Cuando un niño te llama

"Vende todo lo que tienes y compra el campo" (Mt 13, 44-52)

Cualquier día es hoy o será mañana. Si no es hoy o mañana es posible que no llegue a suceder. Claro que hoy o mañana no tienen por qué ser precisamente hoy o mañana. Son cuando parece que fue ayer. Parece que fue ayer y han pasado, acaso, muchos años. Parece que fue ayer porque detuvimos el tiempo para seguir juntos sin que su paso entre nosotros pudiera separarnos. Y la palabra mágica que detuvo el tiempo en un momento dado es bien sencilla: "gracias ". Donde hay gratitud el tiempo se detiene, parece que fue ayer y es, en realidad, un día como tantos.

Gratitud es más que agradecimiento. Para ser agradecidos hace falta una razón. Para la gratitud, en absoluto. Uno siente gratitud por todo y por nada en especial al mismo tiempo. Es tanto lo que debe agradecer, son tantas las razones para ello, que no necesita ninguna en concreto. La gratitud no atiende a razones porque son demasiadas para ser tenidas en cuenta una a una. Si de la caridad pudo sentir San Pablo que "no lleva cuentas del mal", de la gratitud podría decirse, a su vez, que no lleva cuentas del bien. Es la respuesta a una deuda infinita.

"Alguien encontró un tesoro en un campo. Lo dejó escondido y, lleno de alegría, se fue, vendió todo lo que tenía y compró el campo…". Seguro que aquel campo sería como cualquier otro. Como un día es igual a otro cualquiera. Por eso no pasó nada especial aquel día. Alguien encontró un tesoro pero no se lo llevó consigo, como era de esperar. Ni siquiera pensó en la manera más segura de hacerse con él. El tesoro siguió escondido y el día pasó. No parece verosímil que le hubiera dado tiempo a vender todo lo suyo y a comprar el campo aquel mismo día. Para todo esto debió de necesitar varios días, supongo.

Pero el primero será el decisivo: el día del encuentro inesperado. Los siguientes serán de otra manera porque siguen al primero de los días. El primer día de la semana no es el lunes sino el domingo en la tradición cristiana. Abre la semana, cosa que el lunes nunca podrá hacer, cargado como vuelve con el peso de los días sucesivos. El lunes pertenece a la serie semanal. El domingo, no. Por eso abre la serie. El domingo es el campo que esconde, en sus entrañas, un tesoro. El lunes empieza la tarea de vender lo que se tiene para comprar el tesoro escondido. Vender lo que se tiene significa dejar de poseerlo, desprenderse de las cosas, renunciar incluso al producto de la venta, que será destinado a la compra del campo y su tesoro. Por eso a un domingo le sucede otro domingo, como a la venta y la renuncia la compra aventajada. Como al desprendimiento, la libertad "llena de alegría".

Hace tiempo, sin embargo, que el lunes empieza la semana. La semana empieza como una cuesta arriba, como una curva cerrada que impide ver la ruta, como una caja vacía de caudales. Ya no la abre el domingo. La gratitud no detiene el tiempo cada siete días. Por eso hay que buscar como sea el ocio. Hay que evadirse del presente, tan largo cada lunes. Pero, mientras haya niños en el mundo, se podrá seguir oyendo la voz del presente que no espera: cuando un niño te llama es para hoy, para ahora mismo. Por los que son como un niño, dulce e impaciente, adorable y cargante al mismo tiempo, seguirá habiendo gratitud en este mundo.

Y un día para la gratitud en la semana. Un día para Dios, que es hoy eterno, y que, en su Hijo, es hoy actual, irrepetible, el de su Pascua, único día que abre la semana. No pasa el tiempo, no cansa el lunes ni empieza el tedio con los días que se alargan para nada. No necesita evadirse el espíritu de la incesante repetición de los presentes, cada vez más largos y vacíos. Parece que fue ayer y es hoy de pronto. Gracias a un niño. Pues de los que son como los niños es el Reino.

«Mientras haya niños en el mundo, se podrá seguir oyendo la voz del presente que no espera: cuando un niño te llama es para hoy, para ahora mismo»

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