Tema 3: La participación litúrgica

Enero de 2020

Pistas para la formación litúrgica de grupos de pastoral en la parroquias de Mondoñedo-Ferrol

TEMA 3

Hace unos cincuenta años el Concilio Vaticano II puso en marcha una gran obra de reforma y renovación litúrgica, de la que nosotros hoy tenemos los frutos, aunque qué duda cabe que hay mucho camino por recorrer. Esa reforma litúrgica se ponía en marcha pedida por los padres conciliares en la Constitución Sacrosanctum Concilium, sobre la Sagrada Liturgia, que a su vez recogía todo un siglo de investigación y profundización sobre la liturgia. Uno de los pilares básicos tanto del movimiento litúrgico, como del documento conciliar y que se aplicó en la reforma litúrgica fue el concepto de “participación litúrgica”.
 

¿Qué es la participación litúrgica?

El número 48 de la constitución Sacrosanctum Concilium dice así: “La Iglesia, con solícito cuidado, procura que los cristianos no asistan a este misterio de fe como extraños y mudos espectadores, sino que comprendiéndolo bien a través de los ritos y oraciones, participen conscientes, piadosa y activamente en la acción sagrada, sean instruidos con la palabra de Dios, se fortalezcan en la mesa del Cuerpo del Señor, den gracias a Dios, aprendan a ofrecerse a sí mismos al ofrecer la hostia inmaculada no sólo por manos del sacerdote, sino juntamente con él, se perfeccionen día a día por Cristo mediador en la unión con Dios y entre sí, para que, finalmente, Dios sea todo en todos”.

Por tanto, el Concilio no se conforma con una participación pasiva, un mero estar presente, sino que nos habla de una participación a la que añade unos calificativos: “activa”, “plena”, “consciente”, “fructuosa”, etc. Otras veces, en vez de añadir calificativos, describe lo que es la participación. Así, por ejemplo, en el número 11 se dice: “Mas, para asegurar esta plena eficacia es necesario que los fieles se acerquen a la sagrada Liturgia con recta disposición de ánimo, pongan su alma en consonancia con su voz y colaboren con la gracia divina, para no recibirla en vano”.
 

Las condiciones para una participación auténtica

Es necesario recordar que todo lo que vamos a decir, aunque parezca limitarse al aspecto exterior de la liturgia –lo que hacemos–, en realidad está al servicio de lo que en la liturgia celebramos: el misterio de Cristo vivo y el encuentro con Él. Esa es la garantía de que la liturgia no se convierte en algo meramente externo, en un activismo o en algo solamente estético.

Para que se dé la participación litúrgica, en primer lugar, es necesario que se hagan una serie de acciones: gestos, palabras, etc. Para que haya una auténtica participación interna, un auténtico encuentro con Cristo, es necesario que esto se realice a partir y por medio de la participación externa: lo que hacemos. Por eso en la liturgia son necesarios los ministerios –desde el ministerio de la presidencia, ejercido por el sacerdote, hasta los demás ministerios propios de la celebración, como lectores, cantores, ministros extraordinarios de la sagrada comunión…

Los ministerios están al servicio de la participación activa y no para el lucimiento personal o el protagonismo de quien lo ejerce. Por eso, lo que hacemos lo hacemos como un servicio y lo realizamos de acuerdo a las normas litúrgicas de la Iglesia, porque la celebración nunca dependerá de nuestros gustos, al ser celebración de la Iglesia, no nuestra en el sentido de privada o particular.

La participación activa, además, requiere una acción comunitaria. Quien celebra no es cada uno de los fieles aisladamente, sino que son constituidos en comunidad, en asamblea litúrgica, estructurada orgánicamente, presidida litúrgicamente, y con esos ministerios que le permiten realizar la acción litúrgica. San Pablo compara a la Iglesia con un cuerpo y esa comparación se aplica también a la Iglesia que se manifiesta como asamblea litúrgica, convocada por el Señor mismo. Lo individual, lo personal, no se anula en la liturgia: las preocupaciones y alegrías de cada uno son asumidas en la celebración, y esto se hace comunitariamente. Por ejemplo, en la oración colecta, el sacerdote invita a todos a orar y en silencio cada uno eleva su súplica o acción de gracias a Dios. Todas ellas son recogidas por el sacerdote en la oración que pronuncia, a la que toda la asamblea responde “amén”, haciendo suya las intenciones de cada uno. También es muy importante la comunión en los gestos: todos estamos de pie, todos nos sentamos o arrodillamos, todos hacemos la señal de la cruz, todos respondemos… No vamos “por libre”, sino que expresamos lo que somos: una comunidad cristiana, que está, por tanto, en comunión.

Pero claro, no todo se puede quedar en lo que hacemos. También cuenta mucho, evidentemente, la intención con la que lo hacemos. Por eso, para que la liturgia no sea una sucesión de gestos mecánicos estereotipados, son necesarias unas actitudes internas. Obviamente la primera de esas actitudes es la fe. Lo que hacemos, lo hacemos con fe y desde la fe –incluyendo aquí la actitud de conversión que nos lleva a la fe–. Sin esa actitud fundamental la participación activa en la liturgia sería una quimera muy lejana, le faltaría autenticidad y verdad. Sin fe, la liturgia no hace posible el culto al Padre en Espíritu y en Verdad, porque no llegaría a nuestra vida y se quedaría en meras prácticas de piedad o devoción. Junto con la fe, otras actitudes internas favorecen esa participación activa: la comunión, la entrega de sí, el servicio, etc. Tres exigencias que nos invitan a vivir la liturgia de un modo más auténtico: como un encuentro con Cristo vivo.
 

¿Por qué es tan importante la participación litúrgica?

La participación activa de los fieles en la liturgia no es un añadido o un capricho: es una exigencia propia de la celebración. La liturgia pide la participación. De lo contrario no logrará su finalidad propia: hacer de la vida de los hombres un culto agradable a Dios unidos a Cristo, que entregó su vida por nosotros.

¿Por qué no quiere la Iglesia que los fieles asistan a la liturgia como espectadores mudos, sino que participen en ella activamente? En virtud del Bautismo. Por el sacramento del Bautismo todos los fieles tienen derecho participar así de la liturgia. Todos los fieles, por el Bautismo, participamos del sacerdocio de Cristo y estamos llamados a unirnos con él, de modo que nuestra existencia se transforme y nos ofrezcamos a Dios unidos al Señor.

Cuando los fieles oran, cuando aclaman, cuando proclaman o confiesan la fe, lo hacen como miembros del sacerdocio real de Cristo. Para que pueda hacerlo Cristo mismo ha instituido el sacerdocio ministerial. Pero los obispos y los presbíteros no suplen la función sacerdotal de toda la asamblea, que participa en la celebración de esa manera.

Junto con esto es importante volver a señalar el carácter comunitario de la celebración litúrgica. Dice un conocido liturgista, el P. José Antonio Abad: “Éste es, en efecto, un acto del entero Cuerpo Místico de Cristo, Cabeza y miembros (SC 7); por ello, las acciones que en ella se realizan no son nunca acciones privadas, sino acciones de todo el cuerpo eclesial, es decir, comunitarias. Acciones, por tanto, que han de ser realizadas no sólo por los ministros o por una parte de los fieles, sino por los ministros y por todos los fieles. En consecuencia, de la misma naturaleza de la liturgia brota una exigencia y una llamada a todos los miembros de la asamblea litúrgica para que se asocien a Cristo Sacerdote y Cabeza, y en y desde Él, junto con los demás miembros del Cuerpo Místico, glorifiquen al Padre y participen en los dones salvíficos”.

Finalmente cabe señalar que la participación activa es una de las preocupaciones fundamentales de la Iglesia, porque la liturgia está en el centro de su vida, porque es “fuente y culmen” de la vida cristiana (SC 7).

Cómo llevar a cabo ese ideal de participación que nos plantea el Concilio Vaticano II. ¿Cómo hacer que la celebración litúrgica sea un verdadero encuentro con Cristo a través de los signos, gestos y palabras que la forman? Sería maravilloso que esta pregunta tuviera una respuesta sencilla, simple, directa y práctica, porque en el fondo eso es lo que perseguimos en toda celebración litúrgica, tanto cuando la preparamos como durante la misma celebración. Quizás no haya una fórmula mágica, pero sí que podemos dar una respuesta en tres ámbitos sobre los que profundizar y trabajar.

El primero de ellos es la misma celebración. El Concilio nos ha enseñado –y ha pedido que para ello se haga la reforma litúrgica– que la celebración es más transparente en la medida en que los ritos son sencillos, breves y claros. Recargar innecesariamente la celebración posiblemente hace más difícil que los ritos nos ayuden a un auténtico encuentro con Cristo. Por eso la reforma litúrgica del Concilio Vaticano II revisó los ritos, resaltando lo principal y suprimiendo o simplificando lo accesorio o las repeticiones innecesarias. Por esa misma razón se introdujo el uso de las lenguas vernáculas –en nuestro caso el español–. Si leemos las directrices para la reforma que hay en los capítulos del II al V de la constitución conciliar sobre liturgia Sacrosanctum Concilium nos daremos cuenta de que hay unos principios que subyacen y cuya finalidad es precisamente fomentar la participación litúrgica.
Pero, claro, el problema no es solamente de ritos, sino también de personas. Sacrosanctum Concilium intuye que en lo que toca al tema de la participación la reforma de los ritos es solamente el primer paso, que no tiene sentido si no va acompañada de algo en lo que los padres conciliares insisten en muchos números del documento: la formación litúrgica. Una formación que va encaminada a cambiar la actitud y el modo de comprender y vivir la celebración, y de hacer que la fe, la celebración y la vida vayan de la mano. El Concilio insiste muchísimo en la formación de los pastores, como presupuesto necesario para que esa formación llegue a los fieles.

Y llegamos así al tercer desafío de la participación, que es el de superar el divorcio entre celebración y vida. El Espíritu, que actúa en la celebración, está presente también en la vida de los cristianos, guiándola a la luz de lo que se celebra, en comunión con toda la Iglesia, de la que el cristiano forma parte. Aquí entramos en lo que muchas veces hemos explicado: el cristiano da culto a Dios con la propia vida. El culto no es solamente la celebración. Si no somos capaces de ofrecer nuestra propia vida como sacrificio agradable a Dios, unidos a Cristo, la celebración se convertirá solamente en un puro rito, sin repercusión ninguna en la vida del cristiano.

Ritos, formación, vida. Tres ámbitos en los que la pastoral litúrgica profundiza para lograr una auténtica participación activa, ideal litúrgico que plantea el Concilio y que atañe no solamente a los pastores, sino a todo fiel que toma parte en la celebración de la fe de la Iglesia. Celebrar bien, preparar la celebración, ser fieles a lo que pide la Iglesia, formarnos bien para no hacer las cosas a nuestro antojo, sino entendiendo y profundizando el sentido; pero, sobre todo, ser conscientes de que la liturgia es el motor de nuestra vida, porque allí se nos da el Espíritu que nos guía hasta la verdad completa, que es el amor. He aquí el ideal de participación que la Iglesia nos ofrece.

¿Estamos lejos de este ideal? Pasos se han dado, sin ninguna duda, y pasos quedan por dar. Sin desanimarnos, miramos hacia la meta.


QUÉ ES LA PARTICIPACIóN ACTIVA DE LOS FIELES

Vamos a verlo a través de unos cuantos textos del Concilio que iluminan el tema:

"Es necesario que los fieles… pongan su alma en consonancia con su voz" (SC 11). "La santa madre Iglesia desea ardientemente que se lleve a los fieles a aquella participación plena, consciente y activa en las celebraciones litúrgicas que exige la naturaleza de la liturgia misma y a la cual tiene derecho y obligación, en virtud del bautismo, el pueblo cristiano… (SC 14). "En las celebraciones litúrgicas, cada cual, ministro o simple fiel, al desempeñar su oficio, hará todo y sólo aquello que le corresponde" (SC 28). "Los acólitos, lectores, comentadores y cuantos pertenecen a la 'schola cantorum' desempeñan un auténtico ministerio litúrgico" (SC 29).

Como vemos, la participación litúrgica es algo interno y externo; algo que implica a toda la persona, de tal forma que coincidan las actitudes interiores con el gesto o la acción externa.

Veamos este otro texto, mucho más explícito: "La Iglesia procura que los cristianos no asistan a este misterio de fe (la eucaristía), como extraños y mudos espectadores, sino que, comprendiéndolo bien a través de los ritos y oraciones, participen consciente, piadosa y activamente en la acción sagrada, sean instruidos con la Palabra de Dios, se fortalezcan en la mesa del Señor, den gracias a Dios, aprendan a ofrecerse a sí mismos al ofrecer la Hostia inmaculada no sólo por manos del sacerdote, sino juntamente con él" (SC 48).

Importancia de la participación litúrgica. La participación litúrgica, tal y como la entiende el Vaticano II, es el punto de llegada y el punto de partida de una acción pastoral litúrgica. Parece indispensable que el fiel en la celebración tenga ya una predisposición atenta para percibir y recibir el don de Dios y poder formar parte activa en la Iglesia. Actividad que no equivale a moverse mucho porque hace muchas cosas (cosa que puede ocurrir en determinados ministerios) sino que está orientada a disponer a toda la persona para en acontecimiento celebrativo. Por eso, la tarea de renovación litúrgica emprendida siempre ha tenido como telón de fondo esta preocupación: uso de las lenguas vernáculas, adaptación de los ritos y su simplificación, presencia de la Biblia en la liturgia, canto popular, arte… De ahí, la importancia que adquiere todo lo que tienda a conseguir esta participación: catequesis, preparación de las celebraciones, formación litúrgica de los celebrantes… Entre otras cosas, porque la participación de los fieles es siempre una tarea inacabada.

Significado de la "participación". "Participación" es una palabra que procede del latín participatio (partem-capere= tomar parte). Es sinónimo de intervención, adhesión, asistencia… Es una palabra que se usa en muchos campos y aspectos de la vida. En el lenguaje litúrgico, aparece el término para indicar siempre una “relación a”, “un tener en común con”, un “estar en comunión”. Participación viene a ser, de hecho, relación, comunicación, identificación, unión… En los textos litúrgicos, el término está cargado de connotaciones eclesiales y litúrgicas, y, a veces, más que la palabra como tal, interesa descubrir en ellos el objetivo al que se dirige la acción de participar.

Podemos decir que la participación litúrgica lleva consigo tres aspectos inseparables:
• Incluye unos actos humanos (gestos, ritos) y unas actitudes internas, susceptibles ambos de variedad en intensidad, modalidad o vivencia. No todos los gestos o actos en la celebración pueden considerarse iguales en importancia. 
• El objeto de la participación no es sólo el acto, ritual o sacramental, sino también el contenido (la salvación). Está dirigida a la experiencia personal de la Presencia del Misterio Pascual. Si esto es así afecta a toda la persona de modo efectivo y afectivo.
• Afecta a su modo a todas las personas que participan: fieles, ministros… y provoca en ellos diversidad de experiencias personales respondiendo a la misma celebración.

Quizás nos ayude a aclararnos el siguiente texto: “Hay una diferencia clara entre participación y lo que podemos llamar intervención. Se puede intervenir, se puede leer una lectura, se puede cantar… pero no hay que poner en eso la participación. La participación consiste en… que todos estemos viviendo -cada uno personalmente- en contacto con Cristo, mediante la fe, la realidad salvífica concreta que Cristo quiere vivir con su comunidad, con su Iglesia. Esta es la verdadera participación… El creyente, en efecto, incorporado al Pueblo de Dios por el bautismo, toma parte realmente en el misterio de Cristo a través de la celebración que lo actualiza en la asamblea litúrgica: en esto precisamente consiste la realidad de la participación, fundamento de la vida teologal y de la sacramentalidad existencial del cristiano, de su corresponsabilidad en la misión de la Iglesia y núcleo de su existencia como discípulo de Jesús”. (LUIS F. ÁLVAREZ).

La participación litúrgica en Cuadernos Phase, nº41: Problemática de la pastoral litúrgica). Qué importante caer en la cuenta en esta disposición que nos lleva a poner el acento no tanto en el hacer sino en el ser.

La participación, según "Sacrosanctum Concilium". Nos ofrece un concepto rico y complejo de participación litúrgica. Ya hemos visto varios textos. Comienza afirmando que “las acciones litúrgicas no son acciones privadas, sino celebraciones de la Iglesia, que es sacramento de unidad… Por eso, pertenecen a todo el cuerpo de la Iglesia" (SC 2, 26, 41, 42). Extiende la reflexión sobre la participación de los fieles a toda acción litúrgica. Con ello, se descubre que la participación es parte integrante y constitutiva de la misma acción. Es algo que va más allá de lo mínimo exigido para la validez y la licitud sacramental. Y se sitúa en la línea de la eficacia fructífera. Mejor, en la línea de la gracia.

Importante es, igualmente, el matiz del Vaticano II cuando nos hace comprender que la participación litúrgica es el culmen y la fuente de la vida espiritual. Toda la vida del creyente se transforma en ofrenda eterna y espiritual. La celebración litúrgica debe ser el punto de encuentro entre el culto de la vida y el culto litúrgico.

Podemos resumir la doctrina del Vaticano II sobre la participación de los fieles así:

• Es un ideal, la participación plena, consciente, activa y fructuosa (SC 11 ; 14), interna y externa (SC 19; 110), comunitaria (SC 27), propia de los fieles (SC 114) …
• Es un derecho y un deber que asiste a los fieles, por el Bautismo (SC 14 ; LG 10-11 ; PO 5).
• Su razón última está en la naturaleza de la liturgia (SC 2; 11; 14; 41; 42; LG 26). 
• Urge su puesta en práctica (SC 11) y señala los medios para conseguirla: la formación litúrgica (SC 14; 19), la catequesis litúrgica (SC 35,3), las celebraciones de la Palabra (SC 35,4), la homilía (SC 35,2; DV 25 ; PO 4), los cantos y respuestas, los gestos y posturas corporales (SC 30)…
• Señala la meta final de la participación de los hombres y el culto a Dios (SC 5, 7, 11…).
 

EXIGENCIAS DE LA PARTICIPACIóN

Por último señalamos algunas exigencias de carácter antropológico que están en la base de la celebración litúrgica y sirven como soporte para la realidad de la comunión con el misterio celebrado.

a) La participación es una actividad humana, que requiere presencia física, identificación en las actitudes, unidad en los gestos y movimientos, coincidencia en las palabras y en los actos; es decir, acción común. Y, como es una acción festiva y simbólica (también la liturgia), está sujeta a leyes propias. Hay, pues, que renunciar a particularismos en la expresión y aceptar los cauces que ofrece la celebración.

b) La participación exige una actitud comunitaria, de forma que lo eclesial y compartido tenga primacía sobre lo individual y privado, sin necesidad de anularlo. Hay que procurar conseguir una asamblea viva, que ora, canta, dialoga, se mueve, y no sólo contempla y oye. Todo esto, con ritmo y proporción armoniosa.

c) La participación pide actitudes cristianas, y no meramente religiosas. Por eso, lo primero que se requiere es conversión y fe; después, la entrega de uno mismo y la comunión con los hermanos. Finalmente, el compromiso, apostolado y testimonio.

«La participación es una actividad humana, que requiere presencia física, identificación en las actitudes, unidad en los gestos y movimientos, coincidencia en las palabras y en los actos; es decir, acción común»

Artículos relacionados

Síguenos

5,484FansMe gusta
4,606SeguidoresSeguir
1,230SuscriptoresSuscribirte

Últimas publicaciones

Etiquetas