Homilía en el funeral del sacerdote diocesano Manuel Ares Fernández

Pronunciada el 20 de abril de 2022 en la iglesia parroquial de Santa María das Pontes

También hoy nosotros nos encontramos como los discípulos de Emaús: como ellos también a nosotros nos ha sorprendido la muerte de Manolo, que no esperábamos. Una muerte que nos entristece y nos descubre nuestra propia fragilidad. Una muerte que, como todas, produce un desgarro provocado por la separación, la sorpresa, la dificultad para comprenderla y asimilarla. También nosotros, como los discípulos de Emaús, venimos por el camino de nuestra vida comentando estas cosas que nos hacen sufrir, que no comprendemos. Noticias ante las que nos nuestro corazón se intenta rebelar.

Seguro que todos nosotros, como los discípulos de Emaús, en estas horas que nos separan del momento de la muerte, hemos comentado el último momento que pudimos compartir con Manolo, las vivencias que a lo largo de nuestra vida hemos vivido con él. Sin duda que habrán aflorado su buen quehacer y gusto para adornar las iglesias y las imágenes, su magníficos nacimientos, su devoción a María… Yo, en concreto, comía con él apenas hace diez días, donde pudimos hablar de muchas cosas, especialmente esas que le gustaban. Me informó de la Semana Santa de Ribadeo, de sus particularidades… elementos que me sirvieron luego para elaborar el pregón de Semana Santa.

Y en medio de toda nuestra vida, con nuestras preocupaciones que también le preocupan a Dios, también hoy Jesús se acerca a nosotros, como lo hizo con los discípulos de Emaús. Siempre tenemos que tener la certeza de que Dios nunca nos abandona, no nos deja solos, y menos en los momentos de dificultad y de tristeza. Jesús se esconde a nuestro lado para fortalecer nuestra debilidad e iluminar la oscuridad de nuestra vida. Y lo hace con un objetivo: darnos y concedernos la paz. Mi paz os doy, la paz sea con vosotros… También, como los discípulos de Emaús, al encontrarnos hoy con Jesús, Él quiere que surja en nuestra celebración una enorme paz.

Una paz que no aminora ciertamente el dolor, ni las preguntas, pero que nos da serenidad para afrontar el futuro. Es una paz que brota siempre de la esperanza que él nos ofrece si la queremos tomar: la esperanza de su triunfo sobre la muerte que estos días de Pascua estamos celebrando, la esperanza de la resurrección que acabamos de proclamar y festejar. Es la esperanza de que la muerte no tiene la última palabra, sino que es un paso hacia la vida.

Jesús hoy nos da su paz y su esperanza a través de su Palabra y la eucaristía, como hizo con los discípulos de Emaús. O mejor, a través de la vida que el cristiano siempre lee a la luz de la Palabra, porque él se sigue encarnando en ella. Es la Palabra hecha carne en la vida concreta que es iluminada y colmada de sentido a través de la Palabra de Dios. En este caso, es la palabra que ha sido acogida y hecha vida en la vocación de Manolo.

Bien podemos decir que su paso entre nosotros se asemeja y mucho a la vida de su querida Teresita de Lisieux de la que era tan devoto. Como ella también su existencia ha estado marcada por el sufrimiento. Un sufrimiento físico, pero sobre todo emocional/moral que ha sabido unir al dolor de Cristo en la cruz para la salvación del mundo. También como Teresita su vida ha sido corta, pero sin duda muy provechosa, quizás no en los parámetros economistas del mundo, donde se mide la rentabilidad y el activismo, pero sí en la medida que Dios tiene de nuestra existencia que está fundada en el amor. Y en tercer lugar, su vida se asemeja a la de Teresita por su profundo amor a Dios y a la Iglesia, dentro de la cual ha vivido y servido como un hijo fiel y sencillo, pequeño.

Por eso, me parece interesante recordar cuatro frases de santa Teresita que seguro que hoy Manolo nos recordaría como mensaje y resumen de su vida, como aliento en estas horas de su paso hacia el Padre:

· La primera es aquella que decía santa Teresita: “La vida es un instante entre dos eternidades”. No me digáis que no es verdad. Por muy larga que la vida sea, qué corta se nos hace. Se nos hace un instante. Pero es un instante que nos invita a la responsabilidad en la misma, desde la certeza de que nos encontramos entre dos eternidades: la del amor de Dios que todo lo llena. Nacemos del amor de Dios, hecho realidad a través del amor de nuestros padres, y volvemos al amor de Dios que nos aguarda para celebrar y festejar. Porque donde hay amor el tiempo no pasa nunca, el tiempo se detiene en su paz y gozo.

· Una segunda frase dicha en la larga agonía de Santa Teresita: “No muero, entro en la vida”. En efecto, para el creyente la muerte no es definitiva, es el paso a la vida con mayúsculas. Sobre todo esto se hace más realidad cuando la vida se vive marcada por el dolor y el sufrimiento, por la fragilidad y la debilidad: la muerte se percibe como un paso liberador hacia la auténtica vida a la que estamos llamados.

· La tercera frase también la decía Santa Teresita en su lecho de muerte: “Creo que no os dejaré: al contrario, estaré aún más cerca de vosotros después de mi muerte”. Así sucedió en la vida de la santa, que fue sentida muy presente en su misma ausencia física. Sin duda que Manolo hoy seguirá acompañándonos desde el cielo especialmente a su madre, a su familia, al presbiterio y a su querida diócesis de Mondoñedo-Ferrol. Estoy convencido de que le podremos seguir sintiendo cercano y que él nos ayudará como lo ha hecho en su vida física.

· Y la última frase fueron las últimas palabras de santa Teresita antes de morir: «¡Dios mío… te amo!». Resumen a la perfección lo que es la vocación de la santa en el interior de la Iglesia: ser en la Iglesia el amor, vivir en el amor, gozar del amor… y ello, a pesar de lo que la vida nos va deparando, a pesar de la sinrazón con la que a veces la afrontamos. También estoy convencido de que podrían resumir hoy también el paso de Manuel de la muerte a la vida. Palabras que hoy os invitaría a repetir en estos momentos de oscuridad, palabras que solo podemos pronunciar desde la fe y la confianza. ¡Dios mío… te amo!

 

«Como santa Teresita su vida ha sido corta, pero sin duda muy provechosa, quizás no en los parámetros economistas del mundo, donde se mide la rentabilidad y el activismo, pero sí en la medida que Dios tiene de nuestra existencia que está fundada en el amor»

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