Poner el Belén

Dicen que el primer “belenista” fue san Francisco de Asís, allá por el siglo XIII. Y que desde ese momento no dejó de repetirse esta loable costumbre religiosa de ambientar la Navidad cada año por estas fechas.

Estamos en una época en que, por lo general, todo lo que sea signo religioso exhibido públicamente se mira con lupa, salvo honrosas excepciones. Es como si hubiera que hacer borrón y cuenta nueva respecto a las tradiciones de nuestro pasado, máxime si va asociado a la religión, en este caso la cristiana.

La tendencia más generaliza es que el sentido genuino y auténtico de la Navidad directa o indirectamente se diluya. De ahí que apostar por poner el Belén o nacimiento, no precisamente en las iglesias, lo cual es lo normal y lo propio desde el punto de vista de la liturgia, sino en los hogares y en las calles o plazas públicas como signo identificativo de nuestra fe, tenga públicamente un valor testimonial muy importante.

Es como pasar de la Navidad comercial y consumista, que con frecuencia resulta asfixiante, a la verdadera Navidad que reúne a la familia y a los amigos para celebrar el misterio gozoso de un Dios solidario con la humanidad que se hace pequeño, pobre y humilde para salvar, redimir y liberar. Es el “escándalo” de la encarnación con todas sus consecuencias.

No se trata de ser sensibleros ni de empalagar el ambiente a base de tópicos repetitivos, sino de caer en la cuenta y admirar hasta el asombro y la adoración el acontecimiento del nacimiento de Jesucristo, el Hijo de Dios. Esto es lo que como creyentes estamos invitados a vivir intensamente y a celebrar gozosamente en estos días.

FELIZ NAVIDAD – BO NADAL

 

«Apostar por poner el Belén o nacimiento (…) en los hogares y en las calles o plazas públicas como signo identificativo de nuestra fe, tiene públicamente un valor testimonial muy importante»

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