A propósito de los bautizos que hacemos

Este domingo celebramos el bautismo del Señor. Una buena ocasión para pararnos a pensar sobre el porqué bautizamos a nuestros niños, por otra parte una práctica que ya nos viene desde los primeros siglos de la Iglesia.

Siempre se dijo que los niños son bautizados “en la fe de la Iglesia”, ya que ellos no son conscientes ni están capacitados para confesar la fe. En este caso, que sigue siendo mayoritario, son los padres y padrinos, también la comunidad cristiana que los acoge, quienes representan la fe de la Iglesia y se responsabilizan de que sean educados en esa fe.

No es revelar ningún secreto que muchos padres bautizan a sus hijos por mera costumbre o tradición, o simplemente para organizar una fiesta familiar con motivo de su nacimiento. De ahí que estemos incurriendo en una contradicción, por no decir, aunque duela, en una mentira.

El “sí, quiero”, “sí, prometo, “sí, renuncio” y “sí, creo” que los padres y padrinos manifiestan públicamente al presentar a su hijo no corresponde en muchos casos a la práctica religiosa de los adultos que solicitan el bautismo. Lo que condicionará negativamente la posterior educación en la fe cristiana de los hijos.

Es verdad que el sacramento del bautismo es un “don” de Dios y no un merecimiento o premio por parte nuestra. Y también que todo recién nacido, si lo solicitan sus progenitores, tiene “derecho” a ser bautizado. Pero dada la práctica habitual en nuestras parroquias habría que aconsejar a los padres y padrinos que se lo pensasen bien antes de bautizar, se informasen y formasen sobre el significado y el compromiso de este sacramento y, si aun así si no lo tienen claro, lo pospusiesen.

 

«Habría que aconsejar a los padres y padrinos que se lo pensasen bien antes de bautizar, se informasen y formasen sobre el significado y el compromiso de este sacramento»

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