Semblanza de Gonzalo Folgueira

Texto leído durante la misa-funeral en la iglesia de Nuestra Señora del Rosario de Ferrol

Hace tres meses nos reuníamos como hoy en torno a este altar para celebrar la fiesta de nuestra patrona. Fue una celebración hermosa y entrañable porque volvía a presidirnos D. Gonzalo. Muchos de nosotros no lo habíamos visto desde el confinamiento de la pandemia y su posterior retiro a la Residencia de Piñeiros. Por eso fue una alegría para todos encontrarlo tan bien de aspecto, aunque con ciertas dificultades de movilidad normales a su edad. Y fue una alegría, sobre todo, poder volver a escucharlo, porque su palabra conservaba la fuerza y, al mismo tiempo, la ternura de siempre. Era él, y si cerrábamos los ojos podíamos sentir que estábamos celebrando con él la eucaristía hace quince, veinte o más años.

Porque hacía ya doce años que D. Gonzalo había dejado de ser el párroco de Nuestra Señora del Rosario, a donde había llegado en 1982, teniendo el valor de dar un paso a un lado cuando vio que había llegado el momento, tanto por él, que había cumplido los setenta y cinco, como por la parroquia, llamada a integrarse en una unidad pastoral con las otras del Ensanche. Sí, él dejó de ser el párroco, pero creo que podemos decir que para esta parroquia nunca dejó de serlo del todo. En el fondo de nuestro corazón seguía siendo nuestro cura. No porque él lo buscase en absoluto; tampoco porque nos quedáramos atrapados en la nostalgia de lo que fue y ya no es. Simplemente, cuando una persona ha significado tanto para tantas personas y para esta comunidad en su conjunto, la huella que deja es tan profunda que permanece por mucho tiempo que pase. D. Gonzalo fue ciertamente para muchos de nosotros no sólo un pastor excepcional sino un verdadero padre, y un padre lo es para siempre.

Para quienes hemos formado parte de esta comunidad en los casi treinta años que él la presidió es imposible entrar en esta iglesia y no acordarnos de él; podemos verlo en cada rincón de ella. Pero sobre todo, es en nuestros corazones donde se amontonan los recuerdos preciosos.

D. Gonzalo estuvo profundamente unido a cuantos formaban esta comunidad. Por descontado, a los colaboradores más cercanos y a los miembros de todos los grupos, a los que mimó con una dedicación extraordinaria; sé que muchos de los que estáis aquí dais fe de ello y lo llevaréis por siempre en vuestro corazón.

Pero cada persona que se acercó a la parroquia, aunque fuese de forma ocasional, era atendida con cercanía y cariño. Toda la parroquia lo conocía y quería, porque él pasaba aquí la mayor parte de las horas del día, desde la mañana y muchas veces hasta bien tarde.

No podemos dejar de recordar la ternura con la que hablaba a los niños, con los que conseguía contactar de una forma maravillosa. Con las sucesivas generaciones de jóvenes que se fueron confirmando en la parroquia logró un vínculo excepcional, plasmado sobre todo en el coro, que fue una de las niñas de sus ojos, y que hoy vuelve a reunirse como a él le hubiese gustado, y también en los inolvidables campamentos de su casa de Saldanxe, convertida en una extensión de la parroquia gracias a su enorme generosidad. Generosidad de la que son testigos para siempre tantas personas ayudadas secretamente por él en sus momentos de dificultad.

Y cuántas casas de la parroquia conocieron la labor callada de la visita a los enfermos, a los que dedicaba tanto tiempo. Igual que a los mayores; ¡con qué ilusión preparó un local en el edificio nuevo que él promovió, para que pudiesen reunirse por las tardes a charlar y echar la partida, que tantas veces compartía él con ellos!

Pero si D. Gonzalo deja un recuerdo tan imborrable en tantas personas es porque, al darse así, era a Dios a quien estaba dando. Como usted, D. Fernando, bien dijo en la misa de San Julián, él llevó a muchos a Dios porque él llevaba a Dios dentro de sí. Gonzalo fue un hombre de una espiritualidad honda y recia, al que podíamos ver continuamente en oración en esta iglesia; enamorado de la Eucaristía, celebraba la misa con verdadera unción y promovió y participó con devoción en la Adoración nocturna; fue un verdadero apasionado de la Biblia, pasión que lograba transmitir en sus homilías, charlas, reuniones o clases de teología; y por supuesto devoto de la Virgen, de la que como siempre aquel día nos habló con palabras hermosísimas.

Habría muchas más cosas que decir: su dedicación a la catequesis, su empeño por mejorar las instalaciones parroquiales, su afán por involucrar a más personas y por la corresponsabilidad, sus horas de confesionario, su preocupación por no dejar de formarse continuamente, … No acabaríamos.

Por supuesto, Gonzalo tenía fallos, sus pecados, sus límites, sus debilidades, sus errores, como cualquiera de nosotros, porque era uno de nosotros, y nunca pretendió dejar de serlo, y por eso su testimonio de vida tiene, si cabe, aún mayor valor.

¿Cómo, pues, no íbamos a seguirlo sintiendo como nuestro cura, igual que sabemos que él seguía llevando a esta comunidad en su corazón? Por eso aquel día le dijimos que tenía que volver pronto… No se nos podía pasar entonces por la cabeza que aquella eucaristía iba a ser su despedida de nosotros.

Hoy damos gracias por haber tenido esa oportunidad, por aquella misa que siempre recordaremos. Y nos reunimos una vez más en torno a este altar, porque él ya ha partido… Lo hacemos convocados por nuestra esperanza en la resurrección, y porque cada vez que celebremos aquí la Eucaristía él estará celebrándola con nosotros desde el otro lado. Esta tarde oramos por él, poniendo su vida en las manos del Padre en el que creyó profundamente y del que nos habló siempre con tanto cariño; y también damos gracias a Dios por su vida, por su ministerio, por su entrega, por su testimonio. Ojalá que esta eucaristía, en la que le agradecemos de corazón a D. Fernando que haya querido acompañarnos, nos ayude a recoger lo que Gonzalo ha significado para cada uno de nosotros y todo lo que él sembró en nosotros siga dando fruto abundante por mucho tiempo.

Parroquia de Nuestra Señora del Rosario, 11 de enero de 2022

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