo esa Iglesia, es porque vosotras me la enseñasteis, era vuestra, era una Iglesia que andaba en Compañía. Comprometida. Viva en cada muerte. Resucitada. Plena. Nunca hubo un conflicto, una injusticia que dejaréis pasar de largo. Todo era causa de Fe. La reconversión y el paro. La droga y Caranza. La discriminación y la pobreza. La mujer, víctima de tantas redes (¿verdad, Macamen?).

Vosotras no nos educasteis sólo para ser buenas (eso, se daba por hecho, había que serlo), sino para ser: ciudadanas conscientes, como decía Enma Prada, consecuentes, en palabras de Piloncha y, comprometidas que quería Finola.

Independientes. Frágiles ante la vulnerabilidad del otro y fuertes por él. Educadas y profesionales. Centradas en la vida y en Dios. Iguales entre iguales. Críticas, con voluntad de discernir. Felices, pero no complacientes. Serias en el compromiso, pero ligeras en la risa del después. Vosotras queríais que nuestros actos, nuestro compromiso, santificase su nombre sobre todo nombre. María, niña, mujer, madre nuestra, nos lo pedía. Porque ella es así. Y así agradó a Dios.

Los pobres, como reza Charo, nos evangelizan. Nos llaman a ser Pueblo. Por eso, cuando rezamos en misa, con ella, Con él, por ella, por él, y en ella y en él, caminamos en Compañía, y avivamos una llama, que puede transformarse (es cierto), pero nunca apagarse, porque es de Dios y Dios la aviva en cada una de nosotras.

Queridas mías… Queridas mías… Os quiero y os agradezco en mi vida, cada día… No obstante, tal vez porque me habitáis por completo, no quiero, no sé y no puedo despedirme de vosotras. No soy capaz…

Eso sí, antes de bajar del altar, si me lo permitís, salvando las distancias, me gustaría parafrasear una frase de la homilía que dijo Jon Sobrino, un Santo vivo, tras el asesinato de sus compañeros jesuitas en el San Salvador. Quisiera que esta frase quedase en el aire, sostenida por todas nosotras como un verso compartido de memoria viva.

Y es que sabéis… Hoy tengo una mala noticia que daros: he perdido a mi familia. Pero a la vez tengo una buena noticia que daros: yo he vivido con una familia muy buena.

Y así es, lo sois, buenas, mi familia.

Gracias.

Vita Martínez Vérez

Despedida de la Compañía de María de Ferrol (2023)

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