Hace unos meses se celebró la cumbre del clima de Dubai con presencia de muchos países. El propio papa Francisco tenía pensado hacerse presente en ella. Unas semanas antes de su celebración había escrito un documento que lleva por título «Laudate Deum» y que abordaba la crisis climática. De manera apremiante el Papa nos invitaba a hacer algo ante lo que todos vemos y percibimos: el cambio climático que afecta perjudicialmente al planeta y que tiene sus peores consecuencias, como siempre, especialmente entre los más pobres. Un cambio climático que, por primera vez en la historia de la humanidad, es acelerado por la acción negativa del ser humano.
Los datos así lo señalan: para limitar el calentamiento global a 1,5º grados, necesitaríamos reducir un 45 % las emisiones actuales de gases de efecto invernadero antes de 2030. Unas emisiones que son provocadas sobre todo por el mundo rico: el 10 % de la población mundial más rica emitió el 48 % de las emisiones globales en 2019, mientras que al 50 % más pobre de la población le corresponde el 12 % de las emisiones globales. Y las consecuencias afectan a los más pobres: entre 2010 y 2020, la mortalidad humana por inundaciones, sequías y tormentas fue quince veces mayor en las regiones altamente vulnerables por su ubicación geográfica o por su mala situación económica que en el resto de regiones.
Manos Unidas es la organización para el desarrollo de la Iglesia católica que nos despierta ante la ceguera con la que muchas veces afrontamos la vida. Cada mes de febrero, con su campaña, nos recuerda algunos datos sangrantes en nuestro mundo inicuo. En este año, nos recuerda que el ser humano es la única especie capaz de cambiar el planeta. Así lo ha hecho cuando ha modificado el entorno a su antojo para vivir egoístamente mucho más cómodo. Y, sin embargo, es posible la esperanza. Al igual que somos causantes de la contaminación, también podemos romper el círculo y trabajar por el cuidado del planeta y contribuir al desarrollo de todas las personas. Una empresa hermosa, grande, difícil, apasionante…
Porque luchar contra el hambre en el mundo tiene que ver también con comprometernos contra el cambio climático. Esta es la causa de tantos desplazamientos, hambrunas y tragedias. Así lo recuerda el Papa: “El calentamiento originado por el enorme consumo de algunos países ricos tiene repercusiones en los lugares más pobres de la tierra, especialmente en África, donde el aumento de la temperatura unido a la sequía hace estragos en el rendimiento de los cultivos”. Por eso, debemos hablar de una “deuda ecológica” del mundo rico con el mundo pobre que tendría enormes consecuencias si lo pensáramos bien. De ahí que Francisco afirme: “Es necesario que los países desarrollados contribuyan a resolver esta deuda limitando de manera importante el consumo de energía no renovable y aportando recursos a los países más necesitados para apoyar políticas y programas de desarrollo sostenible (…) Necesitamos fortalecer la conciencia de que somos una sola familia humana” (LS 52).
La lucha contra el hambre, que es también lucha contra el cambio climático, se juega en el ámbito político, en la transformación del sistema económico y el ámbito personal. La dimensión estructural del problema, que nunca la podemos olvidar, ha de ir pareja al cambio personal de formas de consumo, de opciones por una vida más sencilla y austera, de compromiso comunitario por la solidaridad, la acogida y la comunión cristiana de bienes, de iniciativas concretas de cuidado de la casa común, de opciones y apoyo a proyectos de cooperación y desarrollo…
Gracias al voluntariado de Manos Unidas, siempre abierto a nuevas manos solidarias que se comprometan en nuevas iniciativas, por mostrarnos esta imagen de nuestro mundo y abrirnos un camino de esperanza.
Vuestro hermano y amigo.
+Fernando, obispo de Mondoñedo-Ferrol