Escrito del obispo diocesano con motivo de la Jornada Mundial de los Pobres 2022
«Durante esta semana he ido visitando diferentes realidades que la Iglesia de Mondoñedo-Ferrol tiene al servicio de los más pobres de nuestra sociedad. ¡Doy enormes gracias por ello!»
La Iglesia conmemora el próximo domingo la Jornada Mundial de los Pobres. Se trata de una iniciativa reciente del papa Francisco que no se cansa de promover procesos que nos ayuden a ser una Iglesia “pobre y para los pobres”. Como él mismo nos dice en el mensaje que ha escrito para la ocasión, y que os invito a leer por su profundidad, esta jornada busca “ayudarnos a reflexionar sobre nuestro estilo de vida y sobre tantas pobrezas del momento presente”.
Durante esta semana he ido visitando diferentes realidades que la Iglesia de Mondoñedo-Ferrol tiene al servicio de los más pobres de nuestra sociedad. ¡Doy enormes gracias por ello! Se me ha permitido descubrir y encontrarme con diferentes pobrezas desde la certeza de que sacramentalmente era Jesús mismo el que allí se escondía. Pude acercarme a Gonzalo, niño con discapacidad intelectual, que me enseñó, con su inocencia y alegría, todo su hogar en Mondoñedo. Saludé a Petra, anciana que había perdido a su esposo, y que ahora vive en una de nuestras residencias superando la soledad. Me acerqué a Antonio, un gitano que a duras penas sabe leer, y que se le hace imposible sacarse el carné de conducir que necesita para la venta ambulante. Me paró Marisol, con su hijo enfermo de sida, que tenía necesidad de una vivienda para poder cuidarle. Conocí a María, que había dejado el empleo porque el nuevo contrato se había precarizado en las condiciones económicas. Telefoneé a Paulo, que vive en la calle y su salud se debilita por momentos. Me «whasapeó» Raimundo, inmigrante que vive solo y afronta el futuro sin muchas esperanzas. Abracé a Demyan, refugiado ucraniano que ha huido de la guerra…
Durante esta semana me he reafirmado en que la amistad con los pobres nos ayuda a rebajarnos, a humanizarnos. La cercanía a los pobres contribuye a crear fraternidad, a sentirnos comunidad, a vivir con más sensibilidad y disponibilidad. La proximidad a los pobres nos hace preguntarnos sobre lo importante y fundamental en la vida, nos permite quitarnos nuestras máscaras y alejarnos de la superficialidad para provocarnos al amor auténtico. La escucha de los pobres nos ayuda a conocer mejor la vida, a no juzgar, a comprender, a callar. La vida de los pobres nos cuestiona, nos interroga, nos empuja a vivir en la pobreza que libera, desde la certeza de que frente a los pobres no se hace retórica, se hacen gestos de solidaridad. Dar la mano a los pobres nos permite tocar la carne herida de la humanidad que llora, y nos da razones para elevar la voz contra las miserias de nuestro mundo, siempre fruto de la injusticia, la explotación, la violencia y la inequidad.
Durante esta semana he visto el rostro de tantos hermanos nuestros que sufren diferentes tipos de pobreza: material, económica, de relación, de sentido, de afecto… Y en todos ellos me acordé de Jesús, “que siendo rico se hizo pobre” (2 Cor 8,9). He descubierto así lo importante que es no olvidarnos de los pobres. Es lo que nos permite desarrollar ese corazón que tenemos abierto a la solidaridad y al amor, y vivir el seguimiento de Jesús con más autenticidad. Me he convencido en la urgencia de que los pobres no pueden ser solo objeto de nuestra atención, sino que han de convertirse en protagonistas que nos aportan mucha vida y mucho Evangelio.
Por eso, hago mías las palabras de san Carlos de Foucauld, apóstol de los últimos: «No despreciemos a los pobres, a los pequeños, a los trabajadores; ellos no sólo son nuestros hermanos en Dios, sino que son también aquellos que del modo más perfecto imitan a Jesús en su vida exterior. Ellos nos representan perfectamente a Jesús, el Obrero de Nazaret. Son los primogénitos entre los elegidos, los primeros llamados a la cuna del Salvador. Fueron la compañía habitual de Jesús, desde su nacimiento hasta su muerte. Honrémoslos, honremos en ellos las imágenes de Jesús y de sus santos padres.
Tomemos para nosotros [la condición] que él tomó para sí mismo. No dejemos nunca de ser pobres en todo, hermanos de los pobres, compañeros de los pobres; seamos los más pobres de los pobres como Jesús y, como él, amemos a los pobres y rodeémonos de ellos».
Vuestro hermano y amigo.