Frenar la desigualdad está en tus manos

La desigualdad es un factor de hecho en nuestra sociedad: no somos iguales, ni podemos ser iguales, porque todos somos diferentes y distintos. Tenemos capacidades variadas, cualidades diversas, corporalidades complementarias, aptitudes plurales. Es una riqueza esa desigualdad. Lo que resulta un escándalo es cuando esa desigualdad se convierte en un foso insuperable, en una diferencia más allá de lo razonable, en una inequidad injusta que afecta a la dignidad humana.

Y eso es lo que hoy está sucediendo, especialmente tras la crisis de la pandemia. Según los informes de organizaciones sociales se está produciendo una injusta concentración de los bienes económicos en manos de unos muy pocos. Basten algunos datos: la riqueza de los diez hombres más ricos del mundo se ha duplicado, mientras que los ingresos del 99% de la humanidad se han deteriorado; conjuntamente, 252 hombres poseen más riqueza que los mil millones de mujeres y niñas de África, América Latina y el Caribe.

Y esta desigualdad se produce a niveles internacionales, pero también en el seno de nuestras sociedades nacionales y en nuestra propia sociedad gallega. Por ello, no nos extraña la afirmación que hace el papa Francisco: “La inequidad es cada vez más patente y es la raíz de los males sociales” (EG 202).

En efecto, la inequidad produce muchos males a nuestro alrededor: la violencia que tanto nos asusta tiene en su base un componente de insatisfacción social y de respuesta a una injusticia sufrida; la migración es provocada, en la mayor de las veces, por una búsqueda de unas condiciones de vida más justas y humanas; el hambre es fruto, no de causas meramente internas a las sociedades que lo padecen, sino a un injusto reparto de los alimentos; la ausencia de recursos educativos, culturales o sanitarios en tantas partes del mundo es fruto también de esta falta de voluntad política…

Digámoslo claro: detrás de la desigualdad injusta existe un desprecio total a la dignidad humana. Daría la sensación de que hay personas que valen más y otras que valen menos, de que existen ciudadanos de primera y ciudadanos de segunda. Y eso, sin ningún mérito propio, sin ningún filtro previo, sino la mera casualidad o el destino. Lo que hace que la convivencia pacífica se convierta en tarea imposible. E impide también la fraternidad humana, que es a la que nos convoca nuestra fe cristiana y a la que nos compromete la celebración eucarística.

Desde luego que son los dinamismos económicos, las estructuras de pecado que ya denunció Juan Pablo II, sustentadas por decisiones políticas, los que producen que esta desigualdad se acreciente. Y lo que provoca que los mecanismos de solidaridad que hoy existen no sean suficientes para revertir la situación. Tenemos que decir «no» a una economía que mata, que provoca inequidad y exclusión.

Por eso, Manos Unidas nos recuerda cada mes de febrero esta situación que no queremos ver y ante la que cerramos los ojos. Y nos recuerda, especialmente en este año, que frenar la desigualdad está en tus manos. ¿Cómo? A través de una tarea educativa que cambie los valores culturales que nos van conformando y nos introduzcan la clave de los cuidados como forma y estilo de vida; a través de hábitos solidarios que nos ayuden a pensar en los que menos tienen, tanto en nuestros gestos de generosidad como en nuestras formas de consumo; apoyando y promoviendo políticas fiscales más justas que redunden en un mejor reparto de la riqueza; promoviendo políticas sociales globales que garanticen los derechos sociales para todos; apoyando el mantenimiento de las ayudas al desarrollo por parte de las administraciones públicas, también en periodos de dificultad; luchando por una economía más social que nos libere de la dictadura del mercado; cuidando una espiritualidad que nos «aprojime» con los rostros que sufren…

Gracias a Manos Unidas, sus voluntarios, porque nos ayudáis a pensar, a poner rostro a la inequidad, a luchar por un mundo más justo y humano. Gracias porque nos permitís vivir mejor el evangelio: “Tuve hambre y me distéis de comer”.

Vuestro hermano y amigo.

Fernando, obispo de Mondoñedo-Ferrol

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