La importancia de un libro

Sin duda que todos tenemos en nuestra memoria o en nuestra retina momentos en los que, en torno a un libro, se ha reunido un grupo de personas que hacen piña escuchando atentos el relato e imaginando cada uno en su interior el texto proclamado. En nuestra infancia hubo momentos en los que, en la escuela o en el hogar, alguien proclamaba en voz alta alguna historia interesante. Así lo siguen haciendo los monjes y monjas en su clausura durante las comidas, alimentando de esta forma no solamente el cuerpo sino el espíritu.

Y es que el libro tiene siempre una fuerza especial. Incluso en estos momentos en los que el libro digital se abre su propio camino, o cuando la lectura no es que digamos una actividad masiva en nuestra cultura, el libro es creador de lazos, contenedor de saberes, lanzadera para el futuro, cajón de experiencias y sabiduría.

La religión cristiana tiene también un libro, o mejor, muchos libros contenidos en uno: la Biblia. En torno a este libro las comunidades cristianas se han ido reuniendo para escuchar, para acoger, para moldear el espíritu, el corazón y la mirada, para proyectar el presente y el futuro, para saborear el amor y la experiencia de una amistad ofrecida con Dios generadora de mucha vida. Incluso cada eucaristía, cada sacramento, tiene su momento fuerte en torno a la Palabra que es proclamada, escuchada, acogida, meditada. Porque para el creyente, la Biblia es un libro singular, no un mero conjunto de palabras humanas, sino un libro que contiene la Palabra de Dios.

Precisamente el próximo domingo 22 celebramos el Domingo de la Palabra. El papa Francisco ha querido que, prácticamente al comenzar el nuevo año y tras haber contemplado el misterio de la Palabra hecha carne, dediquemos este domingo tercero del Tiempo Ordinario a la “celebración, reflexión y divulgación de la Palabra de Dios”. Se trata de que nos familiaricemos y entremos en la intimidad con la Sagrada Escritura y con el Resucitado que no cesa de partir la Palabra y el Pan en la comunidad.

Hemos de reconocer que, por desgracia, nuestro conocimiento de la Palabra de Dios es escaso. Aunque se han hecho muchos esfuerzos por difundirla, seguimos tristemente sin familiarizarnos con su mensaje, con su buena noticia. Y ello tiene sus consecuencias… San Jerónimo decía que “el desconocimiento de las Escrituras es desconocer al propio Cristo”. Además, en la Biblia se recoge la experiencia del pueblo creyente, la sabiduría escondida que nos lleva a la luz de lo invisible, la revelación de lo que Dios es y hace para nuestra salvación…

Benedicto XVI, a quien despedíamos hace unas semanas, nos escribía estas palabras oportunas: “La Iglesia se funda sobre la Palabra de Dios, nace y vive de ella. A lo largo de toda su historia, el pueblo de Dios ha encontrado siempre en ella su fuerza, y la comunidad eclesial crece también hoy en la escucha, en la celebración y en el estudio de la Palabra de Dios”.

¡Qué hermoso sería y qué bien nos haría si, en esta jornada, adquiriésemos un pequeño compromiso convertido en hábito: leer personalmente la Palabra de Dios de cada día! ¡Qué estupendo sería si, en todas las comunidades cristianas, nos reuniéramos semanalmente un grupo de creyentes para escuchar, dialogar y comentar los textos dominicales! ¡Con qué cariño y nostalgia recuerdo mis inicios de vida sacerdotal cuando así lo animé con un pequeño grupo de personas que descubrieron la belleza que supone esta práctica! Porque “la Palabra de Dios siempre es viva y eficaz”. Os invito a familiarizaros con ella, a conocerla para que ella siga llenando de mucha vida tu historia personal y la de nuestras comunidades.

Vuestro hermano y amigo

+Fernando, obispo de Mondoñedo-Ferrol

 

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