Al celebrar el Día del Corpus, la Iglesia se fija en la eucaristía como fuente y cumbre de la vida cristiana. Visibilizamos, con la celebración eucarística y con la procesión pública por nuestras calles, la centralidad que la eucaristía tiene en la vida de nuestras comunidades cristianas. Dios mismo se queda entre nosotros como alimento, como fortaleza, como compañero de camino, como pan. En cada una de las eucaristías que se celebran en nuestras iglesias actualizamos el misterio de Cristo que se entrega al Padre para la salvación del mundo.
La participación en la eucaristía no es, por tanto, un acto de piedad intimista en el que nos alejamos de la vida y nos refugiamos en la comunidad de amigos. No es tampoco un acto rutinario, protocolario o repetitivo en el que tantas veces lo hemos convertido. Se trata de un acto de fe que nos despierta a la caridad y a la esperanza. Se trata de un acto valiente en el que nos empapamos del amor de Dios y nos comprometemos audazmente a compartirlo con el hermano. Sólo así adquiere significado.
Por eso, la participación en la eucaristía deriva necesariamente en la construcción de la comunidad cristiana y de la comunidad humana. Como afirmaba Benedicto XVI: “La mística del sacramento tiene un carácter social. En efecto, la unión con Cristo es al mismo tiempo unión con todos los demás a los que él se entrega… así refuerza la comunión entre los hermanos y, de modo particular, apremia a los que están enfrentados para que aceleren su reconciliación, abriéndose al diálogo y al compromiso por la justicia” (SCa 89). En ese sentido, la eucaristía hoy se convierte en profecía, en un mundo especialmente fracturado e individualista. Necesitamos empaparnos de este misterio para ser artesanos de la fraternidad y de la amistad social.
Se descubre así el vínculo que existe entre la eucaristía y la caridad que hace presente especialmente Cáritas. Nuestra Cáritas diocesana organiza la caridad para ser prolongación eucarística en los sufrimientos de nuestro mundo. No es una organización de la Iglesia, sino la Iglesia misma que, a través de sus miembros, ve la realidad; descubre las heridas de los hombres y mujeres de nuestro mundo, tanto cercanos como lejanos; analiza las dinámicas que provocan y alientan la exclusión para denunciarlas y transformarlas; se acerca a cada persona con la humildad del samaritano; cura sus heridas a través de la asistencia y promoción; y les conduce de nuevo a la posada para tratar de integrar a todos en una comunidad que se construye nueva cada día.
Detrás de la labor de Cáritas, tan valorada socialmente por nuestro mundo, hay una espiritualidad y una visión evangélica de la persona y de la sociedad. Se trata de una mística distinta que nos humaniza y reconstruye porque nos hace mirar, nos hace participar, nos hace cambiar.
El lema con el que este año nos invita a despertarnos Cáritas es muy sugerente: “Tú tienes mucho que ver. Somos oportunidad. Somos esperanza”. En efecto, aún es mucho lo que tenemos que descubrir de sufrimiento a nuestro lado; aún es mucho lo que podemos realizar si salimos de nuestro individualismo y participamos en la construcción de la comunidad; tenemos capacidades que se convierten en oportunidades para nosotros y para nuestros hermanos; la esperanza de mucha gente depende de tu mano tendida y de tu compromiso activo.
Gracias a los 380 voluntarios y contratados de nuestra Cáritas diocesana por su tiempo, por su sabiduría, por su corazón, por su compromiso. Gracias a los 1027 socios y donantes que han confiado en el quehacer de Cáritas diocesana. Gracias a todos los que celebráis la eucaristía y, lejos de quedar indiferentes, os ponéis en camino en la construcción de la civilización del amor. Feliz día del Corpus.
Vuestro hermano y amigo,
+ Fernando, Obispo de Mondoñedo-Ferrol