Elma Rosalía Erazo Suazo llegó a España hace dos años con su esposo y su hijo procedente de Honduras. En la actualidad reside en Viveiro y colabora como catequista en la parrqouia de Covas y con las delegaciones de Migrantes, Refugiados y Trata y Laicos, Familia y Vida. Precisamente en unas semanas en las que se inicia la catequesis en muchas de nuestras parroquias y en la Iglesia viene de celebrar la 111ª Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado, quisimos que nos contara su experiencia de vida.
¿Cuéntanos algo de Honduras? ¿Cómo era allí tu vida?
Nací en la Paz, allí viví hasta los 17 años, cuando me trasladé a la capital, Tegucigalpa. Fui trabajando y alternando con los estudios, realizando la licenciatura de Administración de empresas. Contraje matrimonio y tenemos un pequeño de seis años.
Honduras se compone de doce diócesis, la vuestra en la capital era la arquidiócesis de Tegucigalpa. ¿Cuáles fueron aquellas primeras vivencias que te llevaron a comprometerte con la Iglesia?
Mi marido y yo participábamos en la parroquia, pero era una fe muy superficial, sin compromiso. Compramos una pequeña casita en un lugar llamado “Divina Providencia”. Desde la parroquia del Espíritu Santo, al llegar, vinieron a nuestra casa a darnos la bienvenida, a ser acogedores con nosotros. Aquello nos sorprendió y nos interpeló bastante. Comenzamos a participar en la Renovación Carismática, a participar en el grupo de oración. Al principio a mí que me gustaba el silencio, hasta me molestaba tanto canto y tanta oración a voz alzada, pero acabé descubriendo y viviendo una preciosa experiencia de encuentro con Dios en ese modelo de oración y de expresión personal y comunitaria de la fe. De algún modo “el bullicio se volvió harmonía”. El Espíritu Santo fue actuando en nosotros y fuimos adquiriendo mayor compromiso cristiano. Encontramos una comunidad de referencia que nos hizo descubrirnos parte de la Iglesia.
Hace dos años llegabais a Viveiro. ¿Por qué a este lugar de nuestra diócesis?
Una hermana ya llevaba un año aquí y nos vinimos junto a ella. Al llegar, Suso, el párroco, nos propuso colaborar en la catequesis y comencé el pasado año en Covas con los niños más pequeños. Al principio me dio miedo la responsabilidad, no sabía cómo plantearlo y llevarlo a cabo. Ahora trabajo con parábolas y cuentos intentando transmitirles la fe. Estoy cuidando y acompañando enfermos y gente mayor y mi marido es mecánico. En la actualidad participo en un curso de gallego que organiza Cáritas en coordinación con la Consellería de Cultura, y me piden colaboración con la delegación diocesana de Migrantes, así como con la de Laicos, familia y vida. Estoy también intentando aprender a tocar la guitarra para cantar en las celebraciones. Participo en momentos de formación cristiana como los grupos de evangelización que hemos ido teniendo los miércoles. No termino de creerme que se me pida realizar esta misión, pero me encomiendo al Espíritu.
¿Cómo percibiste nuestras comunidades eclesiales frente a las de Honduras?
Al principio la vi muy tosca, seca, de su ley, no aceptaban sugerencias. Un ejemplo: me doy cuenta de que los salmos pasan desapercibidos en las liturgias, por lo que les propuse lo que hacemos allá cuando preparamos grandes posters de tela para colgarlos delante y que se pudiesen interiorizar y ensalzar… Recuerdo un “no” tajante. Otra cosa que nos llama mucho la atención es que en Honduras para proclamar la Palabra se prepara a la persona, se le enseña a declamar, hay unas normas de cómo y de qué modo hacerlo, y no lee cualquiera… Por eso cuando a mí me pidieron leer aquí en misa se me hizo complicado asumir que era así de sencillo y me costó ponerme al frente de la lectura y de ese momento.
¿Qué más diferencias encuentras?
En mi país están más pendientes de las personas. Cuando alguien no está, se pregunta, se visita, se está pendiente de cómo se encuentra. El coordinador allí tiene mucho esa preocupación. Al mismo tiempo una oración aquí de una hora y cuarto o una celebración de esa misma duración se les hace larga. Otra cosa es cómo se viven los cantos. Las canciones de aquí son más pausadas, menos alegres. Allí necesitamos el canto, aquí existe como un miedo a que el canto desplace el proceso litúrgico. Aquí el curso comienza ahora en septiembre-octubre, allí eso no se comprendería, no se aparca la celebración y la acción cristiana, continúa todo el año. Somos más participantes de los momentos del año, vivimos todo bastante más y nos integramos más en las actividades como la Navidad.
¿Es complicado inculturarse?
Hubo un momento en el que le dije a mi marido “ya no estamos en Honduras”. Al llegar a Viveiro y ver la estatua ubicada en San Francisco de los “Heraldos del Encuentro” nos dio miedo, pensamos en los verdugos de las ejecuciones… Luego fuimos comprendiendo lo que eran y las tradiciones locales y cómo se viven y celebran las cosas aquí. No resulta fácil, pero es importante acoger la novedad. En la vida hemos aprendido que Dios se sirve de lo débil, que lo que rechaza la sociedad tantas veces es lo más valioso y el mejor tesoro, que como Iglesia debemos acoger, estar abiertos y escuchar a todos. Dios trabaja con gente rota, con gentes que se levantan del fango. A veces hemos tenemos la tentación de hacer una comunidad de perfectos, y es al contrario, Dios construye como en la parábola de los talentos… Se trata de poner nuestros talentos a su servicio… Y Dios hace siempre su obra cuando se los ofrecemos.
Entrevista de Javier Martínez Prieto




Nacido en Ferrol el 21 de abril de 1983. Realiza los estudios posobligatorios, hasta COU, en el Colegio Tirso de Molina de los PP. Mercedarios en Ferrol.























