Vida consagrada, parábola de fraternidad en un mundo herido

Homilía del administrador diocesano en la Jornada Mundial de la Vida Consagrada (vídeo y álbum)

Celebramos hoy, la fiesta del encuentro de Dios con su pueblo. Él, hecho hombre, se acerca a la humanidad para encontrarse con ella, iluminarla, darle un sentido, transformarla. El Dios humanizado, aquel que es la luz de los pueblos, viene a encender nuestra realidad con su luz, y nosotros salimos a su encuentro y nos dejamos encender en su amor.

En este día, celebramos también la XXV Jornada Mundial de la Vida Consagrada. Cada cristiano, llamado a seguir a Cristo en su vida, vive su vocación; los consagrados/as lo hacéis mediante la práctica de los consejos evangélicos y la vida comunitaria en fraternidad. A todos/as los que estáis hoy aquí, os agradezco vuestra presencia, y unido a toda la Iglesia que peregrina en Mondoñedo-Ferrol, agradezco y valoro vuestro testimonio de vida, y que viváis vuestro carisma en medio de esta Iglesia particular.

Estamos en un momento complejo y apasionante, de cambios e incertidumbres. Miramos a nuestro entorno y nos encontramos con una sociedad tocada por muchas heridas: nos sentimos solos, aunque vivamos en la sociedad de la comunicación; vivimos en tensión, con irritabilidad, en un mundo con una desigualdad creciente; la tristeza provocada por la enfermedad, la muerte, la falta de trabajo, la pandemia que sufrimos, la falta de visión trascendente… nos cierra en nosotros mismos y nos lleva a ver el vaso medio vacío, y a la desesperanza; el egoísmo, las injusticias, el abuso en la casa común, el aprovecharnos de todo y de todos hasta el máximo nos rodea de hastío,… todo nos habla de oscuridad en un mundo donde se encarnó, para salvarlo, aquel que es la luz del mundo.

Cristo, o Señor, falounos do Reino, dunha fraternidade universal, como nos recorda o papa Francisco. Esa fraternidade anímanos a un novo xeito de relacionarnos, a buscar o que nos une, máis alá dos muros e diferencias, a sentirnos fillos/as dun mesmo Deus que aposta por abaixar montes e endereitar vieiros; dun Deus que se fai próximo, que se mete no medio da lama da nosa sociedade e desde aí, nos acompaña e cura as feridas, montándonos na súa cabalgadura, levándonos á pousada e preocupándose que non nos falte de nada para curarnos e devolvernos a dignidade tantas veces perdida, tantas veces roubada.

No interior deste soño de Deus, a vida consagrada, cos seus diversos carismas e estilos, aparece como modelo do que a fraternidade pode ser, como un xeito de axudar a curar as feridas deste mundo. Os consagrados/as, coa vosa vida e compromiso, recordades que as feridas non son definitivas, que se poden curar, e isto non é unha inxenuidade senón crer que a vida pode ser transfigurada polo Crucificado que resucita.

Vuestra vida es profética: vuestra pobreza nos habla de libertad, de que podemos romper con toda ambición y desigualdad; vuestra castidad, de una manera de amar fecunda que rompe con la soledad egoísta y que pone la amistad auténtica en el centro de la vida; vuestra obediencia, apunta a la misión compartida, a poner lo que uno es al servicio de todos, del Reino, sin autosuficiencias ni competitividad; vuestra oración, alude a un situarse ante Dios con humildad, sabiéndose hijos y hermanos de toda persona. Todo nos habla de un estilo diferente, pero posible, de una vida asentada en la confianza y en la fe, en el compromiso por el cambio de las estructuras y el servicio a cada prójimo, rostro real de Cristo, luz de los pueblos. Y todo, vivido en una vida fraterna envuelta en alegría. La alegría es uno de los mejores signos de esa fraternidad que Dios quiere y que cura todas las heridas.

Queridos consagrados/as, gracias por vuestra entrega vivida en la Iglesia y la sociedad que nos rodea. Gracias por vuestra vida de comunidad, fraterna y apasionada, alegre y enamorada. Gracias por ser luz en medio de tanta oscuridad, bálsamo que cura tantas heridas.

Fotografías: Roberto Marín

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