El silencio de Dios

La primera lectura de este Domingo VIII del T.O.: “Sión decía: “Me ha abandonado el Señor, mi dueño me ha olvidado”. -Es que puede una madre olvidarse de su criatura, no conmoverse por el hijo de sus entrañas? Pues aunque ella se olvide, yo no te olvidaré” (Isaías,49,14-15). Me ha dado el último empujón para que comenzara este escrito.

Llamamos así a la experiencia dolorosa que sienten personas o colectivos creyentes en determinadas situaciones, como si Dios estuviese ajeno y ausente al sufrimiento del hombre.
 

Silencio de Dios en la Biblia

Esta experiencia la tuvieron diversos personajes como Job (30,20) – ¡aunque luego se convierta en diálogo- o los profetas. Estos hablan de que Dios calla en ocasiones y no les deja hablar, como un castigo a las infidelidades de su pueblo. Así Isaías, 64,11; Jeremías en Lamentación 5,22; y Ezequiel,3,26. Habacuc se pregunta: “Tus ojos, puros para contemplar el mal, no soportan ver la opresión. ¿Por qué, pues, ves a los traidores y callas cuando el  malvado se traga al justo?” (1,13). 

Los autores de los Salmos en muchas ocasiones expresan sus quejas y súplicas ante la ausencia de Dios. He aquí algunos ejemplos:

– Salmo 22 (el de Cristo en la cruz): “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”.
– Salmo 32,22: “Señor, tú lo has visto, no te calles. Señor, no te quedes lejos de mí…”.
– Salmo 44,24: “Despierta, Señor, ¿por qué duermes?”.
– Salmo 83,2: “Oh Dios, no te calles, no te quedes mudo e inmóvil…”.                       
– Salmo 115,2: “¿Por qué han de decir las naciones ¿dónde está su Dios?”.

Pero es sobre todo en el Exilio, junto a los canales de Babilonia (Salmo 137), donde todo el pueblo, a causa de su infidelidad, se siente abandonado por su Dios. En el Nuevo Testamento, el paradigma del “Dios ausente” se encuentra en la Pasión de Cristo: primero en el Huerto de los Olivos y luego, en la Cruz. Jesús sufre físicamente, pero sobre todo en su perdida soledad.

Pero el silencio más grande de Dios fue la Cruz: Jesús sintió el silencio del Padre hasta definirlo 'abandono'…Y después ocurrió aquel milagro divino, aquella palabra, aquel gesto grandioso que fue la Resurrección”, comenta el papa Francisco.
 

El silencio de Dios en la Historia

Muchos creyentes y místicos nos relatan de diversas maneras esos estados de “abandono” que experimentaron. Dos ejemplos, los dos del Carmelo: S. Juan de la Cruz, que con su lenguaje poético nos habla de su “Noche oscura“: "¿Adónde te escondiste, Amado, y me dejaste con gemido? Como el ciervo huiste, habiéndome herido. Salí tras ti clamando, y ya eras ido”. 

El otro ejemplo es el de Sta.Teresa de Lisieux, como nos recuerda el papa Benedicto: “También en la vida de los santos existe esa noche oscura. Son empujados, valga la expresión, a una especie de ausencia, al silencio de Dios, como Teresa de Lisieux…”.

En momentos de tragedia o situaciones de calamidad, este tema cobra una fuerza especial. Ya en otra ocasón hablé de lo doloroso que resulta escuchar a Rosalía de Castro (Amancio Prada lo borda) en el lamento de la mujer maltratada, que refleja una percepción popular:  “-Salvádeme ¡hou xueces!, berrei….¡Tolería! De min se mofaron, vendeum´a xusticia.  –Bon Dios, axudaime, berrei, berrei inda…Tan alto qu´estaba, bon Dios non m´oira”.

Con motivo de la tragedia de Haití alguien escribió:  “Y dónde está Dios?". Seguimos esperando milagros divinos que cambien el curso de la naturaleza; apelamos a la Providencia para que intervenga en las catástrofes naturales; rezamos y pedimos prodigios y señales. Y Dios guarda silencio y no actúa como esperamos. No aprendemos de la historia. No paró la cruz en el Gólgota; no intervino para evitar Auschwitz; no es el Dios relojero de Newton, que ajusta el reloj natural de vez en cuando; no modifica las leyes de la creación, descubiertas por la ciencia. El hombre y el universo son obra de un creador que respeta la libertad humana y el dinamismo de la naturaleza. Si buscamos al Dios milagrero, siempre a la escucha de los deseos del hombre, busquémoslo en otra religión, no en la del Dios crucificado. Es inconcebible que los cristianos sigamos esperando intervenciones prodigiosas, como en tiempos de Jesús, sin asumir la mayoría de edad del hombre y la autonomía del universo, cuyas leyes conocemos mejor y cada vez más.

En cambio, encontraremos a Dios, si lo buscamos identificándose con las víctimas y llamando a los hombres de buena voluntad a la solidaridad y la justicia; si esperamos que Dios nos inquiete, nos provoque y nos llame a colaborar de mil maneras para mitigar el dolor en Haití; si creemos que Dios no es neutral y que el contraste entre el gran mundo pobre y la minoría de países ricos clama al cielo (Comentario de Juan Antonio Estrada recogido en “Feadulta.com”)

Cuentan que un orante formuló esta pregunta a Dios: “Y tú ¿qué haces para arreglar el problema del hambre?”. Entonces Dios le respondió: “Te hice a ti”.

La tragedia de Auschwitz, o del Holocausto, hizo surgir un largo debate teológico, hasta afirmar  como hicieron algunos- que había que hablar de Dios con una nueva perspectiva. No vamos a entrar en ella, pero sí vamos a recoger un escalofriante testimonio del escritor judío Elie Wiesel, que dice más que mil tratados de teología.

Los S.S. parecían más preocupados, más inquietos que de  costumbre. Colgar a un chico ante millares de espectadores no era poca cosa. El jefe del campo leyó el veredicto. Todos los ojos estaban fijos en el niño. Estaba lívido, casi tranquilo, y se mordía los labios. La sombra de la horca lo cubría. El lagerkapo, esta vez, se negó a servir de verdugo. Tres S.S. lo reemplazaron. Los tres condenados subieron a sus sillas.Los tres cuellos fueron introducidos al mismo tiempo en las sogas corredizas. -¡Viva la libertad!- gritaron los adultos. Pero el pequeño callaba. -¿Dónde está el buen Dios, dónde está? –preguntó alguien detrás de mí. A una señal del jefe de campo, las tres sillas cayeron. Silencio absoluto en todo el campo. En el horizonte, el sol se ponía. -¡Descúbranse! –aulló el jefe del campo. Su voz estaba ronca. Nosotros llorábamos.  – ¡Cúbranse! Luego comenzó el desfile. Los dos adultos ya no vivían. Su lengua colgaba hinchada, azulada. Pero la tercera soga no estaba inmóvil: el niño, muy liviano, vivía aún….

Más de media hora quedó quedó así, luchando entre la vida y la muerte, agonizando ante nuestros ojos. Y nosotros teníamos que mirarlo bien de frente. Cuando pasé delante de él todavía estaba vivo. Su lengua estaba roja aún, sus ojos no se habían apagado. Detrás de mí oí la misma pregunta del hombre:  -¿Dónde está Dios, entonces? Y en mí sentí una voz que respondía: -¿Dónde está? –Ahí está, está colgado ahí, de esa horca…  Esa noche, la sopa tenía gusto a cadáver”.

Es verdad, lo habíamos olvidado: Dios está en las víctimas.
                                            
Ese es el mensaje que nos transmite el capítulo 25 de San Mateo: “En verdad os digo que cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis”.

Rosendo Yáñez Pena. Ferrol, 1 de marzo de 2017

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BIBLIOGRAFIA
–  Leon Dufour: Vocabulario de Teologia Bíblica, voz Silencio.
– Torres Queiruga: Creo en Deus Pai  y Recupera-la Salvación.
– Francois Varone: El Dios ausente y el Dios “sádico”.
– Gustavo Gutiérrez: Hablar de Dios desde el sufrimiento del inocente.
– Rosalía de Castro: Obra poética: ”A xusticia po-la man”.                                      
– Elie Wiesel: La noche-El alba-El día.
– Interesante también el artículo de Francesc Torralba: 'El aguijón del mal' (Vida Nueva, nº 3.024)
 

 

«Llamamos así a la experiencia dolorosa que sienten personas o colectivos creyentes en determinadas situaciones, como si Dios estuviese ajeno y ausente al sufrimiento del hombre»

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