Caminando por la dignidad

Hace unos días tenía un encuentro con periodistas de la zona de A Mariña. Repasando temas de actualidad, les comentaba la preocupación que me habían transmitido los responsables del proyecto Oblatas de nuestra diócesis, que trabaja con el mundo de la prostitución. Según constatan en los últimos tiempos, la presencia de mujeres muy vulnerables que vienen a nuestro país huyendo de una situación dramática de sus destinos de origen, hace que caigan fácilmente en redes de trata y de explotación sexual. Son mujeres que proceden de Venezuela, Paraguay y Colombia. Al haber realizado un proceso migratorio precipitado y al encontrarse con enormes dificultades para su regularización y necesidades económicas, se vuelven fácilmente dependientes de proxenetas y explotadores sexuales a los que, en muchos casos, deben entregar el 40 o 50 % de sus ganancias.

El papa Francisco se ha referido en muchas ocasiones a esta situación que nos es desconocida. En un reciente discurso decía: “La trata de personas desfigura la dignidad. La explotación y el sometimiento limitan la libertad y convierten a las personas en objetos de uso y de descarte. Y el sistema de la trata se aprovecha de las injusticias e inequidades que obligan a millones de personas a vivir en condiciones de vulnerabilidad. De hecho, las personas empobrecidas por la crisis económica, las guerras, el cambio climático y tanta inestabilidad son fácilmente reclutadas”.

Esta dramática realidad que afecta a personas concretas tiene lugar en medio de un debate nacional sobre la limitación del acceso a la pornografía en el caso de menores. Un hecho que evidencia también una sociedad enferma que está siendo transformada rápidamente por el factor digital. Tras este debate hay una necesidad urgente de educar y vivir una sexualidad que sea manifestación auténtica de la dignidad de la persona. Porque el problema no afecta únicamente a los menores, sino al conjunto de la sociedad.

La sexualidad, lo sabemos, no es meramente un instinto humano. Mucho menos ha de ser una forma de explotación e instrumentalización de otra persona. Es una manera de expresarnos y relacionarnos que refleja la grandeza de cada persona. Por eso, ha de estar adecuadamente integrada en el ser personal. Ello conlleva una educación afectivo-sexual.

Los tiempos en que vivimos de pansexualismo hacen que este discurso sea contracorriente. Vivimos tiempos en los que la sexualidad fue reprimida en el ámbito de lo público. Hoy, son tiempos de dictadura ideológica donde hablar de estas cuestiones te encasilla fácilmente. Sin embargo, hemos de volver a proclamar y anunciar que toda persona está llamada al amor. El ser humano nace del amor y es invitado a vivir en el amor. En esa medida vive acorde con su dignidad. La sexualidad se convierte así en un instrumento hermoso para manifestar esa vocación que nos ayuda a crecer, a respetarnos, a ser fieles a nuestra propia identidad personal y social.

La Iglesia celebra el 8 de febrero la Jornada de Oración y Reflexión contra la Trata de Personas. Lo hace porque conmemora la fiesta de santa Josefina Bakhita. Esta santa sudanesa fue esclavizada durante años y vendida en varias ocasiones. Su rostro es el rostro y símbolo contra la trata de seres humanos. Ella finalmente conoció a Jesucristo del que descubrió un amor verdadero que nos da dignidad.

Al celebrar hoy esta jornada, nos hacemos cercanos a tantas personas que sufren esta terrible realidad. Igualmente, nos hacemos responsables de erradicar las raíces culturales, económicas y sociales que lo cultivan y promueven. Y agradecemos a las personas e instituciones que luchan contra la trata y acompañan a todas estas personas.

Vuestro hermano y amigo.

+ Fernando, obispo de Mondoñedo-Ferrol

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