Comenzamos un año nuevo. El paso inexorable del tiempo hace que tengamos que arrancar una hoja de un calendario que da paso a un año nuevo. Es una manera de medir el tiempo pero también de tomar consciencia de su paso y su fugacidad, de su huella y su marca para bien y para mal.
Hace unos días me reunía con los periodistas para hacer balance del año que se nos va. Me ayudaba para poder rendir cuentas de lo que se ha hecho. También era una manera de repasar las muchas noticias que, a lo largo de los meses y los días, nuestra Iglesia ha ido generando. Más de 400 noticias han aparecido en los diferentes medios institucionales de nuestra diócesis. Noticias que nos hablan de vida, de tiempo dedicado a los demás, de esfuerzos por trabajar por la justicia, de encuentros para disfrutar de la vida nueva que nos viene de Cristo, de deseos de anunciar la Buena Noticia.
Y, aparte de ellas, ¡cuántas noticias que no aparecen, pero que son el día a día de nuestras comunidades y que sostienen nuestro quehacer! Es precisamente en esa vida ordinaria y sencilla, desde la gente anónima a la que quiero valorar y agradecer, donde se van tejiendo las redes y la historia concreta de nuestra Iglesia y de sus parroquias. La visita pastoral que vengo realizando todas las semanas me sirve precisamente para acercarme a todas esas historias sencillas y fundamentales que constituyen el rostro concreto del Evangelio en nuestra tierra.
En aquel encuentro con periodistas les señalaba que, desde mi punto de vista, en ese elenco de “grandes” noticias había tres que me parecían fundamentales del año que dejamos: el nombramiento de don Antonio Valín como nuevo obispo de Tui-Vigo, por lo que supone de reconocimiento a nuestro presbiterio; la constitución del nuevo Seminario Interdiocesano por lo que significa de apuesta y novedad para la mejora de la formación de nuestros seminaristas; y la presencia de laicos en el consejo episcopal, por lo que expresa de voluntad de avanzar en una Iglesia conformada por todos en sinodalidad.
También les señalaba lo que, desde mi punto de vista, significan algunas semillas que se han sembrado durante el año y que están llamadas a florecer en el silencio de lo que es la siembra evangélica. Me refiero a las iniciativas que manifiestan la voluntad de nuestra Iglesia de generar, al estilo de Jesús, otra humanidad diferente en la que tomemos consciencia del don sagrado de la dignidad humana y lo que supone. En ese sentido valoro los encuentros que, desde nuestra Iglesia y en el marco de las Semanas Sociales, hemos tenido creyentes y no creyentes, personas de diferentes procedencias y signos políticos y sociales, con la intención de aportar y edificar una cultura del encuentro. También lo que ha significado en este sentido la experiencia de la acogida cristiana en el Camino de Santiago que tanto éxito ha tenido. Igualmente la iniciativa de «Amigos del Señor», en la capilla de las Esclavas de Ferrol, donde más de sesenta y cinco voluntarios pasan una hora semanal de adoración ante el Señor para ser transformados desde el silencio y el encuentro. O lo que nuestra Cáritas realiza en sus diferentes programas, como respuesta a una “sociedad del riesgo” que procura una integración precaria: por ejemplo lo que suponen sus diez viviendas ante un problema tan grave o lo que significan sus iniciativas con las personas inmigrantes para acogerlas e integrarlas.
Son algunas de las páginas más bellas que, entre todos, hemos escrito durante este año que despedimos. Acogemos ahora un nuevo año que nos viene con un apellido: jubilar. Año llamado, por tanto, a llenarnos de gozo porque cuando se cimienta desde la esperanza que nos da nuestra fe en la vida eterna nos posibilita alejarnos de todo miedo, tristeza y desconsuelo.
Desde la esperanza, te deseo un feliz Año Jubilar.
Tu hermano y amigo,
+ Fernando, obispo de Mondoñedo-Ferrol
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