Bien, pero no tanto, no tanto

He tenido el ordenador estropeado unas semanas, por eso os envío esto que encontré en la red, mientras trabajo en otro articulillo…
 

Se trata de una abadesa muy virtuosa que – tras la muerte – se enfrenta al juicio divino.

Y el Señor habló:

“—Conozco tu amor por Mí -le dijo- ; quiero ahora oír lo que piensas de la vida que te dí y del mundo de donde vienes.

“—Señor –suspiró la santa mujer-, cómo evocar ahora lo que, ante Ti,me parece, más que nunca, lugar de horrible destierro?

»Plugo al Altísimo la respuesta, pero insistió amorosamente:

»—¿Cómo juzgaste a los humanos?

»—Siempre los creí, Señor, viles criaturas, manchadas por el lodo del pecado, revolcándose en sus propias miserias, ignorantes de su infinita pequenez y de su maldad enorme.

»—Sí, sí —asintió Dios, paternal, sin ira—; es tremenda esa gente, es incorregible. Pero, sin duda, existen entre ellos seres hermosos y gallardos capaces de inspirar una sana admiración.

»—Pequeños bienes son los de la belleza y la gallardía, Señor, que envanecen a quienes los poseen y que el tiempo o una enfermedad destruyen.

»—Verdad es. Mas acaso entre tus amigos haya habido un alma noble, un espíritu inteligente…

»—Señor, yo he leído en El Kempis: «El que se aparta de sus amigos y conocidos consigue que se le acerquen Dios y sus ángeles.» Yo he renunciado al engañoso trato de los hombres.

»—¿Y el mundo? —inquirió Dios, como si se tratase de cambiar de tema—. ¿La Tierra misma? ¿Qué te pareció?

»—Valle de lágrimas, patria de afligidos, palenque de luchas, celda de mortificación…

»—Sin duda…, sin duda… Pero hay también algunas cosas:’ una puesta de sol, las flores, ciertos paisajes…

»—Yo he elegido para pasar mis días un lugar tan árido que ni la hierba acertaba a crecer. »—¿Por qué has elegido así?

»—¿Para qué buscar alegrías transitorias, Señor? Yo no apetecía más que arroyos de lágrimas para lavarme y Purificarme en ellos.

»—Y la fruta azucarada y madura, ¿no merece tu elogio? ¿No has clavado nunca tus dientes con delicia en la pulpa de un melocotón sazonado?

»-—He comido las negras hogazas y he repetido muchas veces la conmovida súplica del Profeta: «Dame, Señor, a comer el pan de lágrimas y a beber en abundancia el agua de mis lloros.» Siempre estimé los deleites del paladar como una puerta para la tentación.

»—Sí…, pero… no tanto, no tanto…

»—Observé abstinencias rigurosas, no salí de entre los muros de mi convento, no serví a mi cuerpo ni aprecié ninguna pompa mundana.

»—Bien, pero… no tanto, no tanto…

»—Conocí, al través de muchas meditaciones, cuánto hay de aflictivo en la miseria de vivir en aquel bajo mundo.

»—¡Basta! —ordenó Dios.

»Y al resonar el divino mandato, enmudeció todo el Universo, y la excelente abadesa humilló su empavorecida figura. La voz del que todo lo puede volvió a sonar, entre compasiva e indignada:

»—¡Infeliz mujer! —dijo—. ¿Cómo te atreves a juzgar así lo que es mi obra? Sólo has creído encontrar en la tierra negrura, maldad, y dolores, y lágrimas. Siempre lágrimas: arroyos, lagos, océanos de llanto. Has cerrado voluntariamente tus ojos a lo que hice de bueno, y de bello, y de gustoso, y de amable, porque supiste que por ser hermoso y grato era pecador. ¿Cómo puedes denigrar mi creación sin pensar que me denigras? Vuelve al mundo otra vez. Conócelo. Ama a un hombre, cuida una flor, gusta un fruto, llena tu corazón, hasta que rebose de cariño a todo lo creado, desentraña y comprende la belleza que hay en la vida, la alegría que existe en vivir, y retorna entonces. He ahí mi sentencia.

»Y la buena mujer se encontró de pronto empequeñecida y sonrosada, pataleando entre las sábanas de una cuna, otra vez en la Tierra, para comenzar la existencia decretada».

 

“Vuelve al mundo otra vez. Conócelo. Ama a un hombre, cuida una flor, gusta un fruto, llena tu corazón, hasta que rebose de cariño a todo lo creado”

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